Militares y civiles |
El Rey y la Reina siempre discutían por lo mismo, hasta que hallaron una forma de saber quién tenía razón
Este cuento lo narré hace muchos años. Vuelvo sobre él por si alguien no lo oyó todavía. Me lo contó Matías Llodrá, de Sol de Mayo, departamento Jiménez, una tarde que andábamos arreglando los alambres de un potrero. En un momento, se detuvo en su trabajo y me preguntó:
—Decime, Juan, ¿quién es más inteligente, el civil o el militar?
Lo pensé un rato y le dije:
—El militar— pues me parecía que el militar, además de lo que sabía un civil, había aprendido otros asuntos, así que debía ser, necesariamente, más perspicaz.
Entonces Matías me contó la historia del Rey y la Reina que siempre discutían por lo mismo. El Rey decía: ”El militar es más inteligente”. La Reina porfiaba: “El civil es más inteligente”. Y así pasaban los días hablando de lo mismo. Hasta que un día se les ocurrió una idea: llamarían a un militar y a un civil y les darían una tarea a ver quién la hacía mejor.
Entonces Matías me contó la historia del Rey y la Reina que siempre discutían por lo mismo. El Rey decía: ”El militar es más inteligente”. La Reina porfiaba: “El civil es más inteligente”. Y así pasaban los días hablando de lo mismo. Hasta que un día se les ocurrió una idea: llamarían a un militar y a un civil y les darían una tarea a ver quién la hacía mejor.
El Monarca eligió a un General que había combatido en cien batallas y había llevado a los ejércitos del Reino por los siempre estrechos senderos de la gloria y el honor. La reina llamó nomás a uno que estaba pasando por la calle en ese momento.
Cuando estuvieron ambos en el Palacio Real, los monarcas les encargaron:
—Aquí tienen dos pesos para cada uno. Vayan y compren un peso de no hay y un peso de hay. Mañana a esta misma hora los esperamos para que nos entreguen lo que han conseguido.
Se fueron, cada uno por su camino.
El militar salió por todas partes a preguntar: “¿Tiene un peso de hay?, ¿tiene un peso de no hay?”. Averiguaba en bares, oficinas públicas, cuarteles, escuelas, tugurios de mala muerte, en las esquinas, a la salida de la escuela. Y en todas partes se le reían.
El civil, en cambio, se fue a ver una novia que tenía y la invitó a cenar regiamente en el mejor restaurante de la ciudad. Después fueron al teatro de revistas a verla a la Moria Casán y con los últimos centavitos que le quedaban, le pagó el taxi a la chica para que vuelva a la casa.
Al día siguiente se presentaron los dos en el Palacio Real. El Rey le preguntó al militar si había conseguido el encargo:
—No, mi Rey, no he hallado un peso de hay ni un peso de no hay. He preguntado por todas partes y nadie me ha dado noticias. Aquí tiene los dos pesos.
El civil, antes de ir se había agujereado un bolsillo del pantalón. La Reina le preguntó si había hecho el mandado.
—¡Sí señora!— respondió.
—¿A ver?
Él le pidió que meta la mano en el bolsillo sano, que estaba vacío y le preguntó:
—¿Hay?
—No hay— respondió ella después de hurgarle.
—Es un peso de no hay— confirmó él.
Entonces le pidió que meta la mano en el otro bolsillo. Pero cuando ella la metió, se topó con los compañones. Entonces pegó el grito:
—¡¡¡Ay!!!
El civil dijo:
—¿Vé?, ese es un peso de hay.
Mientras nos reíamos, Matías terminó de contar: “Desde ese día el Rey y la Reina no volvieron a discutir sobre la inteligencia de civiles y militares”.
Después seguimos arreglando el alambre, ajustando torniquetas, esas cosas.
©Juan Manuel Aragón
Cuando estuvieron ambos en el Palacio Real, los monarcas les encargaron:
—Aquí tienen dos pesos para cada uno. Vayan y compren un peso de no hay y un peso de hay. Mañana a esta misma hora los esperamos para que nos entreguen lo que han conseguido.
Se fueron, cada uno por su camino.
El militar salió por todas partes a preguntar: “¿Tiene un peso de hay?, ¿tiene un peso de no hay?”. Averiguaba en bares, oficinas públicas, cuarteles, escuelas, tugurios de mala muerte, en las esquinas, a la salida de la escuela. Y en todas partes se le reían.
El civil, en cambio, se fue a ver una novia que tenía y la invitó a cenar regiamente en el mejor restaurante de la ciudad. Después fueron al teatro de revistas a verla a la Moria Casán y con los últimos centavitos que le quedaban, le pagó el taxi a la chica para que vuelva a la casa.
Al día siguiente se presentaron los dos en el Palacio Real. El Rey le preguntó al militar si había conseguido el encargo:
—No, mi Rey, no he hallado un peso de hay ni un peso de no hay. He preguntado por todas partes y nadie me ha dado noticias. Aquí tiene los dos pesos.
El civil, antes de ir se había agujereado un bolsillo del pantalón. La Reina le preguntó si había hecho el mandado.
—¡Sí señora!— respondió.
—¿A ver?
Él le pidió que meta la mano en el bolsillo sano, que estaba vacío y le preguntó:
—¿Hay?
—No hay— respondió ella después de hurgarle.
—Es un peso de no hay— confirmó él.
Entonces le pidió que meta la mano en el otro bolsillo. Pero cuando ella la metió, se topó con los compañones. Entonces pegó el grito:
—¡¡¡Ay!!!
El civil dijo:
—¿Vé?, ese es un peso de hay.
Mientras nos reíamos, Matías terminó de contar: “Desde ese día el Rey y la Reina no volvieron a discutir sobre la inteligencia de civiles y militares”.
Después seguimos arreglando el alambre, ajustando torniquetas, esas cosas.
©Juan Manuel Aragón
Me encanto, lo conocí a Matias, cuantos años atrás.muy bueno tu relato
ResponderEliminarEl problema con los militares es que desde muy jóvenes les estructuran o "aboyan" el bocho con tanta fuerza, que les anulan la imaginacion. Solo ven en un sentido, no conciben otras opciones, como en tu cuento.
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