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El noroeste de empresas turísticas |
Repaso de imposiciones y modas lingüísticas que fueron cambiando la manera de nombrar y reconocerse
Recuerda que era chico cuando se comenzó a utilizar la palabra “noroeste” en lugar de norte. Fue como esas olas monstruosas que crecen de lejos hasta inundar sin aviso. Así pasa con esas palabras feas que se prenden en las costumbres del habla.No faltaron los que inmediatamente crearon la sigla “Noa”, que quiere decir noroeste argentino, y quienes le agregaron el gentilicio “noroestino” (¿por qué no “noroesteño” o “noroestense”? ¿Acaso eran más feos?). Eran vocablos que nacían para nombrar algo que toda la vida se había entendido bien. ¿Qué era el norte? La Rioja, Catamarca, Tucumán, Santiago, Salta y Jujuy. Al tiempo, por razones que vaya uno a saber, quitaron de la lista a La Rioja y la hicieron formar parte de Córdoba o de una nueva región a la que llamaron “Gran Cuyo”, otro invento que los cuyanos de ley no aceptan, según cuentan los amigos de allá.—Es para diferenciar al noroeste del noreste —dijo un amigo.
—Pero, hombre, el noreste nunca había existido. Ellos se llamaban a sí mismos el litoral por una parte, y Chaco y Formosa por otra. Además, al Chaco y a Formosa quizás les convenía tener su propia identidad y que las nombraran con todas las letras, antes que ser parte de un ignoto noreste.
Dicen que fue anterior el invento, creado por Bernardo Canal Feijóo y algunos amigos como una forma de diferenciación, cuando las siglas empezaban a dominar el mundo del habla. Algunos técnicos, cuando se ven acuciados a hacer una revolución, empiezan por lo más fácil: cambian los nombres de las cosas, de los lugares. Un rasgo de los últimos tiempos es intentar una corrección del pasado mediante el cambio de nombre de calles, plazas, plazoletas, barrios. En Santiago, el barrio Almirante Brown era Tala Pozo; la calle Alem era Juárez Celman; y parte de lo que ahora se conoce como barrio Alberdi era Cachi Pampa, que suena hasta más eufónico. En la provincia, un gobierno militar le cambió el nombre a “Matará”, que venía de la época de los indios, por el de “Brigadier General Juan Felipe Ibarra”. Había muchos lugares sin nombre en Santiago como para cambiar uno de los más bonitos que había.
Después de que inventaron la sigla, se dieron con que, geográficamente al menos, Santiago pertenecía a la región chaqueña. Por su suelo, su vegetación y su clima, era más parecida a la provincia del Chaco que a Tucumán. Pero ya era tarde para dar vuelta la tortilla. Aquí se había ideado el “Noa”, mire si lo iban a cambiar por un detalle geográfico. Por suerte, el término no duró demasiado.
De todas maneras, muchísimas palabras se colaron por la ventana de la prensa, entre ellas: postear, tuitear, cliquear, carpetazo, resiliencia, ningunear, mambo y contramambo, copado, re (¡ah, re!), spoilear, noventoso, todes, elles, entre muchas otras. Uno no sabe si alegrarse porque las palabras del pasado quedaron en el olvido, o entristecerse porque el presente trajo un idioma irreconocible.
Pero, se dice, es lo que hay.
Juan Manuel Aragón
A 7 de septiembre del 2025, en Los Timbúes. Aguaitando el amanecer.
Ramírez de Velasco®
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