Ir al contenido principal

CUENTO Pedro Villagra

Ilustración de Florencio Molina Campos

“Estaba en la más baja de las funciones de la estancia, pero también la más requerida, era el manual del patrón”


El hombre barbudo llegó a la finca una noche, pero nadie sabía bien en cual. Fue apareciendo de a poquito en la casa del patrón, en la sala, que le decíamos. El único que sabía quién era, por qué estaba ahí, era Jorge, el capataz, los demás lo sospechábamos, aunque no supiéramos los detalles. Al tiempo el hombre ya se animaba a aparecer fuera de la casa, se hacía ensillar un caballo y salía a la tardecita. A veces volvía esa misma noche y a veces, dos o tres días después. Se hacía llamar Pedro, Pedro Villagra. Nosotros le decíamos don Pedro, aunque también sabíamos que no se llamaba así. Habrá sido por el treinta, el treinta y dos, pongalé, cuando pasan tantos años las fechas dejan de importar.
Era alto, un poco rubión, estaba barbudo y, en ese entonces estaban de moda, usaba bombachas. Se notaba que era leido, ¿ingeniero?, abogado quizás. Nosotros, imaginesé, éramos chicos, y el hombre nos atraía como una ampalagua atrae a los pollitos. Miraba fijo, pero solamente un rato, después desviaba la vista. A veces, contaban las chinitas que trabajaban en la sala, se sentaba frente al escritorio del patrón y se pasaba largas horas escribiendo. Cuando el patrón venía al pago, le traía paquetes pesados, yo lo sabía porque me tocaba acarrearlos, eran libros.
—Estos son para que te pongas al día, y los diarios para que sepas lo que pasa en las casas— le decía el patrón. Cuando llovía, el hombre pasaba las horas leyendo en la galería. Desde mi casa, de noche veíamos la luz de su pieza, mi tata decía que estaba leyendo, pero a mí se me hacía que nadie podía leer tanto tiempo.
A veces es como si a uno, de mocoso nomás, le pusieran una marca en la frente. Cosas que lo dejan pensando para toda la vida. Frases, dichas por alguno, como al pasar, que le ponen en la cabeza un sello que no se borra jamás. Algo así me pasó a mi. Con don Pedro, por eso estoy acordándome de él.
¿Ha visto cuando uno es chico, que le parece que el tiempo es una enormidad? Años después cuando recordábamos a don Pedro, mientras mi tata decía que había estado en el pago unos tres meses, a mí me parecía que no, que habían sido como dos o tres años.
Una madrugada de invierno llegó el patrón en la chatita. Entre los bultos que me tocó bajar, había uno de forma rara. El hombre dijo
—Esto es lo que me estaba haciendo falta.
Era una guitarra y yo por primera vez estaba viendo una. Esa siestita el hombre se puso a tocarla bajo la galería. Todos los chicos fuimos a verlo, pero los demás se aburrían y se retiraron. A mí me tenía encantado. Viera cómo movía esos dedos, ni gordos ni flacos, pero llenos de venas, por las cuerdas. El tocaba y yo, sentadito en el suelo, nada más lo miraba. Fascinado. Después de tocar algo, el hombre me preguntaba si me había gustado. Y yo le hacía así con la cabeza. Sí, me gustaba.
Parece que desde ese día el hombre me agarró cariño, o no sé qué. Yo soy clase veinticuatro, y todavía andaba de pantalones cortos. Estaba en la más baja de las funciones de la estancia, pero también la más requerida, era el manual del patrón. Tenía que lustrar sus botas antes de que llegue, encebarle el apero y las riendas, pillarle y ensillarle el caballo, ayudarlo con los bultos cuando venía de viaje, engrasarle la escopeta y el revólver, darle una mano en todo, báh. Eso era un manual. A cambio, me dejaba ir a la escuela del pueblo, me pagaba unos buenos pesitos, o lo que a mí me parecían unos buenos pesitos. Y aprendía un montón de cosas que los otros chicos no sabían. También me prestaba libros, como un "Martín Fierro" que leí a los doce años con mucha curiosidad.
Una tarde que el hombre estaba por salir, me convidó para que vaya con él. En vez de pasar por el pueblo, hicimos una cortada y rumbeamos para el naciente. Ya había oscurecido cuando llegamos a unas casas que yo no conocía. Hicimos noche con esa gente. El hombre habló un rato largo con el dueño de casa. Y muy tarde, sentí como si ensillaran los caballos para salir. Al día siguiente don Pedro no estaba, el dueño de casa tampoco y me tuve que quedar todo el día solo, afligido, entre gente que no conocía. Me hice amigo de los changos, y por primera vez sentí la palabra "Radical". El hombre, don Pedro, era un radical. ¿Qué venía a ser eso? Me explicaron. El hombre estaba escapado de la policía, que lo buscaba por ser un político importante y por estar en contra del gobierno. Eran changos un poco más grandes que habían dejado de la escuela en sexto grado, y eran de lo más entendidos. Hablaban de cosas que yo no sabía. Al día siguiente, volvió don Pedro con el otro hombre y después de doce volvimos al pago. En el camino me preguntó
—¿Te has aburrido mucho?
—¿Y? No don Pedro. Más o menos.
Cuando llegamos a la estancia, el patrón —raro, por esa época no sabía ir por allá— lo estaba esperando en la puerta de la sala. Se reía.
—Che Roque, ya puedes volver. Se acabó la persecución. La Concordancia...
Y siguieron hablando mientras entraban a la casa. Ahí nomás, sin que nadie me diga nada, entendí por qué le decía Roque a don Pedro: se había cambiado el nombre para que no lo pesque la policía.
Al otro día, antes del alba, me hicieron cargar los bultos en la chatita. El hombre tomaba mate en la cocina. Solo. El patrón se iba a levantar cuando todo estuviera listo para salir.
—Tá todo listo, don Pedro— le dije al hombre.
—Ahá, ya me estoy yendo. Muchacho, gracia por todo lo que has hecho por mí.
—De nada señor.
Y se quedó callado, mientras mateaba distraído mirando el fuego del brasero.
—¿Sabes? —me dijo— en la vida tienes que cuidarte mucho de las mujeres ligeras, de los caballos lerdos y de los hombres que hablan mucho. Y no dejes de ir a la escuela.
Salvo en lo de la escuela, en lo demás le hice caso a medias. Pero la frase me quedó grabada para siempre.
Años después, a veces en el diario lo nombraban. Pero no lo vi más. Hasta la fecha.
©Juan Manuel Aragón
Publicado por primera vez en “Platita”, libro de cuentos

