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CABLES Europa queda lejos

Imagen de José Pablo Ureña, intor costarricense

Los pueblos se quedan sin árboles porque las cuadrillas de la empresa de luz cortan ramas y el sol cocina gente bajo una trama de cables y promesas

Mientras se arriman los días del verano santiagueño, ese calor pegajoso como novio nuevo, vuelve la imagen absurda: los dos diarios grandes que antes sabían ser, mandando periodistas a buscar nieve. Sí, nieve. En Santiago del Estero. Los tipos se pasaban el invierno rastreando copos como si fueran diamantes, convencidos de que la civilización venía en escamas blancas, rubias, europeas.
Si alguna vez hubieran caído cuarenta centímetros sobre algún pueblo, los techos de chapa se habrían venido abajo y los diarios habrían gritado al otro día que al fin habíamos entrado en el Primer Mundo tan ansiado. La frase de Domingo Faustino Sarmiento todavía flota como un chiste viejo: “Nieve es cultura”.
Aquí lo que sobra es fuego. Lo que habría que buscar es el punto exacto en que el sol empieza a cocinar la gente. Cómo se las arreglan los chicos y los viejos cuando el aire se vuelve cemento. Eso sería noticia.
La provincia no necesita nieve. Precisa árboles. Pero las cuadrillas de la empresa de la luz siguen cortando ramas para que no toquen los cables, dejando los pueblos pelados, desprotegidos. La Banda, la capital, todas igual: cemento, cables, un horno.
Salgan a buscar el calor, changos. Caminen las calles, los polvorientos caminos, la Belgrano larga un humo transparente en las siestas del verano, una reverberación puja por llegar al sol. Eso debieran fotografiar. Miren cómo se cubre la gente, con qué trapos, con qué ingenio, y díganles que el árbol que hoy cortan es la única sombra que les queda.
Las ciudades ya son un hervidero de cables. Sombras de alambre, escuálidas, que no alcanzan ni para tapar un triste perro flaco.
Pidan que en los pueblos no amontonen casas. Dejen un patio para criar una gallina, un chancho. Si no, no queda ni espacio para respirar.
Busquen el calor en los bordes de las salinas, en los lugares donde el suelo se cocina a fuego lento. ¿Para qué quieren nieve? Imaginen a Santiago con el frío de Alaska: habría que rehacerlo todo. Cabras, vacas, caballos, todos muertos si no tienen un lugar bajo techo para resguardarse. Todo eso, todo eso, sólo para sacar una foto de un changuito moreno haciendo un muñeco de nieve.
Y Paulino, duro del frío frente al bar American, de la vereda del mercado Armonía, sin coraje para pedir una moneda, tiritando, abrigado hasta el upiti con el traje de Papá Noel de la Navidad pasada. Con diez grados bajo cero, ni el más guapo se anima a tomar café al aire libre.
Dejensén de joder. Busquen qué hacer con el calor antes de seguir soñando con postales blancas. Porque, ni aunque regalen doscientos metros de changüín en una cuadrera de trescientos, los santiagueños van a parecer suizos.
Juan Manuel Aragón
A 2 de noviembre del 2025, en Hoyón, Atamisqui. Oyendo chamamés.
Ramírez de Velasco®

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