La reina Victoria de Inglaterra |
Cómo se originó una palabra tan común y silvestre que todos la dan por sabida: qué quería decir antes, qué nombra ahora y cómo lo llamaron a través del tiempo
Anoche el etimologista de esta página estaba por irse a dormir, cuando se dio con que no había redactado la noteja del día. Corrió a la computadora, en el camino cazó dos o tres diccionarios antiguos de su biblioteca, abrió uno y halló una palabra para escribir.Vamos, amigos, entonces por el vocablo coche. Para los diccionarios españoles de fines del siglo XIX viene a ser una especie de carro de cuatro ruedas con una caja, dentro de la cual hay asiento para dos, cuatro o más personas.Había en ese entonces de varias clases. De camino, el destinado para hacer viajes. De colleras, el tirado por mulas guarnecidas de colleras, De estribos, el que tiene asientos en las portezuelas. De rúa, anticuado, el que no era de camino. De viga, el que en lugar de varas tiene una viga por debajo. Parado (metáfora), el balcón o mirador en parte pública y pasajera en que se logra la diversión sin salir a buscarla.La Real Academia, en el diccionario de 1726, recuerda al padre Pineda (encantado, mucho gusto), que en su ´Monarquía eclesiástica´ piensa que se decía coche de Catece, pueblo de Hungría de donde salió esta invención, pero parece más verosímil que provenga del francés de aquel tiempo, couche, que significaba lo mismo.
Fonseca, en su “Vida de Cristo”, tomo 3, parábola 37, nombra los coches: “Mujeres hay en el mundo que por traher (sic, en el original) sus personas cubiertas de oro, y sus coches tachonados de oro, ya que no pueden adornarlos con la claridad del sol, traherán (re sic) al page (recontra sic) sin camisa y sin zapatos como si fuera mejor vestir las tablas que las carnes de un Christiano (recontra mil sic)”.
Ya estaba por ponerse paños menores el etimologista, cuando investigó un poco más en profundidad, y se dio con que hace algunos cientos de años quienes atendían el transporte de pasajeros entre Viena y Budapest, hacían un cambio de carruajes en Kocs, un pueblito húngaro. Hay quienes sostienen que esto hizo que los carruajes se llamaran kocsi, que en húngaro suena como cochi.
Ya sin sueño, halló un documento escrito en 1440, mucho antes de que hubiera un servicio de carruajes entre Viena y Budapest, que traía la palabra kocsi, con el mismo significado y la misma pronunciación. El documento se había redactado en Kosice, una bonita ciudad checoeslovaca, cerca de la frontera húngara.
Cuando los coches dejaron de ser tirados por animales y pasaron a ser automóviles, el nombre siguió siendo usado, para qué cambiar, si había una palabra pertinente, ¿no?
En España hubo coches de plaza y de punto, en la Argentina solamente de punto. Estos coches registrados por las autoridades municipales prestaban un servicio al público, por alquiler en un punto de una calle o en una plaza.
En la Argentina, en algún tiempo se conocieron como victoria, en recuerdo de la gorda reina de los ingleses, que llevaba ese nombre y le gustaba moverse en este tipo de carruajes.
En España, desde fines del siglo XVIII hasta bien entrado el XX, el vehículo fue conocido como simón. Un fabricante francés de esos coches instalado en Madrid desde 1772, se llamaba Simón Garrou. Sus carruajes pasaron a ser “los coches de Simón” o, más llanamente, “simones”. Pero, un aguafiestas de los que siempre llegan en lo mejor de la celebración, descubrió que, a mediados del siglo XVII, los coches ya se llamaban así por un conocidísimo cochero de Madrid llamado Simón González.
En la Argentina, las victorias también se llamaban mateos. El nombre les vino de “Mateo”, comedia escrita por Armando Santos Discépolo, cuyo protagonista era, justamente, un cochero.
En bohemio se les dice kostchi, en húngaro es kostezi, en albanés es cozti, en válaco es cozie, en alemán es Kutsche, en inglés es coach, en italiano es coccio, en francés es coche y en catalán, cotxo, siempre según los antiguos diccionarios consultados.
Escrito lo cual, el etimologista se dispuso a poner punto final a la nota, buscarle una bonita imagen, programarla para que aparezca hoy a las 6.
Y se fue a dormir.
©Juan Manuel Aragón
En España, desde fines del siglo XVIII hasta bien entrado el XX, el vehículo fue conocido como simón. Un fabricante francés de esos coches instalado en Madrid desde 1772, se llamaba Simón Garrou. Sus carruajes pasaron a ser “los coches de Simón” o, más llanamente, “simones”. Pero, un aguafiestas de los que siempre llegan en lo mejor de la celebración, descubrió que, a mediados del siglo XVII, los coches ya se llamaban así por un conocidísimo cochero de Madrid llamado Simón González.
En la Argentina, las victorias también se llamaban mateos. El nombre les vino de “Mateo”, comedia escrita por Armando Santos Discépolo, cuyo protagonista era, justamente, un cochero.
En bohemio se les dice kostchi, en húngaro es kostezi, en albanés es cozti, en válaco es cozie, en alemán es Kutsche, en inglés es coach, en italiano es coccio, en francés es coche y en catalán, cotxo, siempre según los antiguos diccionarios consultados.
Escrito lo cual, el etimologista se dispuso a poner punto final a la nota, buscarle una bonita imagen, programarla para que aparezca hoy a las 6.
Y se fue a dormir.
©Juan Manuel Aragón
En Santiago del Estero, hasta fines de la década del 60, los coches tirados por un caballo y con capota negra para el asiento de los pasajeros, eran llamados "coche de plaza". Era un lujo bajarse del tren en la estación de la calle Perú y llegar a la casa en coche de plaza.
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