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ZOCO La leyenda de Parque de Grandes Espectáculos

El parque de Grandes Espectáculos

A mi amigo Nano Gigli

*Por Jorge Eduardo Rosenberg
Municipal y socialmente deleznable, la destrucción del Parque de Grandes Espectáculos resultó un atentado contra la salud física y mental de la población de Santiago del Estero.
Si uno se pone a pensar en términos organicistas, la Plaza Libertad es el ombligo de la ciudad, y el maravilloso Parque de Espectáculos ha sido durante muchos años su corazón palpitante. Ahora que los destructores de la salud pública yacen en el olvido, voy a intentar revivir aquello, impulsado por el aroma de santarritas y jazmines que traen de regreso en el plumaje de los pájaros del parque.
Situado en el mismísimo centro del Parque Aguirre, obra irremplazable realizada por Guillermo Renzi, cercado por una tapia blanquecina, el Parque de Grandes Espectáculos oficiaba de Edén en la escatología de los bailarines santiagueños de la noche. Ya ubicados, queridos comprovincianos, no tenemos más remedio que ir a bailar, divisar una mujer celeste sentada entre aquellas sillas coloradas de lata, junto a sus padres y hermanos, llegar más cerca después de haber caminado como cincuenta metros para cruzar la pista y con un indefinible ademán invitarla a danzar, si no estaba sudada, claro, como le habían contestado a uno una vez. Qué lujo, ¿no? O como aquella vez que me han contado que le había dicho a una señorita “¿Bailamos?”, recostada muy displicente en el respaldo de la silla, estirando la pierna le había contestado: “Estoy comprometida a bailar con ese otro”, señalándolo con la pata.
Yo miraba aquello con ojos de niño, no conocía el horror, no concebía la existencia ni el sonido de la palabra desesperanza, en aquel lugar no cabía la desesperanza, miraba con ojos de jabón Pinche que me daba la luna en una ciudad rampante, de gran escozor en su nuca, una ciudad con sangre de pájaro y que hacía escribir a algunos poetas con esa sangre en el blanco y negro de una hoja blanca de papel.
El Parque de Grandes Espectáculos tenía cien metros de largo y como cuarenta de ancho, tenía en sus laterales de afuera veinticuatro bancos como de mosaico combinado con mayólicas de colores. Así como la ciudad de Ámsterdam es un jardín de tulipanes, así como la inimaginable Saba era el país de las especies, aquellos costados de afuera del Parque de Espectáculos eran como me imagino debe haber sido el Edén. En esos costados escondíamos el amor para protegerlo de los malos tratos y de una sociedad limpia y pura que nos mandaba la policía, besos a hurtadillas, el esplendor de una mujer y un hombre en la cima de la vida. Los dos bancos de madera estaban en la entrada, mamita mía, aquella pieza vacía y sin techo de la parte de atrás de la confitería El Kakuy, justo al frente de la entrada, mamita mía, la policía no nos dejaba en paz, la policía montada siempre fue insistente en eso, por entonces uno no sabía si besaba los labios de una mujer o la jeta de un caballo, qué tiempos. La cagada era que tampoco nos dejaban vender bombitas por arriba de la tapia en carnaval. No nos dejaban besar, no nos dejaban vender, realmente existe una generación de santiagueños que ha conocido varios horrores, no solamente uno.
Dos pistas simultáneas a toda velocidad, la gente bailando con la voz de Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños que una noche le dedicó un tango al cuerpo de paracaidistas santiagueños, que eran los changos que estaban trepados en los eucaliptus de afuera para poder ver. Los Cinco Latinos, Oscar Alemán, Alfredo De Angelis, Canaro, Hugo del Carril, Washington Bertolín que actuaba cada rato.
En el centro, entre las dos pistas, la imponente confitería estilo barco, allí se cenaba en cubierta y desde allí arriba se proyectaba cine sobre la pantalla del escenario, los mostradores de la confitería eran de granito y daban vuelta. Hacia atrás, junto al escenario, para un lado la entrada de artistas, y para el otro el depósito de botellas. La cabina de música y transmisión tenía dos platos, para dos discos, mientras terminaba una pieza se le cambiaba la púa para la otra, por lo tanto la capacidad de seducción bailando tenía una duración muy limitada, apenas había empezado a acercarse a la oreja de la señorita ya había que sentarse, o quedarse parado frente a frente en la pista ante la mirada inquisidora de toda la familia correspondiente.
