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| El lebrel |
“… esta vez se trataba de un almacenero conocido en todas partes, valedor de políticos de fama conseguida o por conseguir…”
Un lebrel de piedra custodia el mausoleo del que supo ser mandamás de ese pueblo al que, por un capricho de la burocracia, llaman ciudad. A la vera de un camino nacional y de unas vías de ferrocarril inútiles que se oxidan por falta de uso, el lugar dormitaba su modorra campesina. Hasta que apareció muerto en su casa el almacenero más poderoso de la zona, figura central de lo que alguna vez fue una capital importante, nudo desde donde se distribuían riquezas hacia el norte.La noticia salió en los diarios de la capital; alguien dice haberla visto también en la televisión nacional. El primer colectivo de la mañana trajo el diario con el nombre del pueblo impreso en letras de catástrofe. Si bien en los últimos tiempos los muertos a cuchilladas son pan cotidiano en el periodismo capitalino, esta vez se trataba de un almacenero conocido en todas partes, valedor de políticos de fama conseguida o por conseguir, con dos o tres queridas que mantuvo a raya a fuerza de promesas y algunos pesitos.¿Tenía dinero? Calculan que alcanzaría para mantener sin trabajar a tres generaciones de parientes. Todo su capital será fumado, más rápido que ligero, entre hijos y nueras, según la gente, que es mala y comenta.
La pregunta fue desde el comienzo quién había cometido el crimen. De entrada nomás detuvieron a dos perejiles que, justo a la hora en que descubrían al finado, intentaban abordar un ómnibus para huir, según se dijo. Poco después se supo que no tenían nada que ver. Más tarde corrió la bola de que había varios sospechosos y que se trabajaba sobre pistas firmes. A la semana, la noticia anunciaba que en cualquier momento se daría a conocer los nombres de los autores, a esa altura supuestamente identificados. Al mes continuaban las arduas investigaciones, ahora cotejando el ácido desoxirribonucleico de unas gotas de sangre halladas en la habitación de la muerte con cualquiera que pasara frente a la comisaría. Hasta hoy se siguen varias líneas para dar con los culpables y llevarlos ante un tribunal.
Los validos, los favorecidos, algún que otro político y hasta las chicas de cierto lugar de diversión que todos conocen, pero nadie nombra andan desolados. No fluirá el dinero sobre las verdes mesas del póker esquivo. Nadie entregará jugosos y gorditos sobres con agradecimientos. No habrá nadie dispuesto a jugar a sacarles las medias a las mujeres, corriendo desnudo por las impunes habitaciones del hotel del pueblo.
Algunas noches, en el cementerio, el lebrel de la custodia guiña un ojo a las osamentas, cuando salen a divertirse, asusstando a los inocentes caminantes.
Juan Manuel Aragón
A 24 de diciembre del 2025, el barrio Industria. Haciendo sebo.
Ramírez de Velasco®


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