Napoleón Bonaparte |
Para qué han vivido los grandes hombres de la humanidad y cómo los recuerdan
En la antigüedad uno se podía llamar Aristóteles y ser de Estagira o ser Arístocles y tener de apodo Platón o haber nacido Cicerón para ser retórico romano o Napoleón Bonaparte, general y emperador francés o Manuel Belgrano, licenciado y general porteño. Bien o mal, hacía cosas, pensaba, escribía, enseñaba, daba discursos memorables, viajaba, volvía, guerreaba y hacía la paz, ganaba y perdía. Cada uno de sus actos han sido considerados al detalle por historiadores de toda laya.
Ellos y también Miguel de Unamuno, Sócrates, hijo de una partera, René Descartes, William Shakespeare, Miguel de Cervantes, Charles Darwin, Julio César, Albert Einstein, Jorge Wáshington, Isaac Newton, Pitágoras y tantos y tantos y tantos otros conocidos o más o menos, tuvieron vidas interesantísimas. Con cada uno se enriquecieron las ciencias, las artes, la guerra, la filosofía, la literatura, en fin.
En el medio hubo algunos hombres distinguidos por la historia, que se mandaron sus macanas también, ¿no? Como Juan Domingo Perón, que tanto decía "la fuerza es el derecho de las bestias", como "por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos". En ese sentido era magistralmente ambivalente —iba a poner ambidiestro y también le habría cabido, pero luego pensé en la horda descamisada de sus seguidores y detuve la mano— como otros dictadorzuelos que son o han sido en el redondo mundo.
Cada uno habrá tenido sus cositas, como todos. Pero eran gente seria, que no andaba por la vida tratando de ser famoso por tonterías. De hecho, quizás la mayoría habría rechazado el moderno concepto de fama si en su momento se lo hubieran presentado, no como una posibilidad, sino solamente como una idea. Les hubiera parecido algo zafio, torpe, propio de patanes o zoquetes, cazurros y zafios.
A lo que voy. Es casi seguro que la mayoría de esas grandes personalidades se remueve en su tumba cada vez que alguien inventa una frase estúpida y le pone su firma o trae a colación una verdad que dijo, pero fuera de contexto o repite algo auténtico, pero que suena zonzo de tan repetido.
En ese sentido, Napoleón Bonaparte, oiga bien, el gran Napoleón Bonaparte, que tuvo a Europa en un puño y se le escapó Rusia por un invierno, que se hizo coronar emperador en el país de la ´Liberté, égalité et fraternité´, el de los Cien Días, que si todo le salía bien hacía pedazos a los invencibles y siempre orgullosos ingleses (cierro hipérbole), hoy es conocido sola y exclusivamente por aquella frase: “Vísteme despacio que estoy apurado”. En serio, ¿no es una pena?
Jorge Luis Borges tal vez se reiría si supiera que más de uno lo confunde con el autor del poema de los helados que no es de él, después de todo lo que escribió. Descartes quizás comprendería que hoy solo lo recuerden por su “cógito ergo sum”, porque después de todo no está mal. Pero es casi seguro que, si volviera a la vida, Napoleón se apagaría un balazo en los compagnones al enterarse de que lo único que queda de él en este vasto mundo es esa frase pedorra.
©Juan Manuel Aragón
Cada uno habrá tenido sus cositas, como todos. Pero eran gente seria, que no andaba por la vida tratando de ser famoso por tonterías. De hecho, quizás la mayoría habría rechazado el moderno concepto de fama si en su momento se lo hubieran presentado, no como una posibilidad, sino solamente como una idea. Les hubiera parecido algo zafio, torpe, propio de patanes o zoquetes, cazurros y zafios.
A lo que voy. Es casi seguro que la mayoría de esas grandes personalidades se remueve en su tumba cada vez que alguien inventa una frase estúpida y le pone su firma o trae a colación una verdad que dijo, pero fuera de contexto o repite algo auténtico, pero que suena zonzo de tan repetido.
En ese sentido, Napoleón Bonaparte, oiga bien, el gran Napoleón Bonaparte, que tuvo a Europa en un puño y se le escapó Rusia por un invierno, que se hizo coronar emperador en el país de la ´Liberté, égalité et fraternité´, el de los Cien Días, que si todo le salía bien hacía pedazos a los invencibles y siempre orgullosos ingleses (cierro hipérbole), hoy es conocido sola y exclusivamente por aquella frase: “Vísteme despacio que estoy apurado”. En serio, ¿no es una pena?
Jorge Luis Borges tal vez se reiría si supiera que más de uno lo confunde con el autor del poema de los helados que no es de él, después de todo lo que escribió. Descartes quizás comprendería que hoy solo lo recuerden por su “cógito ergo sum”, porque después de todo no está mal. Pero es casi seguro que, si volviera a la vida, Napoleón se apagaría un balazo en los compagnones al enterarse de que lo único que queda de él en este vasto mundo es esa frase pedorra.
©Juan Manuel Aragón
Muy acertado Juan Manuel!!
ResponderEliminarMuy bueno Juan, interesante
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