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Timideces del amor |
“Qué hermosa es la juventud cuando el amor le anda rondando, como queriéndolo tomar a uno por asalto”
Muchos años después frente a uno de los tantos pelotones de fusilamiento que me tocó protagonizar —siempre del lado en que se ve el semblante del negro orificio de los cañones de los rifles, nunca del lado de los que no les zozobra la mano a la hora de apuntar— otro condenado a muerte me contó que quizás la sabiduría de las mujeres en cuestiones del amor, se debe a que todas las siestas de la última infancia y la primera juventud, se tragan esos infumables novelones mejicanos, venezolanos e industria nacional que les enseñan qué se debe hacer en cada circunstancia del amor.Con sus gloriosos 15 años, le amanecía la belleza la vez que nos conocimos. Qué hermosa es la juventud cuando el amor le anda rondando, como queriéndolo tomar a uno por asalto, empujándolo a una de las experiencias más fascinantes de la vida: el amor y sus desventuras.Es cosa linda el primer cariño correspondido, con sus dudas, sus certezas, esas absurdas vergüenzas que le surgen a uno de repente, en un aprendizaje continuo en el que las mujeres, hasta las que menos uno se imagina, nos llevan siglos de ventaja bien adquirida.Más lineales, no tan retorcidos, cuando muchachos esperábamos quizás inútilmente que las chicas compartieran algunos de los códigos que teníamos metidos bajo la piel, lo traíamos inscrito en el ácido desoxirribonucleico, en los genes, como decían los abuelos. Comenzábamos a aprender una historia mal escrita en los recreos, cuando los más grandes nos contaban sus hazañas que, después lo sabíamos, eran imposibles. Porque, además, oiga, ¿qué le va a enseñar a un chico de 12 años, uno de 14 más que sus fantasías inútiles, sus inexpertos o irreales sueños?
Un primer frentazo nos dábamos cuando encarábamos esa primera experiencia, en la que comprobábamos que debíamos ir despacito, piano—piano, para no empacharnos con la dulzura de sus ojos, de sus manos, de su piel suavecita, el temblor de sus palabras. Porque ignorábamos también, que desde muy niñitas se venían entrenando en eso de hacer daño con una sola palabra dicha así, como quien no quiere la cosa.
Y en un bar mugriento de la avenida Belgrano, de cuya numeración nadie quiere acordarse, una madrugada cualquiera luego de pasar por entremedio de las estrellas andando de calavera, un borracho que pedía tragos de mesa en mesa, te hacía una revelación. Tantas noches de andar patrullando la ciudad, para encontrar la sabiduría entre la Solís y el Arco, casi extramuros de Santiago. Ido en copas, el hombre te estudiaba, analizaba lo que venías diciendo y te calaba el alma, a ver cómo eras en el fondo.
Luego de vaciar el vaso del colero, te anunciaba: “Esto que te voy a explicar, tomalo o dejalo, no me interesa, pero oí bien, porque así viene la mano con las mujeres”.
Y te avivaba.
©Juan Manuel Aragón
Sol de Julio, octubre 10 del 2022.
Si de acuerdo uno se ilumina con el amor
ResponderEliminarEl amor cura la amistad cura
El punto es que los valores cambiaron y gente que uno pensaba era amiga y da pena darse cuenta que nunca lo fue ...
Aurora lopez ramos