Vendedor de juguetes en el primer piso del mercado Unión |
Crónica dedicada al amigo Claudio Díaz Chevalier, quien me aleccionó sobre los bandeños
Esencial es aquello que una cosa sea lo que es y no otra cosa, lo definitorio de algo o alguien, el componente que, extraído, convierte a algo en algo distinto o en nada. Un hombre sin brazos, sin piernas, sigue siendo hombre, sin cabeza sin corazón es un cuerpo muerto. La esencia del automóvil, como su nombre lo indica, es “auto” y “móvil”, pues tiene autonomía para moverse sin una fuerza extraña, como caballos, burros, bueyes.Las ciudades también tienen su atributo particular, su jugo concentrado, a partir del cual se las identifica, y por el cual muestran sus características únicas y hacen que apenas uno las nombre, sepa si es esta, esa o aquella, más allá del lugar del mapa que ocupan.Como La Banda, en Santiago del Estero, a la que se identifica por una serie de caracteres, sin los cuales sería cualquier otro lugar del esférico globo terráqueo, pero cada uno. Pero puestos uno detrás del otro, le otorgan sus señas particulares, la marca original y el rastro que va dejando su gente en la historia de la provincia, de la Argentina y quizás del mundo.
No sería lo que es sin las avenidas Belgrano, Besares, San Martín, Bolivia y Aristóbulo, cada una con una personalidad distinta, bien definida, sus rasgos marcados como surcos puestos de manifiesto por los años, arrugando el rostro siempre amable de sus casas. Y otras, por supuesto, la pintoresca España, la interminable San Carlos, la popular Alem y la 25 de Mayo, acompañando las vías del tren hasta la bellísima, tranquila y aseada San Ramón.
Qué sería de La Banda sin Olímpico, Tiro, Sarmiento, Central Argentino, Agua y Energía, Villa Raquel, Argentinos del Norte, Banfield, Villa Suaya, San Isidro, Villa Unión, San Carlos, cada uno con sus colores, sus hinchadas, sus recordadas hazañas y campeonatos ganados. O perdidos en tiempo de descuento, a causa de un referí, hijo de una buena señora de quien por siempre se acordarán.
La Banda es el recuerdo de Dalmiro Coronel Lugones, Atoio, el Chino Garnica, Tarzán Checo, Cóligo, Carlos Carabajal, el profesor Domingo Bravo, bandeño por adopción, lo mismo que Julio Argentino Jerez, de Cúyoj o Ricardo Dino Taralli, rosarino pero afincado en La Banda, más precisamente en la España. Y otros que engalanaron la ciudad con su música, sus poesías, sus anécdotas o una avasallante personalidad que los hicieron conocidos en el mundo y amigos de todos en este pueblo.
Sin olvidarse del perfumado recuerdo de las hermanas Briones, Blanca Lelia Irurzum y tantas y tantas y tantas damas que dieron lustre a la cultura y a la educación bandeña. Vaya un especial recuerdo para mi tía abuela Sara Edith Basualdo de Arnedo, regente por muchos años de la escuela Normal (y un saludo cariñoso a sus hijos, nietos y bisnietos, mis parientes).
Sin sus malos gobiernos, del 83 para aquí, la ciudad sería otra cosa. Desde que llegó la democracia se las tuvieron que ver con gente que dejó que sus calles se hicieran mil pedazos, talaran sus árboles, convirtieran la sede de la Municipalidad en una cueva oscura y la suciedad la invadiera con prisa y sin pausa por todos sus rincones. Sus autoridades y su dejadez provocan la inundación de varios barrios apenas caen dos gotas, hicieron crecer los basurales sólo por no comprar camiones recolectores y el pasto se levanta por todas partes hasta convertirse en altos bosques repletos de alimañas, desde arañas y víboras hasta, quizás, pumas y chanchos del monte.
La Banda también es hoy una ciudad casi nueva, con los barrios que se levantó el gobierno de Santiago en sus orillas, durante los últimos años, repletos de gente que se vino a vivir desde todos los rincones de la provincia y de más allá también, de suerte que hay un muestrario más rico de culturas, y modismos que por ahí sorprenden al nacido y criado de este o del otro lado de la vía.
Los viejos extrañan el bar de Camilo, también llamado el “Serpentario”, por sus contertulios, la Alhambra, que en sus últimos tiempos era una sombra de sombras de los buenos tiempos, Turichi, reducto de ferroviarios, mayormente de “Vías y Obras” que se juntaban a la salida del trabajo a tomar una ginebrita.
¿Yo, pregunta? Siempre que voy quisiera verlo, pero ya no está, mi amigo Jesús del Carmen Martínez, “Chito”, fotógrafo del bautismo, primera comunión, cumpleaños de quince y casamiento de tantas chicas bandeñas. Quisiera visitar a Roberto Díaz Chevalier, en su hotel “El Cid”, amigo de los que no empardan y que también se marchó para el lado del silencio sin retorno.
Cuando vengo de regreso a Santiago por la Alberdi, ya ni busco el refugio pago de una vieja soledad, porque no está “Cariñito”. Y sigo de largo.
©Juan Manuel Aragón
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