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INOXIDABLE Scioli, eterno náufrago que nunca se ahoga

Daniel Osvaldo Scioli, sobreviviente

Es el mejor ejemplo de cómo sobrevivir a todos los gobiernos sin representar ninguno, sin ideas, sin pudores

En la Argentina de los últimos 30 años, pocos nombres han navegado con tanta astucia por las tormentas políticas como Daniel Osvaldo Scioli. Nacido el 13 de enero de 1957 en el barrio porteño de Villa Crespo, en el seno de una familia acomodada dueña de un emporio de electrodomésticos y Canal 9, no empezó como un ideólogo ni un luchador social.
Su fama inicial vino del rugido de los motores: ocho veces campeón mundial de motonáutica en los años 80 y 90, un deporte que le dio glamour y contactos en la élite. Corría mayormente en Europa auspiciado por YPF, empresa que no vendía entonces un mililitro de nafta en esos pagos.
El 4 de diciembre de 1989, una ola traicionera en el Delta del Paraná le arrancó el brazo derecho en un accidente que, irónicamente, lo catapultó a la política. Con una prótesis y un relato de superación que hoy parece ensayado para las cámaras, Scioli se reinventó como el "hombre común" que vence las adversidades. ¿Casualidad? Más bien, el primer capítulo de una carrera marcada por la adaptación extrema: siempre alineado con el poder, pero nunca tan expuesto como para hundirse con él.
Irrumpió en la arena política en 1997, de la mano de Carlos Menem, el presidente que privatizó todo y convirtió la corrupción en sinónimo de glamour. Sin experiencia partidaria, pero con el carisma del deportista herido, se postuló como diputado nacional por Buenos Aires en las listas del Partido Justicialista menemista y ganó cómodamente. En la Cámara de Diputados, presidió la Comisión de Deportes, un cargo tan simbólico como inofensivo para un novato. Reelecto en el 2001, ya olfateaba el cambio de vientos: el colapso del modelo neoliberal lo dejó bien parado al distanciarse sutilmente de Menem, sin quemar puentes. ¿Por qué no se hundió con el barco menemista? Porque, como él mismo admitiría después, "la mejor década está adelante", un cínico eufemismo para decir que siempre apuesta al ganador.
En diciembre del 2001, en medio del caos post-crisis, el efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá lo nombró secretario de Turismo y Deportes. Eduardo Duhalde, al asumir, lo ratificó, total, era inofensivo. Fue su primer cargo ejecutivo: prometió impulsar el offshore y el ecoturismo, pero su gestión fue olvidable, eclipsada por la supervivencia política. Scioli no brilló; resistió. Y eso, en un país en que los líderes caían como moscas, ya era una virtud.
Con Néstor Kirchner
El gran salto llegó en el 2003. Eduardo Duhalde, padrino del peronismo bonaerense, lo impulsó como candidato a vicepresidente en la fórmula con Néstor Kirchner. Perdieron la primera vuelta ante Menem —su viejo mentor— pero la deserción del riojano en el balotaje les regaló la Rosada. Scioli juró como vicepresidente y presidente del Senado, un papel ceremonial que usó para tejer redes. Con Kirchner, la relación fue tensa: Néstor lo veía como un "menemista infiltrado", demasiado moderado y empresario para el kirchnerismo combativo. Scioli, por su parte, jugaba a dos puntas, susurrando a los empresarios que moderaría el populismo K.
En el 2007, al dejar la vicepresidencia, Kirchner lo "exilió" a la gobernación de Buenos Aires, el feudo peronista más jugoso del país. Scioli ganó con el 23 por ciento de los votos, un margen raquítico que salvó gracias al arrastre K.
Reelecto en el 2011 con el 62 por ciento de los votos, su gestión como gobernador (2007-2015) fue un cóctel de obras viales y promesas incumplidas. Buenos Aires creció, pero bajo su mando estalló la inundación de La Plata en el 2013, que dejó 89 muertos y un desastre atribuible a la falta de inversión en desagües —escándalo que él esquivó culpando al "cambio climático". Mientras, acumulaba causas judiciales por corrupción que hoy lo persiguen como fantasmas.
Con Carlos Menem
En el 2015, Cristina Fernández lo ungió como herederp del kirchnerismo, pese a las desconfianzas mutuas. Scioli ganó la primera vuelta con el 37 por ciento, pero en el balotaje cayó ante Mauricio Macri por 2 puntos. ¿Por qué no se rompió? Porque su campaña fue un manual de ambigüedad: "Yo voto a Scioli, no al kirchnerismo", decían sus spots. Perdió, pero salió indemne. En el 2017 se coló quinto en la lista de diputados por Unidad Ciudadana, pese a los escándalos personales que lo azotaban.
Su vida privada, siempre un lastre, explotó entonces. Separado de Karina Rabolini luego de 27 años, en el 2016 inició un romance con la modelo Gisela Berger, 32 años menor. En el 2017, anunció un embarazo que ella reveló como forzado: Scioli le habría pedido un aborto, contradiciendo su discurso antiaborto en campaña. El escándalo lo relegó en las listas K, pero Berger le dio una hija, Francesca, en el 2018.
En el 2019, nuevas denuncias de amenazas y violencia la llevaron a la justicia, complicando su intento de relanzar una candidatura presidencial. Scioli, fiel a su estilo, se victimizó: "Soy un hombre de familia", dijo, mientras las causas por enriquecimiento ilícito lo rodeaban.
Fuera del poder, siguió sin herrumbrarse. En el 2019, perdió como candidato a gobernador ante Kicillof. En el 2020, Alberto Fernández lo nombró embajador en Brasil, un puesto con fueros, sólo para alejarlo de las causas judiciales. Duró poco: en el 2021, lo pasó a ministro de Desarrollo Productivo por 43 días, luego de la renuncia de Matías Kulfas. Sin que se le moviera un músculo de la cara, regresó a Brasilia, donde coqueteó con Bolsonaro y Lula por igual, sin mojarse en el impeachment contra Dilma. En el 2023, Cristina lo respaldó para gobernador, pero él declinó, preservando su imagen de "moderado".
Con Milei
Y entonces, el twist: en enero de 2024, Javier Milei —el antilíder que juró erradicar la "casta"— lo designó secretario de Turismo, Ambiente y Deportes. Scioli, el peronista eterno, posó con el pulgar arriba junto al presidente, simulando lealtad libertaria. ¿Por qué Milei lo eligió? Porque Scioli es inofensivo: no genera olas, administra sin pelearse con nadie. En su gestión, ya acumula tropiezos: en el 2025, ignoró una investigación judicial por corrupción en deudas de publicidad del gobierno anterior y pagó 400.000 euros a proveedores dudosos, como al piloto Franco Colapinto, violando protocolos del Banco Central. En agosto pasado el Intendente de Las Termas de Río Hondo lo echó de un stand en La Rural, gritándole: "¡Sos la peor gestión turística de la historia!". Y en septiembre, su silencio ante el colapso de un puente abandonado desde 1994 —obra licitada en su era— revivió el fantasma de La Plata.
¿Por qué cae siempre bien parado? Este es el enigma —y la crítica— de Scioli: ¿por qué, pese a un reguero de denuncias, sigue flotando? El fiscal Álvaro Garganta pidió juicio oral en el 2023 por "instigación a la corrupción" durante su gobernación: desvío de 20.000 millones de pesos en campaña en el 2015, facturas apócrifas para catering fantasma y negociaciones incompatibles con funcionarios como Alberto Pérez y Alejandro Collia. El empresario Ricardo Miller, apodado "el Lázaro Báez de Scioli", ganó licitaciones por 189 millones en Unidades de Pronta Atención Médica sin experiencia previa, y le alquiló un country por 200.000 dólares. En el 2019, lo denunciaron por lavado vía Capanone SA: su patrimonio saltó de 1,2 millones en 2007 a 52 millones en 2017, con deudas ficticias para blanquear fondos ilícitos.
¿Por qué no cae? Scioli es el maestro del oportunismo pasivo: se alineó con Menem en los 90, con Kirchner en los 2000, con Macri en diálogos post-derrota, con Alberto en embajadas y ahora con Milei en ministerios. Su imagen de "buena persona" —el deportista manco que se ata la corbata solo— lo blinda. Críticos como Elisa Carrió lo tildan de corrupto, pero él responde con sonrisas y metáforas náuticas. "Resisto para competir", dice. En realidad, resiste para sobrevivir, cambiando de bando como de lancha. No es un ideólogo; es un centrista calculador que evita confrontaciones. En un país polarizado, eso lo hace eterno: ni héroe ni villano, solo el que queda.
Hoy, a los 68 años, Scioli administra un ministerio menor mientras sus causas por corrupción duermen como celador de escuela nocturna, en varios juzgados. ¿Mal parado? Difícil: si Javier Milei tropieza, se deslizará al próximo poder. Pero en una Argentina harta de reciclaje político, su longevidad huele a cinismo. No es superación; es cálculo frío.
Mientras él navega, los argentinos pagan las olas.


