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TELEVISIÓN La caída del espectáculo más visto

Cortando una pollera

Pasó de dominar la pantalla a ser un recuerdo incómodo del exceso, la frivolidad, la pollerita, la procacidad

El tipo recibió críticas por la sexualización y exposición de mujeres en su programa, no solo por su formato sino también por el vestuario. Lo acusaron públicamente de promover una televisión chabacana y sensacionalista en ShowMatch y Bailando. Hubo quejas por humillaciones y peleas en pantalla entre participantes —con llantos y escándalos armados— y discusiones sobre favoritismo o arbitrariedad del jurado. Pero, ¿sabe qué? Sobrevivió porque era el dueño absoluto del rating. No alcanzaba con una caña para tocarle el cu…erpo a la cantidad de audiencia que sumaba noche tras noche.
Siguió siendo el rey, aunque lo cuestionaban especialistas por dar un ejemplo negativo al reestrenar su programa en plena pandemia, cuando todos los demás artistas tenían el acceso restringido a la televisión. Sumó críticas por explotar, en sus programas, la vida privada de los participantes. Lo señalaron por contenido misógino o machista en sketches y comentarios. Y no escapó a las controversias por contratos y condiciones laborales del staff y los bailarines. Su sonrisa compradora, su picardía de porteño que se las sabía todas, pasaban por encima de cualquier restricción. Porque, ¿quién se animaba a decirle algo sin quedar como un envidioso?
Fue acusado de manipular votaciones telefónicas y de arreglar formatos de competencia. Lo criticaron por exponer conflictos familiares en televisión y redes. Se debatió su poder en los medios y su influencia política y empresarial. También lo cuestionaron por humor ofensivo o de mal gusto en ciertos segmentos. Toda su chabacanería se justificaba bajo el paraguas del horario de protección al menor. Hubo mujeres que mostraron todas las partes de su cuerpo, y él recibió una multa que, para su bolsillo, no era más que un vuelto de caramelos.
Y hubo más. Asociaciones serias protestaron por la representación estereotipada de sexos y cuerpos. Lo criticaron por el tratamiento de temas sensibles, por mezclar entretenimiento con campañas publicitarias encubiertas y por declaraciones polémicas de invitados o jurados. Pero al tipo nada le importaba. En horario casi central, las empresas pagaban fortunas por segundo para que las nombren. El dios Dinero hacía de las suyas sin problemas.
También se debatió sobre el papel del jurado y los comentarios sexistas hacia las concursantes. Reclamos por el uso de imágenes sin permiso y hasta conflictos legales. Polémicas por realities que explotaban dramas personales para sumar rating, y críticas por el manejo de crisis internas, renuncias y salidas de figuras. Gente grande, supuestamente formada, seguía sus programas con avidez infantil: tomaba el teléfono y votaba por artistas que buscaban desesperadamente trascender, aunque fuera mostrando un pezón mal acomodado, un pelo que sobresalía o un miembro abultado.
Lo acusaron de priorizar el rating por encima de la ética periodística. Hubo reproches por mantener figuras con historial polémico, por lenguaje considerado denigrante y por incumplimientos contractuales en producciones y giras. No faltaron los escándalos de pareja, separaciones ni exabruptos familiares ventilados públicamente.
Pero nada lo afectaba. Una mayoría de la audiencia argentina lo seguía a muerte. Sus programas eran comentados por diarios supuestamente serios. Se montó toda una parafernalia de programas de la tarde dedicados a desmenuzar lo que él había hecho la noche anterior. La televisión estaba rendida a sus pies.
En sus tiempos de gloria
Tuvo, cómo no, llamados de atención oficiales por el contenido. Recibió multas, fue acusado de nepotismo y favoritismo interno, señalado por el uso de menores en contenidos que generaron alarma social y por la pobreza artística de los formatos que impulsó.
También hubo controversias por el manejo de espónsores en segmentos solidarios, quejas por falta de transparencia en sorteos, escándalos por chimentos de su entorno y reclamos por la impunidad de sus conductas repetidas.
Pero el tipo seguía y seguía. Fue el rey indiscutido durante más de veinte años, y todas las críticas parecían salir de los envidiosos de siempre, los que no soportan el éxito ajeno. Si alguien osaba enojarse por la tracalada de barbaridades que hacía, las respuestas eran siempre las mismas: “qué te ha hecho”, “por qué te molesta”, “no lo veas”, “hace beneficencia”, “el espectáculo es así”, “cambiá de canal”, “a la gente le gusta”, “sí, pero me entretiene”, “es lo único que hay para ver”, “apagá el televisor”, “es simpático”.
Hoy, los mismos que lo mantuvieron en la cresta de la ola ya ni se toman el trabajo de condenarlo. Están en otra cosa. Sus televidentes migraron a las pantallitas de los celulares, donde miran estupideces quizá cien veces peores que las de su televisión. No lo dejaron de querer, ni recapacitaron, ni lo odian por haber deformado a sus hijos: simplemente lo soltaron, lo dejaron a campo abierto, a merced de los leones, sin siquiera dedicarle una mirada de indiferencia.
Agobiado por deudas millonarias, cada tanto aparece alguna noticia: que viajó, que compró un caballo de salto para una hija, que se refugió en su chacra barra mansión en Punta del Este o que se peleó con una novia carísima en dólares. Sigue su vida opulenta, mientras cientos de miles de sus antiguos televidentes miran otras bazofias en sus teléfonos.
Quizás lo único que no se le puede reprochar del todo es que, cuando aparecía en la tele, la familia se reunía frente al aparato después de las diez de la noche. Estaban todos juntos, viendo lo mismo —aunque fuera una porquería—: el padre, la madre, los hijos, la abuela, el tío. Hoy cada uno mira la mugre que le propone el telefonito, en la más absoluta soledad, sin saber qué les pasa a sus padres, a sus hermanos o a sus hijos, porque Netflix, o lo que fuere que miren, les importa más que estar en familia.
Cientos de los que él ayudó a conseguir un lugar en el espectáculo y a ganar dinero ya abandonaron el barco. Las mujeres que lanzó a la fama eran de esas que se ríen con el estómago, con la carcajada violenta de la gente de mala calaña, por decirlo suave. Hoy cada una está en lo suyo, mientras él se debate entre un lujo que ya no puede sostener y deudas que tal vez nunca pague. Su tiempo se acabó. Cuando tuvo que ser inteligente, gastó más de lo que le daba el cuero. Se endeudó creyendo que lo de un momento era para siempre. Se concedió lujos innecesarios, como todos los lujos, bah.
Quizás no sean los acreedores los que le pasan factura, sino los cientos de miles de cerebros de niños que ayudó a vaciar, las mujeres que se sintieron humilladas cuando él cortaba polleritas ante las carcajadas de su elenco de reidores. Quizás sea la vida, nomás, que lo pasó por encima y lo dejó a un costado, como a tantos otros que creían que eso no les iba a pasar.
Y les pasó.
Juan Manuel Aragón
A 14 de noviembre del 2025, en La Florida, Pellegrini. Viendo pasar los aviones.
Ramírez de Velasco®

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