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AMPATU Feo en primera persona

Sapo muerto en el pavimento

"No como cascarudos para caer simpático a las mujeres de las asociaciones protectoras de animales…”

Soy el sapo: el bicho más feo de la Creación. Mansito, de alma tranquila, pero sin amigos a la vista, al menos. Cada vez que me molestan me orino del susto y, por esa costumbre nomás, me han inventado fama de venenoso, animal peligroso. Tené cuidado, te va a ishpar, dicen. Soy más bueno que el pan francés. No tengo enemigos en el monte: me quiere el león, me quiere el quirquincho, me quiere la bumbuna. No soy amigo de ninguno, pero me respetan porque los mantengo limpios de insectos, que son mi comida preferida.
Vivo detrás de los tinajones aguaitando la noche para salir a trabajar. No como cascarudos para caer simpático a las mujeres de las asociaciones protectoras de animales, como algunos creen: lo hago porque tengo hambre, así de simple. No soy sinuoso como la víbora ni ágil como la liebre; por eso, a cada rato, algún auto me atropella. Entonces mi destino es morir aplastado y quedar finito, hecho una chancleta de gordo.
Sin embargo, soy manso y sereno. No desato estampidas, no tengo enemigos declarados y tampoco invado la casa de nadie como la zumbona abeja o la silenciosa hormiga. Pocos se acordaron de mí, salvo el músico Jorge Hugo Chagra y el poeta chileno Alejandro Flores Pinaud, que escribieron “Sapo Cancionero”. Una de las versiones que más me gustan es la de Jorge Cafrune, aunque no hay folklorista que no la haya cantado.
No vivo sólo en lagunas: también estoy en la cuneta de caminos, en charcos, represas, diques, lagos, ríos y arroyos. Cuando uno de los nuestros envejece y no quiere seguir viviendo, lo acompañamos hasta la orilla de la ruta más próxima a su domicilio. Ahí, en la oscuridad de la noche más negra, los vehículos hacen lo suyo y se lo llevan para siempre, sin que el chofer del Flecha Bus o del Mercedes 1114 se enteren siquiera que se llevaron a uno de los nuestros, quizás buen cantor, pero siempre buen padre de familia. No somos bichos canfinfleros ni andamos palanganeando de nada, si no tenemos por qué. Llevamos una vida simple: nacer, crecer, aparearnos, criar a los hijos y morir.
Me dieron un nombre modesto, casi invisible. Para todos soy el sapo; los quichuistas me llaman ampatu. No necesito más, porque no quiero darme de qué, posar de lo que no soy. Dios me dio un traje color tierra y una existencia gris y amorfa, así, quietito y paciente, aguardo a los bichitos que serán, casi siempre, la cena de mi largo día, durmiendo agazapado. Soy animal nocturno: aparezco cuando el mundo entero se apaga.
Y menos mal que no soy inmenso de grande. Si tuviera el tamaño de un perro, los cazadores hace rato se habrían ocupado de borrarme del mapa, sólo por no soportar un bicho tan antiestético en sus sembrados, en sus bosques o en sus casas.
Soy ese viejo, feo, pelado, repleto de arrugas y con un inmenso lunar al lado del ojo, al que miras con horrorizada fascinación cuando vas en el ómnibus, en la sala de espera del médico, sentado en la plaza con la señora. Capaz que por ser tan espantoso y porque mi carne tiene fama de ser venenosa, vengo sobreviviendo desde el tiempo de los grandes dinosaurios.
Eso sí, el día de tu muerte, si ha llovido hace poco, sacaré mi guitarra y cantaré cerca en el cementerio, haciéndote compañía hasta que tu alma llegue al Más Allá.
Juan Manuel Aragón
A 1 de diciembre del 2025, en Las Delicias. Visitando amigos.
Ramírez de Velasco®

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