Orestes Di Lullo |
Breve análisis de la obra del polígrafo para desmentir cierta cultura izquierdista que le pretenden endilgar
*Por Edgardo Atilio Moreno
No es tarea de poca monta la del folklorólogo. No al menos como la concibió Orestes Di Lullo; para quien estudiar nuestro folklore formó parte de una voluntad de autoconocimiento y autoafirmación del Ser, que puede considerarse propiamente como una actitud filosófica.Di Lullo, como pensador enrolado en esa corriente política y cultural que se dio a llamar el nacionalismo católico, se interesó por nuestro ser nacional, es decir por nuestra identidad; pero a diferencia de muchos contemporáneos, no concibió a ese Ser como algo que se construye, que muta y que deviene dialécticamente; por el contrario, entendió conforme a la sana filosofía realista, que se trataba de algo dado, de algo esencial, de algo que permanece a pesar de los cambios y que nos hace ser lo que somos y no otra cosa.En consecuencia, para develar cual era nuestra identidad, consideró necesario dirigir su mirada hacia nuestros orígenes como nación. Procedimiento lógico, pues para saber lo que algo es, hay que ir a su nacimiento; y así se empeñó en estudiar el elemento que más denota el deseo de expresión de nuestra cultura fundacional: el cancionero popular.
En ese sentido, nuestro comprovinciano, al igual que Juan Alfonso Carrizo, había comprendido que para conservar nuestra identidad cultural y ser fieles a nuestra cultura original antes era necesario conocerla.
Ahora bien, y ya que estamos en precisar ideas, tenemos que aclarar también que estos pensadores tradicionalistas no adherían al actual concepto de cultura proveniente de la moderna antropología cultural, que incluye en sí a todo conocimiento, arte, costumbre o habito del hombre. Por el contrario, se manejaban con la forma clásica de entender la cultura, es decir concibiéndola como el cultivo o el desarrollo de las perfecciones del hombre para alcanzar su plenitud; como diría Fray Petit de Murat, cultura “es la labor de la inteligencia ayudando a una cosa a alcanzar su perfección en la línea de su naturaleza”. Para hablar en criollo, no creían que cualquier cosa fuera cultura, más bien la asociaban con la búsqueda, la conservación y el desarrollo de la Verdad, el Bien y la Belleza.
Pero volviendo al folklore, Di Lullo se interesó por su estudio porque trató de encontrar allí el plexo axiológico de nuestra cultura fundacional; es decir los valores que revelaban nuestra peculiar forma de ser, de actuar y de pensar. Evidentemente, de aquellas ancestrales canciones se desprendía toda una visión del universo; una fe y una moralidad que testimonian una sabiduría tradicional y universal. En esa cosmovisión primigenia se hallaban patentes los caracteres fundamentales de nuestro Ser Nacional, los cuales revelaban inequívocamente nuestra identidad hispano-católica.
Aquellos cantares, como dice Miguel Cruz, “reconocen otras variantes y adaptaciones, su origen español y su semejanza, por lo tanto, con las composiciones recopiladas en otras regiones de América”.
Ciertamente – y contestando anticipadamente a una crítica que se suele hacer a los recopiladores, en el sentido de que no prestaron atención a las producciones indígenas, no caben dudas de que existen, aunque en baja proporción, poemas en lengua quichua; sin embargo, estas composiciones muestran también la influencia española en cuanto a la rima y la métrica, por lo tanto, habría que preguntarse si hubo o no realmente una producción aborigen relevante.
De todas formas, aquella tarea de recuperar nuestro cancionero popular que llevó adelante Di Lullo no se hizo desde una burbuja -de esas típicas en las que se sumergen muchos intelectuales- por el contrario, nuestro polígrafo se metió bien en el monte santiagueño, se compenetró de sus hombres y paisajes. Habló con aquellos viejos pobladores y les interrogó acerca de las coplas que conocían de sus mayores.
El resultado fue el reflejado fielmente en su obra, y si las coplas recordadas fueron de raigambre hispano católica es evidente que fue porque a nuestros paisanos estas les eran “significativas”, como se dice ahora en la moderna pedagogía; o mejor como dice Alberto Rougés “para que aquel cancionero se conserve, pues, ha sido indispensable que los que lo llevaban en la memoria lo comprendieran, lo vivieran, fueran capaces de estimarlo, de gustar los delicados matices del ingenio, del sentimiento y de la expresión que hay en él ”.
Al respecto no caben dudas que el método utilizado fue novedoso, hoy a esto se le llama estudios etnográficos y trabajos de campo, Di Lullo los llamaba simplemente “visitas”.
Sin embargo, tenemos que acotar que esta tarea de rescate de nuestra tradición cultural llegó algo tarde, ya se había perdido mucho de ella. Lo recopilado fueron apenas los vestigios de una cultura que ya se encontraba abolida y devastada.
Las razones de aquella crisis también estaban a la vista y fueron denunciadas: por un lado, el genocidio cultural comenzado en el siglo XIX por hombres emblemáticos como Bernardino Rivadavia, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca, que repudiaron nuestros orígenes y tradiciones para llevar adelante un modelo de país que respondiera a las exigencias de la modernidad utilitaria y materialista. Por otro lado -y en consecuencia con ese modelo- la destrucción de una sociedad campesina, arraigada a la tierra, vino a significar la destrucción de aquella cultura. El hecho de que el campesino se quedara sin su tierra determinó que se cortasen sus vínculos con la fuente de la cultura.
De todas formas, gracias a hombres como Carrizo y Orestes Di Lullo, miles de piezas poéticas de nuestra cultura fundacional fueron salvadas de su desaparición y como dijo Bruno Jacovella “ciertamente ningún otro país del mundo ibérico puede gloriarse, ni por cerca, de haber llevado a cabo una empresa tan vasta de documentación de su cultura tradicional como la Argentina”
En aquel folklore apenas salvado de su desaparición sobreviven los vestigios de una sociedad que la modernidad quiso abolir; allí palpitan los restos supervivientes de lo que fuera la cristiandad hispanoamericana que nos dio el Ser y al cual debemos fidelidad
Lamentablemente y para terminar no podemos dejar de referirnos a una variante novedosa del folklore actual que, si bien conserva algunos valores intrínsecos, sin embargo, tiene elementos que se distancian del folklore autentico. En primer lugar, su rechazo del sentido religioso de la vida, tan claro en el antiguo cancionero; y en segundo, la incorporación de instrumentos y ritmos que lo hibridizan con un género insólito como el rock anglosajón, tan ajeno a nuestra cultura hispano-católica. En ese aspecto estas nuevas producciones folklóricas poco y nada vienen a aportar para la restauración de nuestro cancionero tradicional.
Queda pendiente pues esa tarea para nuevos vates y cantores.
*En El punto y la coma.
Ramírez de Velasco®
Muy bueno. No lo había leído antes.
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