Cárcel de Villa Urquiza, Tucumán |
El 6 de septiembre de 1971, el Ejército Revolucionario del Pueblo asalta la cárcel de Villa Urquiza en Tucumán, hace fugar a 18 delincuentes y mata a seis policías
El 6 de septiembre de 1971, el Ejército Revolucionario del Pueblo asaltó la cárcel de Villa Urquiza en Tucumán e hizo fugar a 14 delincuentes subversivos, cuatro delincuentes comunes, dejando tras de sí seis muertos.La acción de los delincuentes llevó a la muerte al sub comisario Raúl Villagra, el suboficial mayor Francisco Lobo, el sargento primero José Abregú, el sargento Carlos Rojas, el soldado Juan Ordóñez y el conserje Marcos Cáceres. Sus deudos jamás pidieron una indemnización al Estado por estas muertes.Los fugados más importantes fueron Benito Urteaga, Juan Manuel Carrizo, Manuel Negrín, Roberto Coppo, Juan Santiago Mangini, Luis Yñaez, Ramón Rosa Jiménez, llamado también “Ricardo” o “El Zurdo”, Humberto Pedregosa, “Gerardo”, que era un cuadro militar y miembro del Comité Central del grupo de delincuentes y Carlos Benjamín Santillán, casado con la escribana María Cristina Lanzillotto, hermana de Ana María, esposa de Domingo Menna, “Gringo”.
El escape comenzó cuando entró al penal un camión con garrafas para la granja de la cárcel, en la que trabajaban varios presos del Partido Revolucionario de los Trabajadores, brazo político de la organización terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo. Al terminar la descarga y cuando el camión se retiraba, se paró frente a la guardia por un aparente desperfecto.
Los presos estaban en ese momento, vendiendo los productos de la granja que explotaban en las inmediaciones del portón de acceso, con autorización del penal. Otros estaban dentro aguaitando hablar con un abogado partícipe de los hechos.
La fuga tuvo varios pasos previos, como reducir a los policías de la Sala de Guardia, reducir al personal administrativo y cortar los teléfonos, detener a unos treinta policías que estaban en sus dormitorios y controlar a los guardias de las garitas.
A pesar de que la fuga fue un éxito, no pudieron saquear la Sala de Armas por la férrea resistencia del jefe de Guardia, el oficial de Tiro y el sargento encargado de cuidarla.
Esta acción en Tucumán fue un eslabón más de una violenta escalada subversiva en el país. El Ejército Revolucionario del Pueblo sumió a la Argentina en una espiral de asalto de bancos, ocupación de comisarías, asesinatos en la vía pública de policías y empresarios, secuestro de diplomáticos extranjeros y atentados con bombas. El país vivía un baño de sangre, organizado, financiado ideado desde Cuba.
Cuando la Cámara Federal Penal, también llamado “fuero antisubversivo”, comenzó a funcionar con eficacia, muchos autores de los atentados y sus cómplices comenzaron fueron presos.
El clima a de guerra armada revolucionaria provocó que el viernes 3 de septiembre se constituyera la Asociación Gremial de Abogados, la cantera de la que salían los defensores de los delincuentes. Varios de ellos eran simpatizantes de los terroristas o miembros disfrazados de las organizaciones de delincuentes.
Entre los defensores de los delincuentes armados estaban en primer lugar Rodolfo Ortega Peña y su socio Eduardo Luis Duhalde. Pero también figuraban Rodolfo Mattarollo, Roberto Sinigaglia, Mario Hernández, Mario Kestelboim, Esteban Righi, Miguel Radrizani Goñi, Alejandro Teitelboim, Silvio Frondizi, Luis Cerrutti Costa, Gonález Gartland, Vicente Zito Lema, Mario Landaburu, Amilcar y Manuela Elmina Santucho, Isidro Ventura Mayoral, Alicia Beatriz Pierini, Hugo Vaca Narvaja Yofre, Martha Oyanaharte, Jorge de la Rúa, Gustavo Roca, Hipólito Solari Yrigoyen, Felipe Rodríguez Araya, Mario Amaya.
Casi todos los evadidos fueron recapturados por la policía tucumana inmediatamente y la fuga tuvo una limitada repercusión periodística a pesar de la enorme crueldad ejercida por los delincuentes. En el único lugar que hubo una gran cobertura periodística fue en Tucumán. Es que los delincuentes socialistas habían acostumbrado de tal manera a la sociedad, que nadie se alarmaba por la muerte de media docena de policías.
Más allá de sus parientes, pocos los lloraron.
©Juan Manuel Aragón
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