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| Claudia Sheinbaum |
Claudia Sheinbaum Pardo: la actual presidente de México convertida en blanco del odio por un origen que nunca abrazó
Por Bernardo Abramovici Levin
Que a Claudia Sheinbaum Pardo, actual presidente de México, la hayan insultado con un “puta judía” es mucho más que una agresión: es un espejo desagradable del momento histórico que estamos viviendo. Y no solo porque el insulto es repugnante en sí mismo, sino porque revela la lógica más podrida del antisemitismo contemporáneo: perseguir incluso a quien jamás se vinculó con la identidad que otros le atribuyen.Porque si algo caracterizó a Sheinbaum desde el inicio de su vida política es justamente esto: nunca se definió como judía. Nunca lo militó, nunca lo exhibió, nunca lo convirtió en identidad pública, cultural ni religiosa. Su biografía, sus discursos, sus prioridades, sus batallas… nada en su trayectoria gira en torno a ese origen familiar remoto.Y, aun así, el odio la encuentra.
El antisemitismo la persigue.
Los cobardes la atacan por eso mismo que ella jamás reivindicó.
Ésa es la obscenidad fundamental: Sheinbaum es agredida no por lo que hace, sino por aquello que los agresores necesitan que sea. Por una etiqueta que ellos fabrican, por un linaje que ellos exageran, por un origen que ellos secuestran para justificar su violencia.
El insulto “puta judía” dice cero sobre ella y lo dice todo sobre quienes lo pronuncian: sobre la miseria intelectual, la cobardía moral y la incapacidad de construir un argumento que no dependa del origen étnico imaginado de la persona a la que odian.
Y lo más grave: no se trata de un caso aislado.
Es parte de un clima global en el que el antisemitismo se siente cómodo, habilitado, orgulloso.
Un clima donde basta un apellido, una genealogía parcial o un dato arrancado del archivo familiar, para activar las pulsiones más viejas y más sucias de la historia humana.
Sheinbaum, la presidente científica, la mujer formada, la política profesional, queda reducida repentinamente por sus detractores a una caricatura étnica. No importa que jamás haya vivido ninguna forma de identidad judía. No importa que su vida pública esté completamente divorciada de ese origen. No importa la verdad.
Importa el blanco. Importa el odio. Importa la excusa.
Y eso, para los fanáticos, basta y sobra.
El episodio revela algo brutal y urgente: en tiempos de odio desatado, ni siquiera el silencio identitario te protege. Podés vivir toda tu vida, ajeno a un origen que otros consideran relevante, y aun así ser condenado por él. Podés no reconocerte en una identidad, y aun así ser perseguido como si la encarnaras.
Porque el antisemitismo nunca fue una reacción a la realidad: siempre fue una proyección. Una herramienta de degradación lista para ser usada contra quien convenga, aunque la persona no tenga absolutamente nada que ver con aquello que se le atribuye.
Y en el caso de Claudia Sheinbaum Pardo, la perversión es doble: la atacan precisamente por aquello de lo cual ella siempre estuvo alejada.
Ese contraste, entre la identidad que nunca reclamó y el odio que ahora la declara culpable por ella, expone la magnitud de la decadencia moral del momento.
Claudia Sheinbaum no es víctima por lo que es. Es víctima por lo que otros necesitan inventar que sea.
Lo demás es resentimiento, ignorancia y un clima social cada vez más enfermo.
Ramírez de Velasco®



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