Me cuentan de los bailes de la primavera, la elección de la reina de la primavera, como lo fue Ethel Rojo, la Lilicha Lucatelli, Frida Osimani, y que una noche, Ottinetti, el gran administrador y locutor, se había empecinado en que él iba a presentar a la nueva reina, y bien señoras y señores, ha llegado el momento culminante de la noche, la bella reina del año pasado va a entregar a la flamante reina de este año su cetro, y un ramo de flores de durazno al natural… ¡uhá!, dice que había dicho.
Y la otra vez, que dice que estaba cantando boleros Mario Clavel y que mientras cantaba uno de los músicos de la orquesta le tinquiaban las juanitas del hombro del saco, y cuando estaba cantando Granada, se había tragado una juanita, una juanita pero gorda, como las de entonces, me imagino lo que habrá sido eso, quishquido de juanita.
La Orquesta Gigante del Parque bajo la dirección de Frank Bocter, que tal. La familia Gigli en primera fila, la noche que estuvo Xenia Monti con el elenco del Folies Bergere. La actuación de las estudiantinas de los hermanos Gigli por el Colegio Nacional merecen un renglón aparte.
El tenor mexicano José Mojica que cantó sobre el escenario con su vestidura de fraile franciscano, y como cantando no podía decir de bellas mujeres, había dicho de lindos claveles.
El señor Dorio Dante Ottinetti, encargado de los contratos artísticos que solía consignar que en caso de un fenómeno atmosférico se dejaba sin efecto el contrato, no sólo por lluvia, también viento, granizo, polvareda y demás.
Estaban las carreras de autitos a pedal que transmitía Fidel Oubiña por LV11, allí nació “El autito loco”, mi hermano mayor, que había dicho por radio que si perdía la carrera lo iba a hacer mierda al auto.
Se recuerda al gaucho hilacha, ni más ni menos que el fabuloso Pinillo, bailando chacarera contrapunto con otro, dos hombres bailaban la chacarera La Muerta que se llamaba, y al final uno se tiraba en el escenario como muerto. La famosa tijera de Ottinetti, a Ariri me refiero, al otro, al padre del Negro y del Gringo, con una enorme tijera de cartón hacía como si cortara en dos a los participantes de los concursos de aficionados que no gustaban. En Santiago, por entonces, no había psicoanálisis, si no ya hubieran sacado una de esas escenas para un logotipo de propaganda, el ser humano dividido, un libro que deshoja por una ráfaga de días en el amanecer.
Se hace muy necesario nombrar a Homero Luna, a Rodolfo Scillia, Omar Chipolatti, a Lulo Gorostiza, entre los más importantes animadores del más espectacular de los lugares públicos que ha tenido la ciudad de Santiago del Estero.
La felicidad de aquellos bailes populares comenzaba de rigor con “Polvo de estrellas”, por Arty Shaw, y la última pieza era el tango “El amanecer”, indefectiblemente todo finalizaba a las tres de la mañana, no era el amanecer, el amanecer era sólo música que miraba Paco Lledó fumando un Pall-Mall, acomodándose su eterno saco blanco a un costado de la pista, calculando con esos ojitos qué método iría a utilizar para salir ganado en la película de esa noche de su vida.
Una pareja en el tiempo se ha quedado bailando sola en la pista vacía, ella lleva puesto un vestidito de seda rosita, los inunda el perfume de jazmines a su alrededor, aquel perfume de amar y de soñar.
Cuando nuestro Parque de Grandes Espectáculos fue destruido por los enemigos de la salud pública provincial, un hombre se pegó un tiro una siesta junto a la puerta de entrada, y la fiesta memorable terminó.
*Tomado de "El libro del Zoco I".
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Todos los años se realizaba una gran fiesta para las quinceañeras. Venía un actor joven que nos hacía bailar. En mis 15 vino Gastón Marchetto. ( No sé qué fue de él después)
    Las veces que fuí me acompañaron mis padres.
    Si un muchacho quería sacarnos a bailar, debía cruzar toda la pista.
    Lindas épocas.

    ResponderEliminar
  2. Marchetti murió a los 23 años en un accidente de
    Tránsito en 1961

    ResponderEliminar
  3. Ramón Ernesto Acosta23 de octubre de 2024, 19:27

    Buenos comentarios para un escrito genial

    ResponderEliminar

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