Ilustración para el cuento |
De la vez que se enamoró de una chica que conoció en una parrillada, lo que pasó luego y cómo fue que descubrió la oscura verdad de ella
Josefo cuenta que La vio por primera vez mientras cenaba en una parrillada de la Ruta 34, en Beltrán o cerca de Beltrán, lo mismo es. Pensó que era un lugar poco glamoroso para conocer una mujer tan bella. Le hubiera gustado que fuera en una florería, en la plaza Libertad, en un baile de máscaras o, aunque más no fuera, en la sala de espera de un médico, en cualquier otra parte.Al rato de haberla visto, se olvidó y cuando él iba al tualé, ella estaba volviendo. Al cruzarse se rozaron levemente y, justo —justito —en ese momento se le cayó la cartera. Todo un caballero, la levantó y se la entregó. Le regalaron una sonrisa inmensa y hermosa.En ese momento, lo que es la vida, ¿no?, supo que algo iba a pasar entre ambos. Durante todo ese almuerzo no dejaron de lanzarse miradas, primero tímidamente, después cada vez más intensas. Estaba acompañada por un tipo, él no lo conocía y tampoco le importaba.
Unos días después, la chica lo llamó por teléfono. Dijo que había conseguido su número por unos amigos comunes. Conversaron un rato y al final la invitó a tomar algo esa misma noche.
Al toque se pusieron de novios. Y comenzó uno de los tiempos más hermosos de su vida. Descubrió que tenía un carácter chispeante, lleno de vida, que le gustaba bailar, cantar, salir con amigos, compartir las cosas hermosas de la vida.
Dijo que nunca se aburrió con ella, siempre tenía una salida ingeniosa, a veces con una sola palabra que lo descolocaba. Y casi siempre terminaban a las carcajadas. Además, por si fuera poco, le parecía hermosa. Morocha, como le gustaban las mujeres, de un pelo renegrido y pesado que nunca se cansó de acariciarle.
Siempre supe que ella era una bomba a punto de explotar, debía primerearla cuando llegara el momento. Y estar siempre muy atento, por las dudas.
Una noche salieron a un bar. En un momento ella se levantó, debía ir al tualé. Mientras la observaba caminando, vio que se le caía un pañuelo, quiso levantarse para levantarlo, pero un tipo se lo entregó en la mano, mientras la miraba a los ojos. Ella le sonrió.
Mientras, él advirtió que tenía quizás un minuto o menos para tomar la decisión de su vida. Se levantó de la mesa tratando de parecer natural, encaró para la puerta del bar como si fuera algo que hacía siempre. Y se mandó a mudar caminando ni muy rápido ni muy despacio.
El sábado siguiente volvió al bar. Ella estaba con el tipo que le había levantado el pañuelo, bella como siempre.
La saludó.
Pero ella se hizo la de no conocerlo.
A Josefo la sonrisa no se le despegó de la cara hasta el miércoles siguiente.
Juan Manuel Aragón
A 2 de febrero del 2025, en Santa María. Jugando a la pelota.
Ramírez de Velasco®
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