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RESABIO Carta de un desvío

Ilustración

Un vínculo que desafía las fronteras del afecto y arrastra al protagonista a un territorio incierto

Ahora que ha pasado agua bajo el puente de la vida, no me importa que vayan con el cuento a mostrarte este escrito: durante dos años, después de nuestra última despedida, te soñé noche tras noche. Nos teníamos como antes, como debió haber sido hasta el final, porque habíamos planeado morir jóvenes. Poca gente recorre ese camino indemne.
Son los tiempos modernos, que llegan para cambiarnos; la vida promete algo más allá y uno se entusiasma con hacer el trayecto en soledad. Todos creían que vos me habías dejado. Han pasado los años y lo voy a decir, total ya no importa, nadie nos recuerda juntos: te abandoné porque eras una compañía malsana, no me hacías bien y quería saber qué se sentía estar lejos de vos, algo que nunca habíamos hecho desde la primera vez que nos vimos.
Me arrepiento de haberte conocido. Hice muchas tonterías en mi vida: me embriagué con el vino de la alegría, anduve en autos a gran velocidad poniendo en riesgo la vida de otros, tuve una motocicleta con la que trepé cerros inmensos venciendo el miedo a la altura, me perdí en el bosque santiagueño sin hallar salida, tomé por mi cuenta la desesperanza de los tropiezos y me alegré de mi propia soledad.
Pero si pudiera cambiar algo sería haberte conocido: no quisiera haberte mirado a la cara nunca. Todas las demás macanas las volvería a cometer.
Preferiría haberte conocido y que no me provocaras nada, como seguramente les sucedió a otros, a quienes envidié por la entereza de no seguirte. Tal vez también siento celos, porque pasaron de largo y no te siguieron ciegamente como hice yo. Te confieso ahora que todo es recuerdo: algunas noches que pasamos en vela me llegaste a provocar algo de asco, como un regusto amargo en el fondo del paladar. Eso me hizo preguntarme si valía la pena continuar, si era pertinente seguir el camino en tu compañía.
Me hiciste mal. Supongo que ahora no estaría escribiendo esto si hubiésemos recorrido el fatal camino que nos esperaba. Pero al final, cuando ni yo mismo lo esperaba, te dejé para siempre. Una noche me envalentoné, debía ser fuerte, no aflojar, no ceder a la tentación de probarte de nuevo.
Dije chau, cigarrillo. Y nunca más volví a fumar.
Hasta la fecha.
Juan Manuel Aragón
A 7 de octubre del 2025, en El Rodeo. Buscando el celular.
Ramírez de Velasco®

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