Comentarios

  1. Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte..?

    ResponderEliminar
  2. No, Roque Raúl Aragón

    ResponderEliminar
  3. Las mujeres ligeras que marquen 1.5 la milla.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

CUENTO Los negros de abajo

Imagen de ilustración nomás Que narra lo que sucedió el día que en la oficina decidieron instalar cámaras de vídeo para ver qué hacían los empleados Un buen día pusieron cámaras en el trabajo. Las ubicaron estratégicamente, una en cada oficina y dos en la que le decíamos “La Perrera”. Roberto, que siempre amagaba con levantarle la pollera a la Patri, sólo para ver qué color de bombacha llevaba, dejó de hacerlo; Sonia no lo imitó más a Fallon cuando salía del baño secándose las manos con el pañuelo y Mariano, que siempre se levantaba de la silla para hacer ejercicios físicos y desentumecerse, se abstuvo de sus sesiones de gimnasia. Decían que el dueño tenía el televisor en su despacho y se divertía mirándonos. Alguno comentó, medio en serio, medio en broma, que había dicho: “Los esclavos de abajo trabajan bien, pero si se lo controla son inmejorables”. Aunque eso de los esclavos o los negros de abajo era cierto, siempre lo decía casi con satisfacción. Su oficina quedaba arriba, obviamen...

