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Lo que se rompe no tiene remedio, salvo que... |
Las grietas no siempre marcan un final: a veces revelan el inicio de un camino distinto, y lo roto se convierte en posibilidad y lo irreparable en un acto de coraje
Por Jorge G. Weil
Enviado por Natalio Steiner
de Comunidades Plus
desde Raanana, Israel
Hay sucesos en la vida que parecen rotos, destruidos, sin remedio. Un objeto que se hizo añicos, un corazón que se partió, una confianza que se traicionó. Se dice que el tiempo lo cura todo. A veces el tiempo enseña a vivir con las grietas.La idea de reparar lo irreparable es, en esencia, una de los conceptos más profundos y dolorosos que enfrentamos como seres humanos.
No se trata de volver al estado original. Una vasija rota, por más que se la pegue, siempre tendrá sus cicatrices. Una relación dañada por una mentira nunca volverá a tener la misma inocencia. El acto de reparar, de sanar, en este contexto, no es borrar el pasado, sino trabajar para transformar el presente y el futuro.El primer paso para reparar algo que parece irreparable es aceptar su nueva condición, y reconocer la pérdida, el daño, la herida. Es dejar de luchar por el "antes" y empezar a trabajar con el "ahora". En lugar de intentar recrear la perfección que se perdió, la reparación se convierte en un acto de creación, en el que construimos algo nuevo a partir de lo que quedó.
Un corazón roto no se "repara" volviendo a su estado previo al dolor. Se puede recomponer si se aprende a amar de nuevo, con la sabiduría que nos dejó la herida. La confianza traicionada no se restaura con una simple disculpa, sino con acciones estables, y un nuevo compromiso. Las cicatrices no desaparecen, pero pueden volverse un recordatorio en la resiliencia desarrollada.
Reparar lo irreparable es un acto de coraje. Requiere liberar la nostalgia del pasado, perdonar —a otros y a uno mismo— y tener la humildad de aceptar que algunas cosas no pueden ser deshechas. Es un proceso que no busca la perfección, sino la integridad. Busca hacer algo diferente, con las grietas. Y poder convivir.
Porque lo irreparable no es el final, puede ser el inicio de una oportunidad para crear algo con más sabiduría y conciencia, aun cuando existan hechos que no se pueden deshacer.
Palabras que no vuelven. Ausencias que no se llenan. Errores que no tienen marcha atrás. Pero eso no significa que todo esté perdido.
Reparar lo irreparable es mirar la grieta sin negarla, y decidir si es posible crecer en ella. Es aprender a convivir con lo roto, sin que lo roto nos someta.
Reparación implica reconfigurar el vínculo. No es volver a ser lo que éramos, sino descubrir quiénes podemos ser ahora. Y mañana.
Reparar lo irreparable es un acto de coraje. No porque garantice éxito, sino porque exige humanidad. Porque implica mirar al otro —y a uno mismo— sin escudos, sin excusas, sin anestesia.
Y en ese gesto algo podría cambiar, no el hecho, sino el lugar que ocupará en nuestra historia.
La idea de "reparar lo irreparable" evoca una paradoja que nos confronta con los límites de nuestras capacidades humanas y, al mismo tiempo, con la profundidad de nuestra resiliencia. Hay heridas, errores o pérdidas que, a primera vista, parecen imposibles de sanar: una relación rota, un trauma profundo, una oportunidad perdida para siempre.
La pregunta es ¿tenemos la posibilidad de construir algo nuevo a partir de los añicos?
En la vida hay experiencias que nos quiebran dejan marcas imborrables. Pero estas marcas no son solo cicatrices; son también testigos de nuestra capacidad para seguir adelante. Reparar lo irreparable no significa borrar el daño, sino aprender a vivir con él, integrarlo y encontrar un nuevo sentido.
Perdonar no solo implica reconciliarse con el otro, sino también liberarnos del peso del rencor. Aceptar no es rendirse, sino reconocer la realidad para poder transformarla. Reparar lo irreparable, entonces, es un acto de valentía.
Es decidir que, aunque no podamos modificar el pasado, sí podremos moldear el futuro. Es encontrar esperanza en que aquello quebrado nos permita construir puentes donde solo había escombros y descubrir que, incluso en lo que parece imposible, hay espacio para la transformación y el rescate.
Ramírez de Velasco®
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