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| Resumen de lo publicado |
En español la lengua permite pensar esencia, cambios, emociones, contextos, tiempos y vínculos con realidades personales diversas
En latín había dos verbos, “ese”, que significaba ser, y “stare” que, como habrán adivinado, significaba estar. Las únicas lenguas que comparten esta maravilla son muy parecidas: el gallego, el catalán, el occitano, el asturleonés y el aragonés. En el portugués existe, pero muchas veces la distinción es menos estricta y se usa solamente ser. En inglés, francés, italiano, alemán, ruso, chino mandarín, japonés, árabe, turco (los turcos usan sufijos, no dos verbos distintos) y hebreo moderno hay una sola manera de nombrar a ser y estar.Avisa el amigo Cristian Verduc que el quichua santiagueño también tiene los dos verbos. Ser se usa en “nocka cani” yo soy; “ckam canqui” tú eres, usted es; “pay can” él o ella es. Y el verbo estar es “nocka tiani” yo estoy; “ckam tianqui” tú estás, vos estás, usted está; “pay tían” él o ella está. Y, como en español, se puede prescindir del pronombre personal si la frase se entiende: “cani”, “tianqui”.Hasta un iletrado niño de jardín de infantes dirá que ser y estar no son sinónimos: una cosa es ser y otra estar. Quien lo observa lo sabe, aunque no esté seguro de cuál es la diferencia. Ser es esencia, identidad, definición, origen, tiempo. Estar es, perdón por la redundancia, estado, condición, ubicación, cambio. Así funciona en ser: es alto, es santiagueño, es médico, es martes, es necesario. En cambio, así funciona en estar: porque alguien está cansado, está sucio, está en casa, está contento, el agua está caliente. Si le preguntan, doña, para que diga la diferencia entre ambos rápidamente, resúmalo así: “Ser define lo que algo es por naturaleza; en cambio, estar indica cómo algo se encuentra en un momento dado”.
En casi todas las lenguas hay un verbo para decir lo que uno es y lo que le pasa, dos en uno. En español no: aquí se va por dos caminos distintos, ser y estar, como si la vida necesitara dos formas de decir “existo”. Lo curioso es que nadie suele darse cuenta de lo que significa.
La tradición filosófica siempre pensó el ser: lo estable, lo profundo, lo que supuestamente define. Pero casi nadie se detuvo a mirar al pariente modesto: el estar. Se lo trata como un accidente, una condición pasajera, algo menor. Pero, si lo mira de cerca, descubrirá que estar no es un anexo del ser: es otra forma de vivir.
En español, una persona puede estar de mil maneras sin que eso toque lo que es. Estar cansado sin ser débil. Estar triste sin ser depresivo. Estar en Tucumán sin ser tucumano.
Es una forma de decir que la identidad no carga con todo: hay aspectos que no se graban a fuego, pasan, cambian, dependen del momento.
La diferencia es sencilla: ser apunta al centro; estar son los alrededores.
El ser fija, el estar mueve. El ser ubica; el estar describe. El ser habla de una persona; el estar también, pero en relación con algo. Estar es un verbo más humilde pero más flexible: reconoce que los seres humanos no son un bloque, que el mundo los afecta, que el lugar, el clima, la compañía o la hora del día pueden inclinarlos hacia un lado u otro.
Ser es lo que se sostiene; estar es lo que sucede (es un caballo, está manco). Y ahí se cuela una idea que casi ninguna otra lengua ofrece con tanta claridad: una vida no es sólo su identidad, sino también sus condiciones. No siempre se es el mismo, pero tampoco se deja de serlo. Lo permanente y lo cambiante conviven todo el tiempo.
El español, como idioma, arma en este caso una pequeña filosofía sin proponérselo. De un lado, el ser: lo que se cree que define. Del otro, el estar: lo que atraviesa. Y entre esas dos palabras se traza una verdad bastante sencilla: la existencia no es una foto, sino una mezcla de lo que se es y de cómo se está, a cada rato.
Báh, dice uno, pero seguro que está equivocado.
Juan Manuel Aragón
A 11 de diciembre del 2025, en Toro Negro. Quemando palmas.
Ramírez de Velasco®



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