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| Soldados otomanos en Gaza, 1917 |
El presidente Erdoğan busca extender los tentáculos de su país hasta un enclave que perdieron en la Primera Guerra Mundial
Con información de
Comunidades Plus
En 1917, el escenario de Gaza y Beer Sheva fue uno de los puntos decisivos del frente de Oriente Próximo durante la Primera Guerra Mundial. Aquel año, las fuerzas del Imperio otomano y el ejército británico se enfrentaron en una serie de combates que definirían no solo el control territorial inmediato, sino también el destino político de una región estratégica. En la primera y la segunda batalla de Gaza, los otomanos lograron frenar el avance británico con una defensa eficaz, infligiendo pérdidas significativas y sosteniendo la línea Gaza–Beer Sheva, vital para la protección de Palestina meridional y de las comunicaciones imperiales. Aquellas victorias defensivas demostraron que, pese al desgaste acumulado, el ejército otomano aún conservaba capacidad operativa y cohesión.Sin embargo, el equilibrio se rompió con la tercera ofensiva británica. Bajo el mando del general Edmund Allenby, las fuerzas imperiales cambiaron de estrategia. En lugar de insistir frontalmente sobre Gaza, capturaron primero Beer Sheva mediante una maniobra rápida y sorpresiva, apoyada por caballería y una coordinación logística superior.
Esa caída abrió el flanco otomano y permitió un ataque inesperado sobre Gaza. La defensa comenzó a ceder, el terreno se perdió de forma progresiva y el control de la ciudad terminó en manos británicas. La entrada de las tropas de Allenby en la región marcó el colapso efectivo del dominio otomano en Palestina y aceleró la desintegración de un imperio que llevaba cuatro siglos ejerciendo soberanía en vastas zonas del Mediterráneo oriental y de Oriente Próximo.
Un siglo más tarde, Gaza vuelve a ocupar un lugar central en las ambiciones estratégicas de Turquía, ahora como república heredera del espacio imperial. El actual liderazgo turco, encabezado por el presidente Recep Tayyip Erdoğan, expresa de manera recurrente su intención de participar activamente en la cuestión palestina, ya sea mediante el envío de ayuda, la propuesta de integrar fuerzas de paz o la aspiración de convertirse en un actor indispensable en cualquier arquitectura de seguridad regional. La evocación del pasado otomano funciona como telón de fondo simbólico para una política exterior que busca recuperar influencia en antiguas áreas de proyección histórica. Esa ambición se refleja en la amplia presencia militar turca fuera de sus fronteras. En Siria, Ankara mantiene tropas y operaciones destinadas a influir en el conflicto y a contener a actores que considera amenazas directas. En Catar, sostiene una base que refuerza su alianza con el emirato y su papel en el Golfo. En Irak, aunque ya no opera la base de Bashiqa, su presencia pasada dejó una señal clara de interés estratégico. Turquía también apoya al ejército sudanés, junto con Catar, en su enfrentamiento con las Fuerzas de Apoyo Rápido, respaldadas por Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, insertándose así en la compleja pugna del Cuerno de África y el Mar Rojo.
La proyección continúa en Libia, donde Ankara respalda a uno de los bandos en conflicto; en el norte de Chipre, donde mantiene una presencia permanente desde 1974; y en Kosovo, donde participa como parte de una fuerza internacional de paz. En este entramado, Gaza aparece no solo como un escenario humanitario o político, sino como una pieza más de una estrategia que busca reposicionar a Turquía como potencia regional con voz decisiva, conectando memoria imperial y cálculo contemporáneo.
Ramírez de Velasco®


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