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| Arriba, la izquierda, abajo sus consecuencias |
La defensa universal declamada se hace añicos cuando el poder afín encarcela, tortura, mata, entonces no reacciona
A esta altura de la tiranía venezolana nadie niega ya que el régimen tiene detenidos ilegalmente —incluidos cientos de presos políticos—, ha provocado muertos bajo custodia, y en sus cárceles se practica la tortura de mil diversas maneras. El gobierno de ese país persigue con saña a quienes simplemente muestran su disconformidad con algunas o todas las medidas que toma.Lo raro no es que Venezuela siga persiguiendo a quienes se animan a levantar la voz contra sus autoridades; eso es, lamentablemente, previsible. Lo verdaderamente extraño es el silencio de las izquierdas, sobre todo de América del Sur, que callan con ignominia y cambian de tema con visible incomodidad, cada vez que alguien osa ponerlo en evidencia.Las dictaduras que asolaron la Argentina, Chile y el Uruguay tuvieron en los partidos de todo el arco de la izquierda a sus mayores críticos, amparados en la defensa de los derechos de personas perseguidas por sus ideas. Terminadas esas dictaduras, denostaron con furia a los gobernantes caídos, propugnando y muchas veces logrando que fueran presos de por vida.
En la Argentina llegaron incluso a romper el principio del non bis in ídem —es decir, el de no ser juzgado dos veces por el mismo delito— decisión discutible pero sostenida en nombre de una ética de los derechos humanos, con el único fin de encarcelar a quienes gobernaron el país entre 1976 y 1983.
Semejante preocupación por los derechos humanos se mantuvo viva y constante ante cualquier atisbo de que algún país osara girar hacia un sistema de gobierno de tinte dictatorial. En nombre de la defensa del hombre se rasgaron las vestiduras y convocaron a todos los foros internacionales para resguardar una autoridad moral que se pretendía universal.
Pero hete aquí que un régimen de izquierda, inaugurado por Hugo Chávez Frías y continuado por Nicolás Maduro Moros, rompe de modo flagrante con esos principios, y la izquierda duda, dilata, relativiza. Mira para otro lado, cuestiona algunos datos, se muestra renuente a admitir que en ese país se violan los más elementales derechos ciudadanos.
No sale a defender a los presos, a sus familias, ni a exigir investigaciones independientes. Tampoco quiere ver que hay muertes impunes en las oscuras mazmorras de aquel gobierno. Los jerarcas de los múltiples partidos de izquierda, sus pensadores más conocidos, sus agitadores permanentes, guardan un mutismo impúdico que contrasta dolorosamente con el fervor que otrora los caracterizaba.
Quienes los votaron en estos países, confiando en su proclamado humanismo, quizás estén hoy desencantados de una nomenclatura partidaria que pisotea aquello que hasta ayer presentaba como su más preciado patrimonio: la defensa irrestricta de los derechos humanos.
Quizás en este momento se vea con mayor claridad algo que muchos sospechaban: para una parte significativa de la izquierda hay víctimas jerarquizadas, dignas de compasión y acompañamiento moral, y otras reducidas a un incómodo daño colateral. No es una revelación metafísica ni un descubrimiento tardío: es una constatación política.
Más que sacarse la careta, lo que hoy queda expuesto es una contradicción insostenible. Mientras no sea asumida y explicada, no será el mundo —ni siquiera Sudamérica— quien deba rendir cuentas, sino quienes siguen callando frente a aquello que, cuando ocurría bajo otras banderas, decían no estar dispuestos a tolerar jamás.
¡Vamos!, ¡anímense!, ¡denuncien al dictador Maduro y a su régimen militar, opresor del pueblo venezolano! Si no lo hacen por ustedes, al menos que sea por quienes creían en ustedes, para no terminar de desencantarlos.
Y no terminen de deshonrar aquello que decían representar.
Ramírez de Velasco®


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