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JUARISMO El dolor de ya no ser

Carlos Gardel, Cuesta Abajo
Estaría siendo hora de contar a las generaciones venideras, por qué gustaba tanto un régimen que terminó cayéndose de puro ridículo

Alguna vez se debería hablar del miedo que sentían los santiagueños cuando eran gobernados por Carlos Arturo Juárez, “el Tata”, a quien decían adorar y al que votaron cinco veces, cada vez con más ganas y que, cuando por última vez la eligieron a ella en una votación que batió récord, porque alcanzó algo más del 60 por ciento de las voluntades de los santiagueños, se sintieron plenos, henchidos de satisfacción y felicidad, viva, viva.
Se debería contar que más miedo sentían los juaristas que quienes no lo eran. Algunos no querían sentarse en un bar a tomar un café con un amigo, solamente porque el amigo estaba catalogado como contrera, de la contra, radical, socialista o simplemente “un tipo peligroso que no piensa como el resto”.
Alguien debería escribir sobre la rapidez de familias enteras —padre, madre, hijos, yernos, nueras, nietos, padrinos, tíos —para darse vuelta en el aire y pasar de ser los primeros seguidores de Juárez, “con usté hasta la muerte, dotor”, luego de Iturre, después de Mujica y cuando volvió triunfante en el 95, ya eran de nuevo —bienhaiga —juaristas de la primera hora, no se los nombrará, para qué, no hace tanto, somos pocos y nos conocemos mucho.
Tendría que haber algún cronista que recoja los detalles de lo que hacían los orejas, buches, ortibas del régimen, antes de la aparición de internet, oyendo por encima de las tapias y corriendo a avisarle al temido Musa Azar, el resultado de sus actividades de espionaje al uso nostro. Decían que, con esa cara de abuelito bueno, les resultaba increíble pensar que fuera un siniestro personaje de los bajos fondos de la policía y, por supuesto, cuando cayó ni intentaron ir a visitarlo a la cárcel. Ni una mísera flor a la tumba le acercaron, esos maulas.
Antes de que la memoria se pierda para siempre, habría que poner por escrito que muchos dirigentes políticos pedían a los periodistas amigos: “Mañana sácame una notita a favor del Viejo, vos sabes, cualquier cosa, para que sepa que no ando perdido”. Y los escribas entonces le inventaban un elogio nuevo, ditirambos magníficos que sacaban de la galera, pero eran aire, humo, nada. Sólo porque todos sabían que el Dotor leía el diario a la madrugada, cuando el resto dormía, y los protegía de todo mal, Dios sea loado, aleluia,aleluia.
No olvidarse de la cantidad de empleadas que entraron a trabajar a la administraciónal instalar un supuesto “roperito”, con el que se hacían las de entregar cuatro trapos a la gente de algún barrio humilde, que los recibía sólo porque se lo pedían por favor, y aceptaban sacarse una foto para certificar su vergüenza y humillación.
Ni qué decir de los que consintieron la política de “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”, y la justificaban con una apelación a la disciplina partidaria que, si la repitieran hoy tendrían pavor de oir su propia voz.
Hablemos también de los historiadores, que evitan nombrar el tiempo de Juárez, como si de la peste se tratara, vaya uno a saber por qué, mejor dicho, todos lo saben por estos pagos, pero para qué andar ventilando intimidades. Brincan del tiempo de los Taboada a la actualidad, con un salto de garrocha tan fenomenal que olvídate de las Olimpíadas. 
Nadie hablará nunca de la pila de expedientes que se acumulaban en el despacho de “la Señora” y que no firmaba porque no se le cantaba mirarlos siquiera.
Y de los actos en que las mujeres la miraban arrobadas como si fuera Elvis Presley, algunas con lágrimas en los ojos, agitando las porras, bailando al son de “nunca, pero nunca, me abandones Carlos Juárez”.
Después de ese tiempo nos cayó a los santiagueños una amnesia general, que borró de la memoria “una cosa que empieza con ge”, los carterazos, las fiestas en la residencia, los eslóganes como “Perón cumple, Evita dignifica, Juárez trabaja, Márquez goza”, la ignominia de ella en la cárcel y él en Buenos Aires, firmando solicitadas, viendo cómo hacer para acomodarse con la milicada de Videla y su bandita, los que la comparaban con la Virgen de la Merced y la santísima indignación que le agarraba a ella cuando le recordaban que él era casado, tenía hijos y nietos a los que no había visto nunca.
La figura de los Ilustres Protectores de la Provincia, ha sido extirpada de los registros, los archivos, los índices, los catálogos y hasta de los chistes que se contaban en aquel tiempo, como el del funcionario que no paraba de caminar y caminar todo el día caminando, sólo porque a todo lo que estaba quieto venía Juárez y lo inauguraba. Tampoco hay quien recuerde cómo fue que se gestó la propaganda electoral de las viejas lloronas de la campaña del 85, de quién fue la idea de recibir en la plaza Libertad, con lanzas, a un candidato de la contra, las Quijotes con faldas, Cruzada Santiagueña, nombre que siguen usando creyendo que nadie se acuerda, las Normas Iso9000 del partido.
Y tantos otros hechos que la memoria ha escondido detrás del cerebelo, y que vendrían a certificar que alguna vez, sobre esta tierra bendita cayó la ignominia de, como dice, justamente “Cuesta Abajo”, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Juan Manuel Aragón
A 19 de mayo del 2024, en la plaza Sarmiento. Cebando mate.
©Ramírez de Velasco

