Reflejo en el agua de la estatua del Cacuy |
¿Qué tiene que ver la más conocida de las leyendas santiagueñas con lo que sucede en la Argentina?, la nota se lo dirá
Es muy conocida la leyenda santiagueña. Érase un hombre bueno viviendo en medio del monte más cerrado, en compañía de su hermana, mujer malvada que no perdía oportunidad de maltratarlo. Cada vez que él la agasajaba con alguna fruta silvestre, ella se la tiraba por la cabeza. Si le compraba en el pueblo un batón que a él le parecía hermoso, ella lo rechazaba con desprecio. Y de la mañana a la noche lo llenaba de insultos. Quizás la frustración de ser mujer grande, sin marido y viviendo con el hermano, le había amargado el carácter. O eso imagina uno, que no sabe mucho de leyendas.El hombre se cansó del maltrato. Un día la convidó a ir al monte a sacar miel. Llegaron hasta un quebracho alto, donde él le mostró el panal. Ahí se empieza a enredar la historia, porque la miel de lechiguana no se saca arrimándose a las abejas, sino volteando la bala a garrotazos. En el campo al nido le dicen “bala” porque es redondeado y, visto de lejos, parece justamente eso.Con alguna excusa, hizo trepar a la hermana hasta lo más alto. Y cuando ella estuvo arriba, él comenzó a bajar despacio, cortando ramas a su paso para que ella no tuviera cómo descender. Todo el día lo llamó, gritando “¡turay, turay!”, que en quichua significa “hermano”, idioma que todavía se hablaba en Santiago antes de que la radio se metiera en todas las casas. Pero él nunca volvió.
Cuando cayó la noche, a la hermana le brotaron plumas, los brazos se hicieron alas, los pies se le volvieron patas y la boca un pico jetón. El grito de “¡turay, turay!” siguió, pero ahora convertido en un alarido de ave. Así se explicaba en el monte la presencia de un pájaro lastimero que todavía hoy, dicen, anda reclamando al hermano que pagó la maldad con abandono.
Después vinieron los estudiosos, cada cual con una teoría más rebuscada que la anterior. Lo que era apenas la explicación de por qué cantaba un ave nocturna, lo transformaron en disertaciones sobre supuestas relaciones incestuosas entre los protagonistas. Algunos hasta dijeron que la leyenda fue inventada por los curas para advertir contra ese pecado. Pero nunca hubo pruebas de que los indios de por aquí incurrieran en semejante cosa. El incesto, si se va a decir lo que es, no fue costumbre entre la gente común de ningún pueblo del mundo.
Según san Google, en Tucumán y Santiago se lo conoce o conocía como “pájaro estaca” o “bien parado”, por la costumbre de quedarse inmóvil en lo alto de un tronco. En Catamarca lo asociaban con la cercanía de colmenas y antiguamente le decían “kakó kokó”. En Bolivia es guajojó, imitando el sonido de su canto. En la Mesopotamia argentina y el Paraguay se lo nombra urutaú, del guaraní “guyra” (pájaro) y “taú” (fantasma), aunque también le dicen bacuí o indío, con acento en la segunda i. En el sur de Brasil lo llaman urutaú, jurutauí, “Mae da luna” o “la Vieja”.
En Venezuela aparece como aguaitacaminos, quizás porque lo confunden con el atajacaminos o yañarcaj, con el que quizá tenga parentesco. En Colombia, Perú y Chile lo registran como potoo, ave bruja, ayaymama, nictibio, pájaro estaca menor, guaiguigué, perosna, pericoligero o estaquero común. Y la perlita: en la Guayana Británica y en la Florida, Estados Unidos, lo llaman whip-poor-will, por la semejanza de su canto con otras aves nocturnas. La traducción literal sería “chotacabras malo”, vé po vos.
Tanta vuelta para decir lo obvio, que la gente de enantes a veces buscaba una explicación en lo maravilloso. Y cada región bautizó a esa ave a su manera, con nombres tan variados como la imaginación popular. Pero la raíz de todo sigue siendo la misma: el lamento de la hermana transformada, clamando por el hermano que la dejó allá arriba, sin bajar jamás.
A qué viene todo esto, preguntará usted. Bueno, el domingo pasado sucedió algo parecido, pero en la Argentina de hoy. Al presidente Javier Milei y a su hermana Karina los dejaron en lo alto de un quebracho político, gritando insultos e improperios. Quizás él, en este momento, no sepa si quebrar las ramas para dejarla sola arriba, llamándolo “¡Javier, Javier!”, o quedarse colgado junto a ella, sin salida.
El subibaja de la política argentina, amigos queridos, da para todo. Como en la vieja leyenda, nadie sabe si alguno logrará bajar o si quedarán transformados, atrapados para siempre en lo alto del quebracho.
Feos, a los gritos.
Juan Manuel Aragón
A 9 de septiembre del 2025, en Monte Quemado. Comiendo queso de máquina.
Ramírez de Velasco®
Buena analogía la del artículo de hoy, aunque posiblemente la historia tenga más de un único final.
ResponderEliminarTriste destino el de los argentinos, el tener siempre que castigar al que está, eligiendo al que estaba......y así sucesivamente.
Esta vez toca castigar a los mal hablados que aparentemente se quedaron con un vuelto, y volver a los de cantos de sirena que se suelen quedar con todo y no dar ni el vuelto.
Y la historia se seguirá repitiendo mientras que los argentinos creamos que es el gobernante el que fracasa, sin entender que esos gobernantes son lo que la sociedad produce, y son lo que hay.
Así que el panorama parece que será tener que seguir aguantando a los mismos, de un lado y del otro (porque lo de "que se vayan todos" de principios del 2000 parece que tampoco funciona). O al menos esos "todos" no hacen caso.
Por ahora parece que las opciones tendrán que ser entender que alguna vez los argentinos tendremos que pagar por los 13 ceros que se le quitaron a la moneda en 5 sucesivas devaluaciones, que aunque alguien diga que los ceros no valen nada, en este caso representan diez billones por cada peso que uno tiene en el bolsillo.
La otra opción es seguir esperando que alguna vez aparezca un líder simpático, carismático, estadista, visionario, inteligente, alto, rubio, bien peinado y de ojos celestes, que le guste a todo el mundo y que nos convierta en la potencia pujante que nos contaron que una vez fuimos. Todo mientras nosotros seguimos sentados en la tribuna, viendo cómo el líder hace todo, aplaudiendo cada vez que le acierte y agarrándolo a piedrazos cada vez que se equivoque. Ah....y aunque a la mitad de los argentinos no les guste cuando acierte, mientras la otra mitad festeja por el acierto.
Pienso que de las dos opciones, la primera es la que por ahora tiene la mayor probabilidad de dar los mejores resultados.
Al principio comenté que la analogía del kakuy puede tener más de un final; y es que a mí me da la impresión de que son los ciudadanos comunes los que quedan en el árbol gritando, mientras los políticos y funcionarios son los que se bajan cortando las ramas. Digo porque he visto a miles crecerles plumas y volar del país.