Alemanes santiagueños |
Largarse al campo, con toda la familia, para olvidarse del ruido de la ciudad podría salir muy caro
Ninguna utopía salió bien en el mundo, eso que hubo muchas y de todo tipo. En este caso la palabra alude a la peregrina idea de irse al bosque a vivir con la mujer, los hijos y, si es posible acompañado de otras familias, subsistir con lo producido bajo reglas completamente distintas de las del mundo. Lejos del ruido de las ciudades, en un ambiente natural y sano, será mucho más fácil educar a la prole en valores distintos a los que se ven en las contaminadas calles de Santiago o del resto del mundo.
Bueno, eso piensan muchos. El problema es cómo se lleva adelante el proyecto. Porque la mayoría de los que quieren largarse de la ciudad, cree que los pollos se fabrican pelados y listos para poner en el horno, el agua sale de las canillas porque sí nomás y construir una casa es cuestión de quemar ladrillos primero y después ponerlos en fila, de abajo para arriba, hasta llegar al techo.
No tiene idea.
La única utopía que viene funcionando, al menos en Santiago del Estero y la provincia de La Pampa, es la de los menonitas, parientes de los amish norteamericanos, secta venida de Alemania, que habla un alemán que allá se perdió como lenga viva y habita en pueblos propios, con reglas y leyes propias completamente distintas de las del resto de los santiagueños.
Digamos que usted quiere hacer su paraíso en Santiago del Estero. Muy bien. Se junta con otras tres o cuatro familias, compran un campo, pongamos para el lado de Ojo de Agua, lo suficientemente extenso como para que les dé de comer a todos y se van a vivir.
¡Espere un poco!, ¿tan fácil cree que va a ser? Sí, por supuesto. Como he puesto plata para comprar el campo, quiero saber a nombre de quién va a estar. Tiene razón, le dirán, formemos una asociación, la inscribamos donde hay que hacerlo y todo lo que compremos estará a su nombre. ¿Cómo es eso de “todo lo que compremos”? Y, antes de poner un peso, ya tiene una discusión en puerta, hasta dónde llegará el Gran Hermano que gobernará la ínsula de Ojo de Agua. Porque ese “todo” es peligrosamente vertical, quiere decir que alguien irá al pueblo a traer desde fósforos y piedras de afilar, hasta la bombacha que usará su señora, don.
Le aseguro que a la hora de decidir quién llevará los números de la futura utopía, todos levantarán la mano, pero cuando se deba asignar machetes para desmalezar los predios en que se construirá cada casa, serán muchos menos. ¿Quién sembrará por primera vez una chacra de una hectárea de superficie, con arado mancera, en medio de la humedad y el calor de diciembre, con una mula que se niega a tirar?, ¿quién levantará la mano para decir “¡yo, yo!”, cuando toque aporcarla?, ¿quién elegirá ponerse un aparato fumigador en la espalda para esparcir veneno contra el gusano que podría terminar con el sembrado en un solo día?
La utopía de largarse al campo a vivir de lo que entreguen los árboles, criando a los hijos en medio de la naturaleza, oiga bien, amigo, es para gente rica, con mucho dinero. O para pobres menonitas que se criaron dentro de ese sistema y saben cómo hacerlo.
Si quiere pensar en algo parecido, sueñe con una playa con cocoteros, papagayos dando vuelta por los árboles, una cabaña acunada por las olas del, bellas nativas en minifalda trayéndole un jugo de guayaba con mucho hielo y un cartel a la entrada que diga: “All inclusive”, obvio. De otra forma, olvídese, usted no está para andar destripando terrones.
©Juan Manuel Aragón
La única utopía que viene funcionando, al menos en Santiago del Estero y la provincia de La Pampa, es la de los menonitas, parientes de los amish norteamericanos, secta venida de Alemania, que habla un alemán que allá se perdió como lenga viva y habita en pueblos propios, con reglas y leyes propias completamente distintas de las del resto de los santiagueños.
Digamos que usted quiere hacer su paraíso en Santiago del Estero. Muy bien. Se junta con otras tres o cuatro familias, compran un campo, pongamos para el lado de Ojo de Agua, lo suficientemente extenso como para que les dé de comer a todos y se van a vivir.
¡Espere un poco!, ¿tan fácil cree que va a ser? Sí, por supuesto. Como he puesto plata para comprar el campo, quiero saber a nombre de quién va a estar. Tiene razón, le dirán, formemos una asociación, la inscribamos donde hay que hacerlo y todo lo que compremos estará a su nombre. ¿Cómo es eso de “todo lo que compremos”? Y, antes de poner un peso, ya tiene una discusión en puerta, hasta dónde llegará el Gran Hermano que gobernará la ínsula de Ojo de Agua. Porque ese “todo” es peligrosamente vertical, quiere decir que alguien irá al pueblo a traer desde fósforos y piedras de afilar, hasta la bombacha que usará su señora, don.
Le aseguro que a la hora de decidir quién llevará los números de la futura utopía, todos levantarán la mano, pero cuando se deba asignar machetes para desmalezar los predios en que se construirá cada casa, serán muchos menos. ¿Quién sembrará por primera vez una chacra de una hectárea de superficie, con arado mancera, en medio de la humedad y el calor de diciembre, con una mula que se niega a tirar?, ¿quién levantará la mano para decir “¡yo, yo!”, cuando toque aporcarla?, ¿quién elegirá ponerse un aparato fumigador en la espalda para esparcir veneno contra el gusano que podría terminar con el sembrado en un solo día?
La utopía de largarse al campo a vivir de lo que entreguen los árboles, criando a los hijos en medio de la naturaleza, oiga bien, amigo, es para gente rica, con mucho dinero. O para pobres menonitas que se criaron dentro de ese sistema y saben cómo hacerlo.
Si quiere pensar en algo parecido, sueñe con una playa con cocoteros, papagayos dando vuelta por los árboles, una cabaña acunada por las olas del, bellas nativas en minifalda trayéndole un jugo de guayaba con mucho hielo y un cartel a la entrada que diga: “All inclusive”, obvio. De otra forma, olvídese, usted no está para andar destripando terrones.
©Juan Manuel Aragón
Muy acertado, razonas bien Juan Manuel!!!
ResponderEliminarMe parece bien lo que piensas! Ir a vivir de lo que produces no es nada fácil, y menos aun para quien no está adaptado a trabajar de sol a sol, sin muchas de las comodidades de las que se goza en la ciudad.. Muy buena la nota
ResponderEliminarQue épocas, todo se hacía a pulmon
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