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc19 de mayo de 2024, 6:54

    Cada vez habrá menos memoriosos, hasta desaparecer por una razón biológica.

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  2. Gracias, Juan Manuel, por traer a la luz un tema que merece ser revisitado y discutido, con el propósito de reflexionar sobre la actitud de la ciudadanía ante el poder autoritario.
    De mi parte quisiera aclarar que si bien el caso fue particular por su repetición en el tiempo, no fue algo aislado en la historia de Santiago desde su fundación. Es más, esa actitud de sumisión de la ciudadanía al poder de turno ha sido una constante desde los comienzos de la vida política santiagueña hasta nuestros días.
    Tampoco la imposición de cónyuges al cargo ha sido un hecho aislado en la provincia ni en el país, ni en el mundo, con las consecuencias lógicas en cada caso.
    Para mostrar cómo la sumisión al autoritarismo y sus consecuencias están en el ADN santiagueño puedo citar el texto de una página del capítulo "Conclusiones", del libro "Santiago del Estero: Orígenes de un Hagiogeotopónimo y de la Ciudad que el Mismo Nombra" del Dr. Historiador Vicente Oddo, que dice lo siguiente:

    "Acabamos de escudriñar a través suyo la génesis de una ciudad poseedora de un nombre en verdad egregio, de intento asentada ella en un lugar geográficamente inapropiado, pero en su momento políticamente oportuno; víctima la misma durante su desasosegada plasmación de desmesuradas ambiciones personales, de obsecuencias individuales, de especulaciones particulares, de intereses subalternos u oportunismos egoístas. Y beneficiaria al tiempo que dadora, también de sacrificios altruistamente incomparables.

    Recién dificultosamente parteada, tuvo ella que sufrir ahogantes autocracias, arbitrarios nepotismos, morosas burocracias.

    Nada en absoluto sucede, sin que tenga alguna modificación consecuente. Cuando el suceso es malo, la consecuencia por lo regular no es buena.

    Muchos inaugurales y posteriores acontecimientos locales desfavorables, nos dejaron secuelas lugareñas negativas."

    "…....Cierto es que las podas inclementes que se efectuaron a los bienes de la santiagueñidad le permitieron a la misma por lo menos ahondar y engrosar sus raíces, vigorizándose el tronco, como ocurre con los árboles. Solo que, para el caso, se afectó con la inopinada reiteración y la cruel desaprensión de las mutilaciones el apetecible frutar natural"

    Aclaro que el Dr. Oddo solo se refiere en su libro al período desde la fundación hasta el 1581, o sea apenas los primeros 28 años!!!!!!!, o sea que no hay dudas de que es lo que hay, y hay una mayoría que así lo quiere, que ha elegido un modelo de conducción diferente con una inserción diferente en el país.

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