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| Ilustración |
Creación, cambios oficiales, celebraciones, batallas, afectos y permanencia como emblema profundo de los argentinos
“Alumnos: la Bandera blanca y celeste —Dios sea loado— no ha sido jamás atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra. Representa la Patria. ¿Prometéis amarla, respetarla y defenderla, honrando su historia y la de sus próceres, y siendo buenos y leales ciudadanos?”
—Sí prometo
Soy la que siempre ha sido desde que me enarboló Manuel Belgrano a orillas del río Paraná, que desde entonces resuena en los recuerdos de todos los argentinos, la síntesis de lo que somos. Los brasileños tienen la verdeamarelha, los norteamericanos la de las estrellas y las listas, los españoles la roja y gualda, los franceses la tricolor. Soy la que los argentinos aprendieron a pintar y a dibujar desde el jardín de infantes. Desde que nací me vengo manteniendo casi siempre igual, o casi.Le cuento, en 1812 Belgrano me hizo celeste, blanca, celeste, como una manera de identificar a las tropas patrióticas. Pero no tuve una historia lineal, el Primer Triunvirato de Feliciano Antonio Chiclana, Juan José Paso y Manuel de Sarratea (todos nombres de calles ilustres), me prohibió como bandera nacional, entonces fui solo bandera de guerra. Aunque no crean, en ese momento la bandera oficial seguía siendo la española.Hasta 1816, claro, cuando el Congreso de Tucumán me aprobó. Seguía siendo celeste, blanca, celeste y me empezaron a llamar Bandera Nacional. En 1818, el Congreso agregó el Sol de Mayo, inspirado en la moneda de 1813 y me convirtió en la “Bandera de Guerra”. El modelo era el Sol radiante, antropomorfo, de 32 rayos, 16 rectos y 16 flamígeros alternados.
Durante mucho tiempo me hicieron de telas de distintos tonos, algunos más claros, otros más intensos. Pero recién entrado el siglo XX se estandarizó el celeste hasta ser el celeste llamado “belgraniano”. En 1938, una ley declaró que mi fiesta, es decir la Fiesta de la Bandera sería el 20 de junio. Y se ratificó el uso de las dos versiones: fui la Bandera Oficial de la Nación, sin Sol y la Bandera Oficial de Guerra, con Sol. Una vuelta de tuerca más se dio en el 2010: un decreto dijo entonces que para toda la ciudadanía debo llevar el Sol, salvo en contextos diplomáticos muy específicos.
Y si bien sigo siendo yo misma, ahora la Bandera Nacional civil, soy celeste, blanca, celeste, sin Sol. Como Bandera Oficial de la Nación, de uso general o popular, digamos, soy celeste, blanco y celeste, con Sol. Y si soy de Guerra, entre las Fuerzas Armadas, soy igual a la anterior, pero con el Sol bordado en relieve.
Como dije, soy la que siempre fue. No hay nada en la Argentina que me supere o esté por encima de mí. No reconozco otra supremacía más que la que tengo, en lo alto de mástiles desparramados por toda la Nación, siempre altiva y orgullosa. Y no importa lo que los argentinos hayan hecho conmigo o en mi nombre, jamás seré manchada por las macanas que se manden quienes me llevan, me izan, me tocan, me besan.
Pero soy más, mucho más que mis colores. Soy la emoción de las madres al ver a su hijo abanderado en la escuela, soy parte de las saudades de los que están lejos, miro el cielo de la patria desde lo alto del mástil, en prestigiosas universidades y en la más pequeña y humilde escuela perdida en el bosque santiagueño, en la pampa cordobesa, en la Tierra del Fuego o en Misiones. Soy la misma que llevan los jugadores y besan al hacer un gol, inscrita en la franquicia del fútbol, el deporte que amamos por encima de todos los demás. Soy la que te arranca una lágrima cada vez que ondea orgullosa apenas suenan las primeras estrofas del Himno Nacional.
Y también soy la mañana jubilosa del 2 de abril de 1982, cuando los argentinos se unieron debajo de mis colores para ser todos uno solo, quizás la última gesta que vivimos amparados en una idea de Patria. Los chicos argentinos cantan “Alta en el Cielo, un águila guerrera, audaz se eleva, en vuelo triunfal”.
Eso soy. Y mucho más, por supuesto.
Juan Manuel Aragón
A 4 de diciembre del 2025, en El Puesto (Jiménez). Visitando a la maestra.
Ramírez de Velasco®
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