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Mostrando las entradas etiquetadas como Tío

PALABRAS Palmerín y Amadís no perecieron

Palmerín de Inglaterra Explicación: por qué morir y perecer no significan lo mismo, no son intercambiables a pesar de que llevan en sí, una idea muy cercana Querido tío: Espero que anden bien, yo también, con algunos dolorcitos en las piernas cuando me levanto a la mañana, pero son los años, que nunca vienen solos, como saben decir. Siempre nos acordamos de ustedes y aquí todos les mandan saludos y desean que pasen bien el próximo 17 de agosto fecha que, como usted sabe no es hoy, sino que este año cae el 21, por obra y gracia de la ley. Le cuento, anduve averiguando sobre algunas palabras, tal como me encargó. Le mando las conclusiones de “morirse”, no como una investigación acerca de la muerte sino sobre cómo usamos esa palabra y qué diferencias tiene con “perecer”. Espero que sepa apreciar mi trabajo y a vuelta de correo me diga qué le pareció. Usted sabe cómo aprecio su opinión. Bueno, ahí va. Morirse , como algo recíproco es, literalmente, dejar de vivir. Cualquiera diría que ahí

IDEA Vejez, concepto relativo

Imagen de archivo “Me salió a topar un muchacho de unos veinte años, para darme la noticia de que, quienes buscaba, hacía mucho ya eran tristes finados” “Cómo no voy a estar viejo, si mi sobrino Juan tiene un hijo hombre”. Eso le dijo esa tarde un tío abuelo a mi padre, cuando lo visitamos en el pago. Era chico de 14 años, y me pareció que era un pensamiento interesante: alguien se veía viejo por un detalle que notaba en alguien mucho más joven. También creí, esa vez, que aquellas palabras eran nuevas, estaban siendo inauguradas sobre la faz de la Tierra, algo que no era de extrañar: el mundo todavía se ponía pantalón corto y andaba en quinto grado, tal vez menos. Al tiempo, visitaba de nuevo el pago y al pasar de a caballo por el Bobadal, rumbo al norte a ver unos amigos, me detuve un rato a conversar en la casa de un hijo de aquel tío de mi tata, primo lejano. El hombre tenía visitas en la casa. Una de esas visitas, también pariente, después de saber quién era yo, dijo más o menos lo

CUENTO Cara al sol

El himno de la Falange “La médica seguía viniendo de vez en cuando, sólo que ahora tenía el cabello moro como alpargata de pintor” A veces pasaban días y no lo veíamos, sabíamos que estaba porque a la madrugada venía a comer lo que le dejaba mi madre en un plato cubierto con un repasador, sobre la mesa de la cocina. Otras ocasiones alguno llegaba tarde de la farra, a la noche, y lo topaba saliendo de su piecita, en el fondo, recién despertado. Algunos vecinos lo veían llegar de vuelta, a la mañana tempranito, comentaban que tenía un aire antiguo, sería por la ropa que, según decía la tía Martita, era del tiempo de Perón, pero no cuando volvió de España sino cuando lo largaron de Martín García. Para los chicos no era extraño tener un tío viviendo en una piecita en el fondo de la casa, que siempre, pero siempre, siempre, estaba con la puerta cerrada. Cuando nacieron ya estaba instalado ahí. Si los compañeros de escuela o los vecinos le preguntaban por él, no sabían por qué tanta curiosid