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OPINIÓN Las conejitas se desnudan

El viejo y sus mujeres

Que hay en la actualidad detrás del mundo que ideó Hugh Heffner

Hugh Heffner era un tipo que ideó un negocio para hacerse rico, hace más de cincuenta años. Tomaba fotos a chicas desnudas y las publicaba en una revista, “Playboy”, que vendía millones de ejemplares, primero en los Estados Unidos y luego la replicó como franquicia en otros lugares del mundo. Fue también la manera más fácil que halló para conseguir mujeres a precio de remate, como lo sabían todos, desde su mansión en California, hasta el otro lado del mundo, en la India, Rusia, Japón, la Argentina.
Luego se murió, justo un rato antes de que comenzara la moda de las alevosas victimizaciones en masa. Las chicas que vivían con ese solterón viejo, vicioso, lascivo, varias veces divorciado, eran el símbolo de la alegría y la felicidad. En un país libre, mujeres mayores de edad se daban el lujo de vivir a costa de un viejo, que no solamente les pagaba las lentejas que comían, sino que, además, las hacía viajar, las llevaba a fiestas, les proporcionaba dinero y fama. Como que sus fotos con escasos centímetros cuadrados de superficie de ropa —si es que— daban la vuelta al mundo.
La muerte del viejo libidinoso abrió insospechadas puertas para que esas chicas consiguieran más fama aún: ahora hablan mal del Hugh. Lo menos que dicen es que le tenían asco. Si les recuerdan que eran mujeres mayores, viviendo en uno de los países más libres del mundo, acuden al síndrome de Estocolmo, que es, esencialmente, el trastorno mental que provoca que un secuestrado sienta simpatía por el secuestrador o por su causa. Pero eso era algo que justamente a ellas no les sucedía.
Es decir, no es que no tuvieron oportunidad de escaparse. Podrían haberse ido en cualquier momento sin despedirse. Ni siquiera estaban en un país extraño o las guardaba un emir árabe un harén, en medio de las dunas de Arabia. Sin necesidad de agarrar ni un bolsito, salían a la calle, caminaban para cualquiera de los puntos cardinales y nadie les habría tocado un pelo. De hecho, muchas chicas se dejaron fotografiar, cobraron su plata y se mandaron a mudar. Chau, chau, si te he visto no me acuerdo.
Pero la moda de la victimización en vivo y en directo es tan grande, que algunas mujeres han ido a la televisión a llorar en cámara porque su finado padre les pegaba, las tocaba, las violaba. Es obvio que no van a hallar quiénes las desmientan. O sí. Cuando sus hermanos salen en defensa del padre muerto es peor, porque tienen una segunda oportunidad de llorar frente a las cámaras y con esa publicidad mal habida, quizás que les den el contrato que buscaban.
Los malpensados de siempre, afirman que es casi seguro que las artistas que lloran frente a cámaras por un supuesto o real maltrato de hace veinte años, antes fueron aconsejadas por un representante artístico que les planteó ese último recurso para no perder vigencia o conseguir un trabajo.
A veces pienso que no debería escribir notas sobre personajes menores de la historia y mujeres sin ninguna moral a la vista. Pero tengo hijos chicos todavía y se me hace que el asunto va a ir empeorando, de tal suerte que uno de estos días, podría verse a inocentes padres de familia marchando rumbo a la cárcel por una denuncia falaz e ignominiosa de sus hijos. Que lo sepan: su padre advirtió que todo esto tenía un tufo hediondo y moderno que venía desde el fondo más cruel de la perversidad humana: la que se forja en el mundo del espectáculo, y muestra como bueno y deseable, lo bajo, lo sucio, lo rastrero.
Lo vil.
©Juan Manuel Aragón

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