Fuentes
Boletín Oficial de la República Argentina (1991–2025).
Diario Clarín (archivos políticos y judiciales, 1997–2025).
Diario La Nación (cobertura electoral y de gestión pública).
Página/12 (informes políticos sobre kirchnerismo y PJ bonaerense).
Agencia Télam (archivos institucionales y nombramientos oficiales).
Expedientes judiciales de la causa “Miller y otros s/ enriquecimiento ilícito”, Fiscalía de La Plata.
Informe de la Auditoría General de la Nación sobre desvíos de fondos 2013–2015.
Entrevistas y declaraciones públicas de Daniel Scioli en medios audiovisuales (1997–2024).
Perfil electoral del Observatorio Político Argentino (OPA).
Archivos del Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación (2024–2025).

Juan Manuel Aragón
A 22 de octubre del 2025, en La Abrita. Aguaitando la mañana.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Las características que describe el artículo sobre este muchacho no son para nada atribuible a su persona con exclusividad. En realidad, la mayoría de los funcionarios, políticos y legisladores que transitan los corredores de nuestras instituciones nacionales y provinciales gozan de la misma capacidad camaleónica.
    Basta recordar cómo a principios del 2000 la ciudadanía reclamaba a los cuatro vientos "que se vayan todos". Pese al inusual consenso del pueblo en tal demanda, salvo los que se murieron, hoy siguen vigentes los mismos todos que tendrían que haberse ido hace 25 años.

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  2. Club aire y sol decía Jorge Asis. Un buen tipo y vendedor de Lafayette y de variedades eléctricas. Podría ser de Corrientes cómo politico y de autoridad doméstica

    ResponderEliminar

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