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| Ilustración |
La legal es la peor, siempre es preferible la clandestina, sin reglas impuestas, con los amigos, en un ambiente de paz
Una duda que preferiría no cargar es qué diferencia hay entre una partida de loba legal y una clandestina. En todo caso, por qué, si se me da por reunir a los amigos en casa para que jueguen a la loba, al truco, al póquer, a lo que sea, la policía tiene facultades para venir, allanar mi domicilio y ponerme preso junto a mis amigos. ¿Qué tiene de malo reunirnos una vez a la semana o cuando se nos dé la regalada gana? Ah, dice uno, juegan por plata. Y sí, amigo, hacerlo por chapitas de cerveza es muy aburrido, un embole, qué quiere que le diga. No, me dice otro, hay lugares habilitados para los juegos de naipes en Santiago. En ese caso retrucaré: “¿Acaso mi casa no es un lugar decente y habilitado para jugar?” Tengo luz suficiente, un amplio espacio para los jugadores, dos baños, una heladera repleta de bebidas para invitarles, mi señora les hará sánguches para que no tengan que levantarse a comer, ¿qué falta para que cuente como “habilitado”?Bueno, pero cobras la cañota, las bebidas y los sánguches. No amigo, yo no los cobro ni quiero cobrarlos, los amigos me pagan porque consideran injusto que haga semejante gasto por ellos. ¿No es lo mismo?, me preguntan. ¿Usted no oye bien?, yo no cobro, me pagan, que no es lo mismo. No, bueno, lo que pasa, me dirán, es que el juego debe estar regulado para que, si se arma lío en su casa por cuestiones de juego, la policía intervenga al toque. Pero entonces pregunto: ¿por qué no controlan el juego en la escuela de mi chango? Me preguntarán si los niños juegan. Responderé que sí, juegan a la pelota, a la pilladita, las chicas saltan el elástico, y nadie los vigila, eso que a veces se arman unos toletoles tremendos. Pero no juegan por plata, aducirán. No, pero juegan por el sánguche del segundo recreo, que es más o menos lo mismo.Pero, ¿qué hace usted si se arma lío en su casa por culpa del juego? Si el lío es grande, si salen a relucir armas, llamo al policía de la esquina, igual que haría cualquiera en la misma situación, qué problema hay. Pero se tiene que inscribir porque usted hace de eso su medio de vida, me reprocharán. Les contestaré que no es cierto. Primero porque vivo de otra cosa. Segundo, porque sólo muy de vez en cuando organizo partidas de truco, de mus, de loba, de póquer. Lo que pagan los jugadores apenas alcanza para tener la luz prendida, pagar mazos de naipes, la chica que irá a limpiar al día siguiente, las molestias por el humo de los fumadores.
Además, no les hago trampa: en casa hay espejos, tengo un reloj a la vista para que miren la hora y la persiana está levantada para que sepan si es de día o de noche. En las salas legales no hay espejos que les recuerden quiénes son, ni relojes, así juegan hasta que las velas no arden y nunca saben si todavía es anoche o ya es mañana, porque no entra la luz del sol. Además, apuestan contra máquinas programadas para ganar siempre: ahí no talla el azar sino el desplume del cliente.
Por si fuera poco, por ahí uno está jugando de más y mi mujer le habla a la señora para decirle: “Aquí está tu marido, vení a llevarlo porque se ha puesto hasta el aca y si sigue apostando así se va a jugar hasta la casa en que viven”. ¿En qué sala “legal” pasa eso?
Oiga, ahora le pregunto, pero respóndame en serio: ¿cuál es mejor, el juego legal o el clandestino?
Juan Manuel Aragón
A 10 de diciembre del 2025, en La Breíta. Ajustando la cincha.
Ramírez de Velasco®



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