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| Realidad de los metereólogos |
Las posibilidades siempre son mitad y mitad porque el tiempo es una moneda en el aire aunque anuncien con total seguridad
Un amigo dice que todos los días las posibilidades de lluvia son mitad y mitad. Es decir, puede que sí y puede que no. Capaz que tiene razón. ¿Por qué inclinar la balanza para un lado o para el otro, si el tiempo parece siempre una moneda en el aire? Lo cierto es que el Servicio Meteorológico juega con las ilusiones de los santiagueños cuando anuncia lluvias que no solo no llegan, sino que tampoco pasan cerca. Muchos días ni siquiera cambia el tiempo: el cielo sigue igual de despejado y el día tan luminoso como siempre.Estaría siendo hora de que, así como informa la temperatura del día siguiente, también diga cómo fue que llegó a esa conclusión. No en términos técnicos incomprensibles, sino explicando qué miró, qué pesó más y qué quedó en duda. Como hacen los médicos, que saben que cuando dan un pronóstico probablemente el paciente no lo entienda del todo, pero igual lo dicen. Después, si fallan, tienen cómo volver sobre sus pasos con otra explicación tan razonable como la anterior.Pocas veces sucede, pero sucede: no anuncian lluvia para nada. Y va y llueve. Entonces se apuran en aclarar que eso pasó por tal o cual fenómeno, como si estuvieran dejando a salvo su honor profesional y su conducta científica. Pero cuando ocurre al revés, cuando anuncian lluvias insistentes y no cae una sola gota, por alguna razón que se ignora, no dicen nada. Como si la expresión “probabilidad de lluvias” fuera una coartada suficiente, una manera elegante de no haber afirmado nada, apenas haber sugerido un quizás que luego no se dio.
Salir con paraguas porque el Servicio Meteorológico anunció lluvia es más o menos lo mismo que jugarle al 56 a la cabeza porque en la pizarra de la Tómbola figura como “La Fija”. El finísimo conocimiento que hoy tiene mucha gente sobre el tiempo que anuncian los meteorólogos es, paradójicamente, la mejor prueba de que deberían ser más precisos y menos indulgentes consigo mismos en sus augurios.
No vale excusarse diciendo que lo que tenga que venir, vendrá igual, por más predicciones que se intenten. De otra manera, el mundo sería un caos completo. Imagine a un novio anunciándole a la novia: “No sé si mañana estaré en la iglesia para casarnos; soy como la lluvia: si quiero llego y si no, no”. Si esa fuera una regla aceptable, todavía hoy los hombres vivirían en cuevas infectas, agarrándose a cascotazos por una pierna de cerdo.
Algún día, cuando afinen la puntería, profetizarán con seguridad: “Mañana, a las diez y cuarto, empezarán a caer unos goterones que luego se transformarán en una tormenta de veinte minutos que inundará el centro”. Hasta entonces, deberían entregar sus pronósticos con fórmulas más honestas y menos solemnes, algo así como: “Mañana puede llover, dependiendo de las nubes, la humedad, la temperatura, la presión y todo lo demás. O no”.
Mientras tanto, por las chacras de los campesinos, por el llenado de la represa y por la paciencia colectiva, oremus. Porque si el pronóstico sigue siendo una adivinanza con membrete oficial, rezar no parece menos serio que husmear en el pronóstico.
Juan Manuel Aragón
A 26 de diciembre del 2025, en Las Juntas. Arreando la majada.
Ramírez de Velasco®


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