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Los Beatles |
Lo que le sucedió a uno, que buscaba algo nuevo en la música y lo halló en lugares impensados, o tal vez no tan inesperados
Primero descubrió, en forma algo tardía a “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”. En la contraportada de la cubierta del disco venían escritas las canciones y las tradujo con la ayuda de un diccionario que había en su casa. Hay anarquía en el idioma inglés, con sus apóstrofes y porque cualquiera de sus letras se pronuncia de cualquier manera.Como todos los que los descubrieron tempranamente, se enamoró de “Lucy in the Sky with Diamonds”, sin importarle la supuesta metáfora de estupefacientes que le dijeron que escondía. Mejor dicho, lo supo mucho después, pero le pareció una letra con una fuerza bellísima, más allá de que la música también lo era. Para él ese disco fue quizás más impactante que todos los que conoció después, y sus canciones más bellas y más cercanas que “Yellow Submarine”, que estaba en otro disco que consiguió luego.Ahora quienquiera que los estudia empieza por el principio, sabiendo la historia, cómo comenzó, cómo terminó y qué hicieron sus protagonistas después. Pero cuando el partido se está jugando, uno entra a la cancha a cualquier hora y en las gradas son los aficionados, no los especialistas, los que le cuentan cómo viene la mano. Como para ponerlo en onda.
Le entusiasmó porque eran pioneros, digamos. El nombre les cabe, pues andaban a tientas, en la obscuridad, componiendo canciones nuevas, a veces sin saber por qué las hacían de esa manera y no de otra, como si la música se les escapara de las manos y luego tomara un vuelo inesperado e impropio.
Ahí estaba Atahualpa Yupanqui, otro de sus músicos admirados, que en aquel tiempo también se las traía. Su mérito es haber sido el primero en intentar algo nuevo con la música tradicional argentina que venía de antes: los ligados en la guitarra criolla y esa creación indescriptible que es el Alazán. Por eso algunas de sus creaciones no entraban ni siquiera en un género concreto y definirlas es un sinsentido. Ahora, con el resultado en la mano, cualquiera habla de Atahualpa o los Beatles como si los conociera de toda la vida, en ese tiempo había que tener el oído dispuesto a lo nuevo. Indiecito dormido, que inicialmente salió sin letra, era una obra maestra, aunque entonces no lo supiera nadie, ni el propio Atahualpa, lo mismo que Lloran las ramas del viento o Danza de la paloma enamorada.
Después, explicaba, viene el resto, digamos, un Carlos Carabajal, que inventa un rasgueo que se repite hasta el infinito, como una letanía. Quienes lo practican ya no pretenden —ni pueden —ser novedosos sino seguir la tropa, van por un camino seguro, tal zamba es en re, ponen los dedos en la guitarra en re y le dan para adelante.
Se entusiasma cuando dice lo obvio, y lo siguiente: los pioneros, si hay que llamarlos de alguna manera, se salieron de lo que se venía tocando hasta entonces y, dicen los que saben, los Beatles fueron los primeros empezaron con esa experiencia de la psicodelia el country, el folk rock, el pop y el barroco, aunque eran inclasificables. Como Atahualpa.
Y expandieron el territorio de una música que venía dada de una manera. Sin drama, ¿en? Porque no entraban ni les importaba entrar en ninguna clasificación, las casillas no se habían hecho para ellos.
Al final, cuando la década del 60 empezó a morir y los Beatles se separaron, comprendió que era lo lógico. Que era mejor eso antes que seguir juntos haciendo siempre lo mismo, repitiéndose una y otra y otra vez, como esos viejos que, cerca del cajón, remachan siempre sus frases de cabecera, quizás con la esperanza de permanecer en la memoria de los que quedan, una vez que se van para toda la vida al pago de los antarqueados.
Cuando llegó el año 1970 supo que pasaría la vida extrañando a Los Beatles, pero no lo que habían sido, sino la sorpresa de seguir descubriéndolos. Añoraría desde entonces y hasta el día de su muerte al joven que había sido en ese tiempo.
El resto fue solamente envejecer y seguir siendo.
Durar.
Juan Manuel Aragón
A 17 de marzo del 2025, en Tintina. Observando el nublado.
Ramírez de Velasco®
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