Velay el pilpintu |
Vaya a saber por qué le cambiaron el nombre, lo cierto es que se trata de un lepidóptero que vive en los veranos santiagueños
Se le llama “pilpintu”, según el diccionario quichua santiagueño – castellano, del sabio lingüista santiagueño Domingo Bravo, a un lepidóptero de la familia de las pieridae. Y la define como “mariposa leve, especialmente la blanca de los alfalfares”. Vaya usted a saber por qué le cambiaron el nombre, la cosa es que ahora les dicen pirpintos. Dentro de unos días posiblemente empiecen a poblar campos y caminos santiagueños, pintando de blanco pequeñas parcelas de pasto, los algarrobales e incluso el cielo, intentando quizás confundirse con las nubes.Su nombre científico es Ascia monuste, son típicas de la región chaqueña, el pedemonte y amplias regiones de la Argentina, Bolivia y Paraguay. Migra desde el norte de Salta, Jujuy, el sur de Bolivia, en grandes enjambres, desplazándose por movimientos de viento que en ocasiones la llevan hasta la región pampeana. Es uno de los espectáculos más bellos que ofrece la naturaleza, según coinciden científicos y legos.Con algo menos de 2.000 habitantes, el pueblo de los Pirpintos, en el departamento Copo, recuerda con el nombre su paso por esos bosques
Son mariposas diurnas que, en primavera y verano, completan su ciclo biológico de huevo, larva, crisálida y adulto, favorecidas por el calor y la humedad. Los adultos viven unos 100 días y producen hasta dos generaciones por año. En su etapa de larvas se alimentan de hojas de la flora autóctona, y por eso se considera importante conservar los bosques nativos. Como adultos, cumplen funciones clave: polinizan flores al alimentarse del néctar y sirven de alimento para las aves. Además, son totalmente inofensivas.
Miden entre 6 y 7 centímetros y a pesar de su tamañito, hacen un viaje larguísimo, recorriendo cientos, miles de kilómetros, buscando los lugares óptimos para reproducirse.
Su apariencia varía según el sexo: los machos son más blancos y las hembras un poquito más oscuras. Con una envergadura de 63 a 86 milímetros, tienen una distribución amplia, desde Estados Unidos hasta la Argentina, aunque su presencia depende de factores ambientales. Las larvas se alimentan de plantas silvestres, mientras los adultos prefieren flores como la lantana y la verbena. En regiones agrícolas, pueden ser consideradas plagas esporádicas de cultivos crucíferos (repollo, puerro, brócoli, esos).
Su presencia en Santiago solía ser multitudinaria, millones de ellas vestían los campos de motas blancas, empero en los últimos años disminuyeron considerablemente, y hubo épocas en que se ausentaron por completo. Si disminuyen es por amenazas como la pérdida de vegetación nativa, el uso de pesticidas y el calentamiento de la tierra. Como otros lepidópteros, son bioindicadores sensibles de la salud de los ecosistemas. Y, hay que decirlo, aunque a muchos no les guste, están desapareciendo de los lugares en que han vivido durante siglos.
A pesar de que hay un tiempo en que son omnipresentes en el bosque santiagueño, sólo una chacarera de Los hermanos Reynoso, de Monte Quemado, recuerda el pueblo “A Los Pirpintos”. Pero tiene una de esas letras que valen tanto para los Pirpintos como para cualquier otro sitio de Santiago, repitiendo los mismos clichés. Describe al bichito, cómo no, dice que son “mariposas que vuelan, con las alas amarillas, transportando a la distancia, sabor de mate y tortilla” (¡vé po vos!). Es un lugar igual a muchos de Santiago, pero aquí es descrito, oiga bien como “Pirpinto un pueblo distinto”. ¡Oia!, qué rima, ¿no?
En el mundo, el descenso de su número es alarmante. La migración de la mariposa monarca, por dar un caso, ha disminuido en las últimas décadas: de 550 millones en el 2004 a solo 50 millones en el 2014. En Europa, las variedades de praderas se han reducido a la mitad. ¿Por qué, pregunta? Bueno, por la falta de vegetación autóctona, el cambio en el uso de la tierra y las fumigaciones. La introducción de vegetación exótica también las afecta, ya que dependen de especies específicas de plantas para alimentarse y reproducirse.
En este contexto, es crucial que todos asuman un papel para preservar los pirpintos. Esto implica fomentar la siembra de plantas nativas, no tirar tantos pesticidas y educar sobre la importancia de las mariposas, ya que, sin plantas nativas, se mueren. La interacción entre flora y fauna es fundamental para la estabilidad de los ecosistemas, y cada especie, por más que parezca frágil, tiene un papel único.
Su presencia, algunos veranos en Santiago, es un recordatorio de la conexión entre el hombre y la naturaleza y los pirpintos lo festejan con su presencia etérea y casi mágica. El espectáculo del pirpintaje blanqueando los caminos, de continuar, podría ser un baño de esperanza y un ejemplo de convivencia entre el hombre y el mundo que lo rodea.
Pero si no vuelven un año y el siguiente tampoco y al otro vuelven a fallar, no lo dude, en ese tiempo estaremos en el horno.
Literalmente.
Juan Manuel Aragón
A 28 de noviembre del 2024, en Solís y Costanera. Pedaleando la mañana.
Ramírez de Velasco®
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