QUIMERAS El sabor del vacío

Pobre náufrago Una reflexión sobre cómo la búsqueda de gozo lleva a consumir la vida, pero nos deja a la deriva en un océano sin faro La felicidad, ese anhelo antiguo que prometía plenitud, ha sido el motor de innumerables gestas y tragedias. En su nombre se alzaron banderas, se trazaron fronteras y, no pocas veces, se derramó sangre. Porque la felicidad de unos, en su voracidad, a menudo se nutre de la desdicha de otros. Alguien, en algún rincón del mundo, mueve los engranajes del contento ajeno, y en ese girar frenético no hay sosiego, sino un eco de dolor. Con el tiempo, los herederos de esa quimera abandonaron la felicidad como meta inalcanzable. En su lugar, abrazaron la diversión, un refugio más ligero, más inmediato. Llegaron los años 80 y 90, cuando la vida se midió en una dicotomía simple: divertida o aburrida. Nadie, por supuesto, quiso quedarse en el tedio. El jolgorio, las risas, la música atronadora y las luces titilantes se coronaron como el nuevo fin del hombre. Ya no se...

1988 AGENDA PROVINCIAL Ávila

Eduardo Ávila, el hijo más conocido de Orlando El 12 de julio de 1988 muere Orlando Ávila, folklorista y director del conjunto “Los Ávila”, que deja una huella imborrable en la música tradicional El 12 de julio de 1988 murió Orlando Ávila, destacado folklorista santiagueño y director del conjunto “Los Ávila”, que dejó una huella imborrable en la música tradicional de la provincia. Nacido en Santiago del Estero, dedicó su vida a la difusión de las tradiciones musicales de la provincia, particularmente la chacarera, género que llevó a diversos escenarios del país. Su liderazgo al frente del conjunto familiar consolidó un estilo auténtico, profundamente arraigado en la cultura santiagueña. “Los Ávila” se formaron en el seno de una familia apasionada por el folklore. Orlando, como cabeza del grupo, guio a sus integrantes, entre ellos su hijo Eduardo Ávila, conocido como “El Santiagueño”. El conjunto se destacó por interpretar chacareras, zambas y vidalas, géneros que reflejaban la esencia ...

1586 CALENDARIO NACIONAL Rojas

Español en América (idea aproximada) El 15 de julio de 1586 llegó a Santiago Mateo Rojas de Oquendo, conquistador que escribió los primeros versos de estas tierras, considerado el primer poeta santiagueño y riojano El 15 de julio de 1586 llegó a Santiago del Estero, Mateo Rojas de Oquendo. Fue el conquistador español que escribió los primeros versos de estas tierras, considerado el primer poeta santiagueño y riojano. Se supone que nació en 1559, probablemente en Sevilla, según surge de sus propios poemas y se pierde noticia de su vida en 1612, en tiempos en que no todo se registraba en papel y la vida tenía mucho menos valor que en los tiempos presentes. El interés literario por su obra radica en el misterio en torno a su poema “Famatina”, que se ha perdido. El nombre completo de este poema, de veintidós cantos y de trecientas hojas, es “Famatina y conquista y allanamiento de la provincia de Tucumán desde la entrada de Diego de Rojas hasta el gobierno de Juan Ramírez de Velasco”. Es ca...

1938 AGENDA PROVINCIAL Olaechea

Olaechea (gentileza de Antonio Castiglione) El 16 de julio de 1938 muere Pedro Pablo Olaechea y Alcorta, destacado abogado, juez federal, senador y académico El 16 de julio de 1938 murió Pedro Pablo Olaechea y Alcorta, en Buenos Aires. Fue un destacado abogado, juez federal, senador y académico. Nacido en Santiago del Estero el 20 de marzo de 1855, era hijo de Pedro Pablo Olaechea y Carmen Alcorta. Su familia, de profunda raigambre santiagueña, enfrentó persecuciones durante el régimen de Juan Felipe Ibarra, lo que marcó su infancia. Estudió en el Colegio Nacional de Santiago del Estero, destacándose por su dedicación, y luego cursó Derecho en la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó en 1879. Inició su carrera como abogado en Santiago, especializándose en casos civiles y comerciales. En 1883 fue designado juez de primera instancia en su provincia natal, cargo que desempeñó con notable rigor. En 1890 ascendió a juez federal, resolviendo casos de relevancia nacional con un enfoque...