Foto de ilustración Testimonio en primera persona del pensamiento de un espectro que lo único que desea es morirse definitivamente y ver qué hay del otro lado Dicen que soy la Mujer de Blanco, la Novia, la Mujer Fantasma, el Espanto de Blanco. Dicen, dicen, dicen, pero opinan porque tienen boca, nada más. No saben lo aburrido que es yacer en un monumento del cementerio, sin haber muerto jamás, todos los días, condenada al más fatal de los aburrimientos, el de la muerte de alguien joven y linda como era yo, sin saber por qué o, mejor dicho, sabiéndolo, pero con una muerte tan de un de repente que fue injusta, cruel, feroz, inicua. Desde que me velaron entre los gritos de dolor de mis parientes más cercanos, mis conocidos, un novio que me amaba, vengo repasando aquel fatídico instante en que tomé la plancha, descalza, recién bañada y la enchufé. ¡Pum!, al instante se cortó la luz, pero yo ya estaba en suelo y mi cuerpo no respondía. Muerta definitivamente, o casi, porque los condenados a
Cuaderno de notas de Santiago del Estero