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Ilustración nomás |
Una señora mayor visita a su hijo, gobernante de los soviéticos y lo que le muestra la deja deslumbrada y algo confusa
A Rafa Vaca, in memoriam
Lo que se va a contar aquí sucedió en la Unión Soviética, durante el gobierno de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, a quien llamaban José “Hombre de Acero” o, dicho en ruso, José Stalin. La narración marca un aspecto muy conocido de los comunistas en general: su afección a la buena vida, los placeres onerosos y mundanos, el boato. Este relato que, si non e vero e ben trovato, ilustrará a los lectores sobre esa manía frívola de los socialistas de acumular dinero, mejor que cualquier informe sobre el lujo de los feroces gobernantes americanos actuales, que se aprovechan de la franquicia marxista para recalar en opulencias fastuosas.Pero, vamos a la historia, que el tiempo apremia.Después de que la historia cruzó los Urales, se esparció por toda Europa y el mundo entero se carcajeó con ella. Dicen que en 1935 la madre visitó a Stalin. La viejita había viajado desde Gori, una pequeña ciudad de Georgia que, en ese entonces (1878), era parte del Imperio Ruso. Stalin la presentó, en audiencia privada, a sus principales colaboradores, entre ellos Viacheslav Molotov, su ministro de Relaciones Exteriores; Nikita Jruschov (a quien también se conoció como Nikita Kruschev), primer secretario del Partido Comunista en Ucrania; Lavrenti Beria, jefe del NKVD (la temida policía secreta soviética), y varios más.Stalin venía de una familia muy humilde. La madre se llamaba Ekaterina Gueórguievna Geladze, más conocida entre las vecinas como “Keke”. Era costurera y lavandera, proveniente de una familia de siervos liberados. Trabajó arduamente para mantener a la familia. Era muy religiosa y quería que fuera sacerdote, por lo que ingresó a un seminario teológico en Tiflis. A diferencia del padre, que les pegaba a ambos, ella mantuvo una relación cercana.
La viejita estaba en Moscú visitando a su hijo, que vivía en el Kremlin, en un departamento modesto pero muy bien custodiado. Después de presentarle a sus colaboradores, Stalin no sabía muy bien qué hacer con ella y decidió llevarla a su dacha de Kuntsevo (también llamada “Blizhnyaya Dacha” o “Dacha Cercana”), cerca de Moscú. Las dachas eran casas de fin de semana, que en Santiago se llaman fincas y en Buenos Aires chacras. Eran propiedades que solo mantenían los ricos, ya fuera como lugares de descanso o como símbolos de estatus, igual que aquí.
La Dacha Cercana tenía, según relatan las crónicas, medidas de seguridad extremas, porque ahí Stalin trabajaba y recibía a sus colaboradores más cercanos. La madre, una mujer sencilla que venía del fondo de lo que había sido el Imperio de los zares, estaba deslumbrada. Dicen que tocaba con respeto y delicadeza algunos muebles y cuadros de aquella lujosa casa de campo y se admiró al ver que le servían la comida con vajilla deslumbrante y copas de cristal que nunca había visto en su vida.
Al día siguiente Stalin la llevó a otras de sus dachas, en el sur de la Unión Soviética, en Sochi —en la costa del mar Negro— y en Crimea. Las usaba durante sus vacaciones. El diario Pravda, casi el boletín oficial del gobierno, publicó en un breve suelto en página par que se quedaría un mes visitando a su hijo. Pero a los quince días regresó a su ciudad natal y nunca más volvió a verlo. La visita de Keke a Moscú está documentada históricamente, aunque por razones obvias, no hay registros oficiales sobre esta anécdota específica. Lo que se sabe es que, al revés de muchas mujeres campesinas, perspicaces y avisadas, ella era una mujer de pocas palabras y simple.
Cuando regresaron a Moscú, después de recorrer varias de sus casas de campo, Stalin la llevó a presenciar una reunión del Politburó (zasedánie Politbyuró). En un momento, los asistentes vieron que se acercaba a su hijo y le decía algo al oído. El rostro de Stalin cambió de inmediato y, furioso, terminó la sesión abruptamente. La madre, alarmada, le había preguntado:
“Hijo, ¿qué vas a hacer si un día vuelven los comunistas?”.
Los comunistas y socialistas suelen ser muy crueles con los críticos y los periodistas que se meten a preguntar lo que no deben y Stalin era particularmente cruel con sus adversarios políticos. Pero, en este caso era la madre, y por eso salió viva. Ella murió de neumonía, el 4 de junio de 1937 en Tiflis (actual Tbilisi, Georgia), a los 79 años y tuvo un funeral con honores estatales. Fue antes de que comenzaran las grandes purgas. Pero es otra historia.
Juan Manuel Aragón
A 21 de octubre del 2025, en la Independencia y Juncal. Aguaitando el semáforo.
Ramírez de Velasco®
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