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| Las monjas |
Las monjas en Goldenstein, reclamaron su hogar histórico y recibieron apoyo inesperado de sus seguidores
Esto sucedió realmente en las primeras semanas de septiembre pasado, cuando en los alrededores de Salzburgo el aire ya traía el olor del otoño. Tres monjas ancianas —Bernadette, de 88 años; Regina, de 86; y Rita, de 82— decidieron que no iban a terminar sus días en una residencia de ancianos. Una decisión que en otros parecería una simple rebeldía, en ellas fue un acto de memoria, de identidad y de fidelidad a un lugar que había sido su casa durante décadas: el antiguo convento de Goldenstein.A fines del 2023 la comunidad había sido disuelta y las hermanas trasladadas a un hogar de ancianos. No fue un traslado acordado; ellas sostienen que jamás dieron su consentimiento. El convento, propiedad de la Arquidiócesis de Salzburgo y del monasterio de Reichersberg, quedó cerrado y sin vida. A las monjas se les dijo que su etapa estaba terminada. Pero ellas tenían la convicción de haber recibido una promesa: el derecho a vivir en Goldenstein hasta el fin de sus días.Una madrugada de septiembre, cuando la residencia dormía, las tres salieron con el paso lento pero resuelto de quienes conocen bien su propósito. Con la ayuda de exalumnas —mujeres ya adultas, que las habían tenido como maestras décadas atrás— y un cerrajero que aceptó colaborar, lograron abrir nuevamente las puertas del convento cerrado. El edificio estaba oscuro, silencioso, sin agua ni electricidad. Aun así, cruzar ese umbral significó para ellas volver a respirar.
Instalarse de nuevo no fue fácil. Había humedad, polvo y muebles apilados. Pero en pocas horas empezaron a llegar voluntarias, antiguas alumnas y simpatizantes. Llevaron lámparas, alimentos, medicamentos, mantas, termos de café. Los técnicos restablecieron los servicios básicos. En poco tiempo, el convento abandonado empezó a latir, no solo con la vida monástica sino con el rumor de un apoyo social creciente.
La historia se volvió viral cuando abrieron una cuenta de Instagram. Mostraban su día a día: la misa, la cocina, el rezo de vísperas, los arreglos mínimos para volver habitables las habitaciones. En pocas semanas alcanzaron más de cien mil seguidores. Para muchos jóvenes y adultos, esas imágenes de tres ancianas decididas se convirtieron en un pequeño símbolo de dignidad. Mientras tanto, las autoridades eclesiásticas vieron con creciente preocupación que lo que empezó como un conflicto local tomó dimensión global.
El superior Markus Grasl, responsable de Reichersberg, declaró que la situación era insostenible. Consideró que las condiciones del convento no garantizaban la seguridad de las hermanas y que la fuga era un acto de desobediencia. La tensión pasó de lo anecdótico a lo institucional: de un lado, tres mujeres mayores que reclamaban su hogar; del otro, una estructura eclesiástica que pedía formalidad y obediencia. El hecho de que la comunidad ya estuviera disuelta daba a la Iglesia argumentos jurídicos que las monjas cuestionaban.
A fines de noviembre llegó una propuesta: se les permitiría vivir en Goldenstein “hasta nuevo aviso”, pero bajo estrictas condiciones. Clausura restaurada, sacerdote designado, asistencia médica permanente, control de visitas, uso limitado de espacios, previsión de traslado futuro a una residencia y suspensión total de redes sociales y entrevistas. El documento, elaborado sin su participación, también les exigía renunciar a apoyo legal y poner fin al vínculo con las voluntarias que las asistían desde septiembre.
Las hermanas rechazaron el ofrecimiento. Su abogado calificó el texto como un auténtico contrato de sometimiento. Las religiosas entendían que, al firmarlo, perderían la voz que habían recuperado, volverían al silencio obligado y quedarían a merced de decisiones ajenas sin garantías sobre su permanencia. Dijeron que no habían regresado al convento para encerrarse más aún, sino para recuperar la normalidad de su vida religiosa tal como la habían conocido.
Ante la negativa, la Iglesia anunció que consultaría al Vaticano. El expediente pasó así de un conflicto regional a una instancia canónica mayor. Mientras tanto, en Goldenstein se vive una convivencia frágil pero real: las hermanas mantienen su vida cotidiana, continúan recibiendo ayuda de exalumnas y vecinos, y siguen defendiendo con serenidad su derecho a morir donde vivieron, trabajaron, enseñaron y rezaron durante casi toda su vida adulta.
La disputa sigue abierta. No hay resolución definitiva. Pero lo que ya dejó claro este episodio es que la vejez, cuando se acompaña con firmeza y memoria, puede desafiar incluso a instituciones antiguas. Goldenstein volvió a ser un hogar porque tres mujeres ancianas se negaron a dejarlo morir. Y aunque la Iglesia deba decidir los pasos formales, la historia ya pertenece también a quienes vieron en ellas una lección inesperada de coraje y de fidelidad.
Fuentes
CNN
The Guardian (Reino Unido)
Infovaticana
Euroweekly News
Emol
La Prensa Gráfica
El Territorio
El Tiempo
Ramírez de Velasco®



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