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CAMARADAS Primera Plana

Azules y Colorados

Que cuenta lo que sucedió cuando vino un ilustre profesor a Santiago y lo que le mostró Oraldo en su casa

A quien se le ocurrió traer a Santiago al ilustre profesor Hugo Alberto Marcantonio jamás imaginó que su insigne visita podría traer una complicación tan grande en el Movimiento Patriótico de la Primera Hora. No fue tarea fácil organizar su venida. Hubo que juntar el dinero para pagarle un humilde asiento en ómnibus desde Buenos Aires y otro tanto más para su estadía en el hotel Savoy, en la mitad de la tabla de los alojamientos de la ciudad, que a los flacos bolsillos de los camaradas parecieron una fortuna.
Hubo que organizar todo, desde el comité de recepción en la Terminal de Ómnibus, para el que fue comisionado el camarada Eduardo por ser el único que tenía un auto decente, hasta los almuerzos y cenas que inevitablemente habría que costear. El error fue aceptar el ofrecimiento del camarada Oraldo, quien dijo que su casa era ideal para estos menesteres. Aseguró que los gastos de la cena correrían por su cuenta, así que por ese lado hubo tranquilidad. Prometió un plato de arroz amarillo con menudos de pollo. Para chuparse los dedos, apuntó.
La biblioteca Agustín Álvarez fue la elegida para su charla ante un público que se suponía variado, sobre los estudios comparativos acerca del nacionalismo argentino y el resto del mundo. Luego, en la casa de Oraldo, hablaría solamente con los íntimos, brindando su opinión sobre los últimos acontecimientos del país, en un encuentro que suponíamos fructífero e inspirador.
Todo fue por los carriles previstos. Comió en la casa del camarada Lusito, que le convidó pan de carne con puré de papas que hacía la señora y del que Marcantonio sostuvo que se sintió dichoso solamente por haber vivido hasta haberlo probado. Durmió la siesta en el hotel. A la tardecita lo llevaron a tomar un café en una confitería del centro y a la noche a su conferencia para todo público.
No fue nadie más que nosotros, lo que permitió atosigarlo con preguntas más o menos interesantes y con intervenciones atinadas de Eduardo, que hizo de moderador, sobre todo para que los camaradas no se exaltasen mostrando su fervor patriótico.
A eso de las diez de la noche, cuando llegaron a la casa de Oraldo, apenas entraron descubrieron un aroma que llegaba desde el patio. En una gran olla de fierro estaban en salsa los menudos de pollo. Todo fue como se esperaba, hasta ahí, ¿no?, hasta que el dueño de casa tomó la batuta y lanzó un discurso que, al parecer, tenía preparado desde hacía mucho.
Los camaradas se miraban incómodos, sobre todo cuando dijo algo así como que había que poner propuestas sobre la mesa y no las consabidas críticas al régimen. Pero, en fin, todo seguía bien, porque el Profesor aprovechó unos diez minutos para desarmar esas críticas que venían desde afuera, pero tanto mal le habían hecho al movimiento.
Lo peor vino después. Oraldo dijo que tenía una revista, “Primera Plana”, muy conocida en las décadas del sesenta o del setenta. Más de uno supuso que le habían publicado algo con su firma. Uno de los camaradas codeó a su vecino de mesa y le dijo: “¡Guardia!”. Se podía venir una furiosa contrarréplica para Marcantonio, que justo encaraba, con más hambre que hijo de maestra suplente, una panza de pollo.
Oraldo fue hasta adentro de su casa y apareció con números de Primera Plana, del tiempo de los Azules y Colorados. Mostró algunos artículos y dijo que estaban equivocados en su enfoque sobre lo que sucedía en aquel tiempo. Esos ejemplares, que dijo atesorar con mucho orgullo, eran la prueba de que su patriotismo estaba mucho más allá de cualquier crítica que pudieran hacer los que siempre criticaban todo sin saber. Si viera la hermosa baraúnda que se armó.
De un lado estaban los que sostenían que se debía analizar sus palabras, aunque mucho después, cuando recordaban el incidente, aclaraban que su opinión se debía a que agradecían el guiso. Y del otro, quienes lo acusaron de pelotudo. Es obvio que, acto seguido, tuvieron que retirarse de la casa de Oraldo, en la Misiones o en la Garibaldi, por ahí.
Ese hecho casi provocó un quiebre entre los “Quedados”, como se llamó al grupo que permaneció en aquel lugar, y los “Idos”, como se dijeron a sí mismos, de manera previsible, aquellos que se fueron.
Tiempo después, ya desde Buenos Aires, en el órgano oficial de difusión del movimiento, la revista Patria Nuestra, el profesor habló del gran movimiento que está naciendo en Santiago del Estero, con jóvenes que debaten ideas acaloradamente y brindan argumentos sólidos, augurando un gran futuro para el país. Ahora los muchachos preparan, con tiempo, los festejos del 2 de abril, cuando harán, según dicen, algo memorable. Por las dudas no le dijeron nada a Oraldo.
Juan Manuel Aragón
A 22 de diciembre del 2025, en la Simona. Viendo pasar el viento.
Ramírez de Velasco®

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