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CIELO Leyendas y falsos conceptos

Hay leyendas en la astronomía


Luego de concluir la escritura de su libro “Ad sidera visu”, un diccionario de astronomía, todavía  inédito, mi padre redactó esta nota, pensando en desmentir ciertos conocimientos y desmitificar otros. Ahí van.

Por Juan Manuel Aragón

–¿Qué distancia hay de la Tierra al Sol?

– Ciento cincuenta millones de kilómetros.
–Parece muy poco. Si se habla de astronomía suelen mencionarse miles de millones, cuando no se miden las distancias en años luz, en vez de los prosaicos y familiares kilómetros.
– Sí. Pero el Sol es nuestra estrella propia, nuestra estrella familiar. Las distancias a las otras estrellas sí, se miden en años luz, pero para el Sol no hacen falta. La luz para venir desde al Sol a la Tierra no precisa años, sino que apenas tarda un poco más de 8 minutos.

– Se dice que la distancia de la Tierra al Sol es de 150 millones de kilómetros. Siendo así, la Tierra describiría un círculo alrededor del Sol, y bien sabemos que su órbita no es circular sino elíptica.
– Sí, la órbita de la Tierra es una elipse, y en los dibujos suele exagerarse el achatamiento de la elipse para la comprensión de los alumnos, pues es una elipse tan redondeada que si se la dibuja a escala parece un círculo. La distancia media es de unos 149.500.000 kilómetros, que aumenta y disminuye unos 2.500.000 kilómetros al pasar por su máximo y su mínimo (al punto de la órbita más distante al Sol se le llama afelio y al de la mínima distancia perihelio). Por ser tan pequeñas las diferencias se dice ciento cincuenta millones de kilómetros, cantidad fácil de recordar.

–En el transcurso del año la Tierra se pone más cerca del Sol, en el perihelio, y más lejos, en el afelio. A esa cercanía o lejanía se deben los calores y los fríos del verano y del invierno.
–No. Esa diferencia de distancia es insignificante. Más calor hace en la primavera y el verano porque el Sol se acerca, a mediodía, a la vertical del lugar; disminuye la temperatura en otoño e invierno porque el Sol a mediodía queda más bajo, así que hay menos horas de irradiación y ésta es oblicua, sesgada.
–Al año se lo ha dividido en estaciones por las temperaturas.
–No. Las temperaturas no tienen nada que ver. La primavera es la época en que el día es más largo que la noche, y se alarga; en el verano el día es más largo que la noche y va acotándose; en el otoño el día es más corto que la noche y se acorta aún más; en el invierno el día es más corto que la noche y paulatinamente va alargándose.
–¿Y cómo han hecho los antiguos para medir con exactitud la duración de la noche, cuando ni buenos relojes había?
–Cuando el Sol sale y se pone exactamente al este y al oeste –los equinoccios, 21 de marzo y 21 de septiembre– el día dura lo mismo que la noche. Cuando el sol de mediodía llega a su mayor altura –21 de diciembre– y a la menor –21 de junio–, los solsticios, se producen el día más corto y el más largo del año. Los períodos intermedios entre estos cuatro momentos son las estaciones.
–¿Así que para determinarlas no se han considerado el calor y el frío?
–No. Los egipcios dividían el año en tres estaciones: inundación, cultivo y cosecha. Los griegos primitivos en cuatro, pero teniendo en cuenta las condiciones para la navegación y la pesca, no la temperatura. Hasta que los mismos griegos, que fueron prolijos astrónomos, determinaron con toda exactitud los momentos de los equinoccios y de los solsticios.

–¿Cómo determinaban los antiguos las alturas máximas y mínimas del Sol, cuando no tenían ni buenos instrumentos de medición?
–Midiendo la sombra de una vara que se plantaba vertical, a la que los griegos le llamaban gnomon, que significa indicador.

– El Sol es una estrella similar a miles de millones de estrellas con características parecidas. Así como hay vida en la Tierra, un minúsculo planeta del Sol, ¿no sería posible que hubiera vida en alguno, quizás, o en millares de otros planetas semejantes?
– Claro que es posible, pero no sabemos, en absoluto, si la hay en realidad.
–¿Y qué opinan los científicos?
– Las opiniones de los científicos van variando conforme a las conquistas en el campo de los conocimientos. Un científico que creó las bases de la matemática, Pitágoras, suponía que había vida inteligente en la Luna y en el Sol. De las estrellas se sabía muy poco, así que de ellas no opinaba. Ahora sabemos que ni en la Luna, ni en el Sol, ni en ninguno de los planetas del sistema solar sería posible la vida tal como nosotros la interpretamos.
–¿Y en otros planetas ajenos a nuestro mínimo sistema solar?
–Hay formas de pensar distintas, aunque, quizás, no sean incompatibles. Los que suponen que la vida nace de ciertas condiciones químicas y físicas: dándose ciertas condiciones –y el azar permite suponer que en muchas partes o en muchas épocas se hayan dado– surgiría la vida. Otros sostienen que vida hay donde Dios la pone, y que habiéndola puesto en la Tierra bien podría haberla puesto también en otros sitios del Universo.
La Iglesia Católica no niega los extraterrestres
–Las enseñanzas del cristianismo se oponen a esa posibilidad.
–No es así. En la Edad Media hubo filósofos escolásticos que, viendo un Universo tan maravillosamente enorme, y que Dios puso a Adán para que lo goce y se enseñoree de él, bien pudo haber creado otros seres inteligentes para que disfruten de otras partes lejanísimas de esta Creación a donde el conocimiento del hombre no llega.
–¿De modo que la Iglesia no sostiene como dogma que el hombre, imagen y semejanza de Dios, sea el único ser inteligente?
–De ninguna manera. San Alberto Magno (del siglo XIII, maestro de Santo Tomás de Aquino) admitía la posibilidad de extraterrestres inteligentes. El cardenal Nicolás de Cusa el siglo XV escribió sobre la posibilidad de seres en otros mundos, “ni mejores ni peores que nosotros, sino diferentes”. Y quizás el Adán que a ellos les tocara no haya pecado, de manera que vivirían, quizás, todavía en un Paraíso.

