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ALELUIA Salieron tres libros míos

La madre del monte
Son fanzines 
hechos con material de descarte, por Amalia Beatriz Domínguez y que hoy ofrezco en venta a los amigos

Todos los días se aprende algo nuevo, ayer me enteré de que “fanzine” es una revista de escasa tirada y distribución, hecha con pocos medios por aficionados a temas como el cómic, la ciencia ficción, el cine, la música pop, según avisa el diccionario de la Real Academia. Es lo que hizo Amalia Beatriz Domínguez, hada madrina de poetas, cuentistas, novelistas, con algunos de mis escritos: los transformó en preciosos libritos —literalmente —de bolsillo. Tres joyas de la encuadernación que bien podrían servir para que algunos de mis amigos se regalen esta Navidad o preparen como un buen obsequio para conocidos, proveedores, favorecedores, benefactores o parientes, incluidos nietos desde 12 años en adelante.
Si alguien quiere comprar uno o varios fanzines y vive en Santiago o La Banda, se los llevo a su casa en persona, si desean que les consigne una dedicatoria, me dicen qué quieren que les escriba, lo escribo y listo. Los títulos son “La madre del monte y otras leyendas santiagueñas” y “Yo lo llevé a Peteco a la Salamanca”, para quienes gusten de lo telúrico, digamos y “El remís con chofer sin cabeza y otros espantos”, para los amantes de los cuentos de terror.
Los libros están hechos totalmente con material reciclado, es decir papeles y cartones que se iban a tirar y ella, con algunos amigos, los recuperó para fabricar una maravilla de pequeñas obras de arte de 40 páginas cada uno.
El remís con chofer sin cabeza
Es cierto que lo que importa es lo que dice el libro, su texto, su vera alma, lo demás es sólo ropa, ya sean cosidos a mano, abrochados, pegados con cola, tapa dura, tapa blanda, primera edición, con sobrecubierta, de gran tamaño. Un libro es una caja colmada de ideas, un objeto distinto encerrado en un mundo de papeles apilados, cortados prolijamente y repletos de símbolos llamados letras, que alguna gente tiene a bien descifrar. Pero en este caso, además, son objetos bellos, con una calidad que los lectores apreciarán en la yema de los dedos.
Yo lo llevé a Peteco
Una vieja discusión entre algunos escritores es si los libros simplemente de lectura, es decir hechos para proporcionar placer, sin ninguna utilidad práctica, como las novelas, los cuentos, las poesías, son objetos que entran en el comercio o es un pecado lesa literatura tratarlos de esa manera. En los países de la órbita socialista, se considera que los artistas son el resultado de la sociedad de la que provienen, que no les debe ninguna plusvalía por su trabajo intelectual y así opinan algunos amigos.

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Pero en mi caso al menos, escribir no es una ocurrencia de un día, es un verdadero trabajo y como tal creo que merece ser pagado y disculpe que le hable de algo desagradable a esta hora del día. Al menos yo —y sígame dispensando por la primera persona del singular —no soy un bohemio que vive del aire, sale todas las noches a fumar cositas raras y se conforma con un whisky de vez en cuando. Me considero un trabajador común y corriente, y hasta tomo la precaución de bañarme todos los días.
Para seguir siendo periodista me he impuesto una dura disciplina a fin de redactar mis notas diariamente. Tengo amigos, la mayoría jubilados o gente humilde, que conoce el valor que encierra fabricar cuatro textos distintos por jornada, y hace su aporte solidario enviando dinero a la cuenta que figura aquí arriba. A los otros, les pido que, si pueden, me compren al menos un ejemplar, así sigo tirando un tiempo más en este oficio de escribir todos los días.
Las consultas por precios, me las hacen con un mensaje aparte, así arreglamos el pago, condiciones de entrega y demás asuntos que figuran en el Código de Comercio.
Tengan en cuenta que es una edición reducidísima. Ruego que muchos sean los llamados, pero necesariamente pocos serán los elegidos.
©Juan Manuel Aragón

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