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| Plaza de San Pedro de Colalao |
“Si te hallaban, te mataban; si primero encontrabas a un enemigo, lo matabas vos, así de fácil”
Algunos años íbamos a San Pedro de Colalao, pueblo tucumano preferido por los pobres para sus vacaciones de verano. Mi padre, hombre atildado y elegante, aprovechaba para andar de ojotas y afeitarse cada dos o tres días o para calzarse sus zapatillas viejas y salir a caminar sin rumbo. Además, hacía amigos o se sentaba en la plaza a tomar aire. Mi madre se declaraba en huelga y no cocinaba, no lavaba, no ordenaba lo que dejábamos tirado. Sólo arreglaba su dormitorio y miraba las fotos de viejas revistas de moda que había hurtado durante el año en la peluquería del barrio. Un chiste repetido en la familia era preguntarle: “Qué lees” y que ella reconociera: “No leo, sueño”.Pasábamos sin hacer nada, aunque tuviéramos todos los días ocupados, porque siempre organizábamos algo. Lo mejor era jugar a los coboi entre los hermanos y algún primo o amigo que invitábamos y agregar a los vecinos. Unos se escondían y otros debían buscarlos. Si te hallaban, te mataban; si primero encontrabas a un enemigo, lo matabas vos, así de fácil. Ganaba el bando del último hombre que quedaba vivo.No nos gustaba admitirnos como turistas. Copiábamos la tonada tucumana y hacíamos creer a los pajueranos que éramos lugareños. Un año que alquilamos una casa vieja y descascarada frente a la plaza, les decíamos a los porteños que ahí se había alojado el general Belgrano. Me acuerdo de uno que preguntó: “¿Aquí estuvo Belgrano, el de la bandera?”. Claudio, mi hermano más chico respondió: “No, don, el de la avenida”. Pero en ese momento, compenetrados con nuestro papel, no nos reímos.
Una vez fuimos de a caballo, con mi padre a visitar a unos amigos que vivían en un cerro. Pasamos por paisajes que quedaron grabados a fuego en el recuerdo. Como era alto y quizás parecía más grande, los dueños de casa me convidaron mate en bombilla, fue la primera vez en la vida que tomé. No dije nada ni hice gestos, pero me quemó la lengua. Las hijas del hombre que nos recibió, quinceañeras y hermositas, nos observaban escondidas desde la cocina del fuego. No sospechábamos que, al hacernos los Jim West con esas chicas, empezábamos un viaje que nos llevaría a perder para siempre, las vacaciones de San Pedro.
Y la infancia también.
Juan Manuel Aragón
A 29 de diciembre del 2025, en la Alhambra. Tomando Ginebra.
Ramírez de Velasco®


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