–Mucho hemos hablado sobre la posibilidad de extraterrestres inteligentes, pero, al final, ¿hay o no hay?
–No se sabe, y es muy difícil que llegue a saberse. Se pensó que los habría en la Luna y en el Sol. Ahora estamos seguros de que es imposible. Se imaginó que los habría en Marte y hasta se vieron sus canales y ciudades. Fueron fantasiosas interpretaciones de las imágenes obtenidas con telescopios menos perfectos que los actuales. Ahora se sabe que, vida –como la vida de la Tierra– no hay en ningún planeta del sistema solar y se piensa en la posibilidad de que la haya en lejanos sistemas planetarios, pero sin comunicación posible –todavía– con ellos.
–¿Así que nunca se sabrá?
–Si hubiera extraterrestres inteligentes, y nos encontráramos con ellos, saldríamos de dudas: sí, los hay. Pero, mientras no los encontremos, mientras no hallemos un modo de comunicarnos con ellos, se mantendrá la incógnita, pues podrían estar más allá, si no en esta galaxia en la de Andrómeda, o en otra más lejana quizás.

–¿Cuáles fueron los estudios que hizo don Cristóbal Colón para darse cuenta de que la Tierra es redonda?
–Ninguno.
–Bueno, no digo estudios escolares, sino cuáles habrán sido las observaciones realizadas por él que lo llevaron a ese resultado.
–Ninguna, tampoco.
–Entonces, ¿cómo pudo discutirles a los sabios de Salamanca que sostenían que la Tierra era plana?
–No. Los sabios de Salamanca, como todos los estudiosos desde más de mil años antes de Colón, bien sabían no sólo que la Tierra es redonda, sino que habían calculado con notable exactitud su tamaño. Los sabios decían que navegando hacia el occidente no se podría llegar hasta la India porque estaba enormemente lejana, se terminarían las provisiones mucho antes de llegar. Colón afirmaba que la Tierra es más chica de lo que es en realidad, así que sí llegaría. América lo salvó, pues si no existiese y él habría de seguir hasta la India, hubiera muerto perdido en la inmensidad de los mares.
–¿Y por qué no es eso lo que se enseña en las escuelas?
–En los primeros grados, con alumnos chicos, los maestros matan dos pájaros de un tiro: de una sola vez enseñan historia (Colón descubrió América) y geografía (la Tierra es redonda). Dos verdades. La mentirilla de que los sabios suponían plana a la Tierra se justificaría por la didáctica, por la facilidad de la enseñanza.
–¿Así que los maestros mienten?
–Sí. Hay mentiras justificables como las de los médicos, que a un moribundo le dicen que está mejorando. Les resultaría difícil a los maestros decir que Colón, equivocado, con falsos conocimientos científicos, triunfó, es prócer, se lo celebra y hay avenidas con su nombre. En cambio, los sabios, que estaban muy acertados, son no sólo olvidados sino denigrados y calumniados. Resultaría una enseñanza muy poco edificante. Sería como decirles a los alumnos “no estudien, que si tienen la suerte de hallar una América salva-dora van a triunfar igual”

–¿Cómo se mide la distancia a las estrellas?
–Para las que están más próximas se aplica la trigonometría. Se hacen dos observaciones en un lapso de seis meses, vale decir desde dos posiciones contrapuestas de la Tierra, con una distancia conocida: el diámetro terrestre. Esa distancia es la base de un triángulo cuyo vértice lejano es la estrella. La trigonometría –una materia que antes se estudiaba en el bachillerato– con el conocimiento de un lado y dos ángulos permite deducir los demás elementos del triángulo, así que se calcula su altura, que es la distancia hasta la estrella.
–Parece bastante simple.
–Sí, el concepto es simple, lo difícil es su aplicación, porque estando las estrellas tan lejanas, desde días opuestos del año parecen estar en el mismo sitio. Este era un buen argumento de los antiguos astrónomos para afirmar que la Tierra está fija, pues decían que si se moviera las estrellas aparecerían en distintas posiciones. Y es así, están en distintas posiciones, pero con tan pequeña diferencia que recién cuando mejoró la calidad de los instrumentos de medida pudo advertírsela.
–¿Y las que están más lejos?
–Hay otros métodos, principalmente la observación de su magnitud aparente y su magnitud absoluta. Para las estrellas cefeidas como se llama a unas que cambian de brillo, se ha observado una relación constante entre sus magnitudes y los períodos de pulsaciones; se ve la magnitud aparente y se deduce la magnitud absoluta; de la diferencia de ambas se deduce la distancia.
–¿Y las distancias a las lejanísimas galaxias?
–Los métodos son más complejos, e incluso no son perfectamente seguros, ya que al descubrirse nuevas condiciones pueden ponerse en duda las distancias determinadas antes.
©Ramírez de Velasco

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