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Santa Rosa de Lima |
El 12 de abril 1671, el papa Clemente X canoniza a Santa Rosa de Lima y es la primera santa nacida en América
El 12 de abril 1671, el papa Clemente X canonizó a Santa Rosa de Lima, convirtiéndose en la primera santa nacida en América.La canonización de Isabel Flores de Oliva, conocida como Rosa de Lima, fue en la Basílica de San Pedro en Roma cuando se la elevó al rango de santa y convirtiéndola en la primera persona nacida en América en recibir este reconocimiento de la Iglesia Católica.Vale aclarar que su beatificación había ocurrido antes, el 15 de abril de 1668, bajo el pontificado de Clemente IX, tras un proceso que había comenzado décadas antes. La ceremonia de 1671 marcó el culmen de un largo camino de veneración y estudio de su vida, que destacó por su austeridad, devoción y los milagros atribuidos a su intercesión.
Isabel Flores de Oliva nació el 20 de abril de 1586 en Lima, en el Virreinato del Perú, hija de Gaspar Flores, un arcabucero de origen español, y María de Oliva, una criolla. Fue bautizada el 25 de mayo de ese año en la parroquia de San Sebastián con el nombre de Isabel, pero pronto se le conoció como Rosa debido a un episodio relatado por una criada indígena, que afirmó haber visto su rostro transformarse en una rosa a los tres meses de edad. Este hecho, aunque de carácter legendario, marcó el inicio de una identificación que perduró en su vida y más allá.
Desde niña, Rosa mostró una inclinación por la espiritualidad, influida por el ejemplo de santa Catalina de Siena, a quien tomó como modelo. A los 20 años, en 1606, ingresó como terciaria en la Orden de Santo Domingo, adoptando una vida de oración, penitencia y servicio a los necesitados.
Su existencia transcurrió en medio de la pobreza familiar, agravada por el fracaso de su padre en un negocio minero. Rosa contribuyó al sustento del hogar cultivando un huerto y realizando trabajos de costura, mientras dedicaba largas horas a la contemplación y a prácticas ascéticas severas, como ayunos rigurosos y el uso de cilicios. Su compromiso con los enfermos y los más desfavorecidos de Lima le ganó el respeto de quienes la conocieron.
Murió el 24 de agosto de 1617, a los 31 años, tras una enfermedad que la debilitó progresivamente, probablemente tuberculosis, según algunos registros. Su muerte desató una ola de fervor popular: el funeral, celebrado en Lima, fue multitudinario, con autoridades eclesiásticas y civiles portando su féretro en un acto poco común para alguien de su condición humilde.
Tras su muerte, los testimonios sobre su vida y virtudes comenzaron a recopilarse casi de inmediato. En 1634, la causa de su beatificación fue presentada en Roma, iniciando un proceso que culminó con la declaración de Clemente IX en 1668. Este paso previo permitió que, tres años después, Clemente X procediera a la canonización. Para entonces, la Sagrada Congregación de Ritos había aprobado cuatro milagros atribuidos a Rosa, entre ellos la curación de enfermos y la protección de Lima frente a un ataque corsario en 1615, cuando se dice que su oración en la iglesia del Rosario influyó en la retirada de los invasores holandeses liderados por Joris van Spilbergen. Otro relato, más simbólico, asegura que, durante las deliberaciones en Roma, Clemente X expresó escepticismo diciendo: “¿Limeña, bonita y santa? Que lluevan rosas si es verdad”, y al instante pétalos cayeron sobre su escritorio, un hecho que selló su decisión.
La ceremonia del 12 de abril de 1671 fue solemne y revestida de gran pompa, como era habitual en las canonizaciones de la época. Junto a Rosa, otros cuatro santos —Cayetano de Thiene, Luis Beltrán, Felipe Benicio y Francisco de Borja —fueron elevados a los altares. Clemente X la proclamó “principal patrona del Nuevo Mundo”, un título que extendió su influencia más allá del Perú, abarcando América, las Indias y Filipinas.
Las celebraciones se replicaron en Lima, Roma y diversas ciudades de Europa y América, reflejando el impacto de su figura. Sus restos, trasladados en 1687 a la Basílica de Santo Domingo en Lima, permanecen allí como foco de devoción. La vida de Rosa, marcada por la sencillez y la entrega, quedó así inscrita en la historia de la Iglesia como un testimonio de fe en un continente recién evangelizado.
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco®
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