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NACIONALISMO El precio del folklore

El festival de la Salamanca, cuando se hacía

En los llamados festivales, se paga royalties hasta por las bebidas que se ofrecen a un público ávido de una experiencia bien argentina

El folklore y el nacionalismo, van de la mano. El folklore es una ciencia que se inicia en el país, con Juan Alfonso Carrizo, mientras EL nacionalismo llegó en los barcos del romanticismo europeo. Vendrían a ser algo así como dos fuerzas del pensamiento que exaltan lo propio y le ponen un precio que casi siempre es más alto del que merece.
Las peñas folklóricas y muchas letras de su música más conocida, suelen ser un compendio de frases hechas del nacionalismo popular, que llevan sus dichos hasta un extremo tan absurdo que suele convertirse a menudo en folklorería barata (“pago donde nací, es la mejor querencia”, dice una letra famosa, refiriéndose a Santiago del Estero, ¡a Santiago del Estero!, ¿entiende?).
En las fiestas en que se canta este género musical hasta suele haber un escriba oficial que, con muchos días de anticipación, redacta unas glosas que dirán los presentadores en el tiempo que va desde que un artista termina su actuación hasta que el próximo está preparado para arrancar. Casi siempre están repletas de palabras rimbombantes que repiten consignas vacías, frases huecas, enunciados hueros, oraciones pedantes y muchas veces sin sentido, propias de un espectáculo de circo, que no sonarían ridículas en medio de los osos bailarines, las trapecistas, los tonys siempre chistosos, malabaristas de fantasía, imposibles contorsionistas, sin que falten los tigres famélicos, el mago que corta por la mitad a su ayudante.
Se entiende, en esos ámbitos, lo único que recuerda de manera muy lejana al folklore son las zambas, las chacareras, las vidalas, los yaravíes (¿usted sabe cómo suena un yaraví?, pero, ¡caramba!, es una de las expresiones musicales más características del folklore local). El resto de sus costumbres y sus poses, suele tener una faz moderna y extranjerizante que, incluso en muchos momentos de la música, contradice la esencia de lo que se dice.
Como que hay gente que, en determinados momentos de los llamados festivales, suele percibir un aroma entre dulzón y como a trapo viejo, entonces comenta: “Detrás de nosotros había unos que no fumaban de la buena”. Dando por sentado que la Pulpera Gaucha a la que quizás aluden en ese momento en el escenario, la famosa Rubia Moreno, quien lo diría, también se daba con marihuana.
En medio de un berenjenal de alusiones geográficas y de una naturaleza desatada, entre las que no faltan las menciones de los pueblos supuestamente más folklóricos de la provincia, Atamisqui, Salavina, Los Telares, se levantan las voces de los vendedores de choripán, pulseritas luminosas, muñecos de trapo y vinchas de plástico para parecer un auténtico integrante de los pueblos originarios. Los vendedores vienen a ser un muestrario del folklore del folklore, se forjaron de festival en festival, de una punta a la otra de la Argentina y tanto venden un recuerdo de Jesús María, como de Cosquín o de Tilcara, casi todos fabricados en Buenos Aires, como corresponde a un país bien federal.
El nacionalismo como ideología política, entre otras cosas, tiene entre sus postulados la defensa a ultranza de la industria nacional, frente a lo que considera que son espejitos de colores y abalorios de todo tipo que imponen las grandes naciones, como una manera de sojuzgarnos, también con sus costumbres, su ideología y sus credos.
Pero las peñas folklóricas nacionales, al menos las que que se ven por la televisión, serán todo lo nacanpop que usted quiera, pero en todas toman bebidas que pagan royalties, desde la cerveza hasta el ferné, pasando obviamente por la Cocacola y quizás hasta el agua embotellada.
Si uno de estos días se le ocurre concurrir a una peña machaza, argentina, nacional y no extranjerizante, haga la prueba, amigo, pida una grapa catamarqueña, rebajada con agua de aljibe, un guarapo tucumano, aloja fresquita y bien santiagueña, chicha salteña de las de antes, esa que hacían las viejas mascando el maíz, a la manera ancestral, bien argentina, endulzada con miel silvestre. ¡Ah!, eso no se halla en los festivales folklóricos, pero, ¿no le digo?
¿Nacionalismo dice?, ¡naaahhh! Son palabras vacías para la tribuna, quién va a creer.
Juan Manuel Aragón
A 12 de febrero del 2025, en Villa Brana. Tinquiándome el coto.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Excelente reflexión. Muy de acuerdo. No sé cuando empezó la moda de las chacareras progresivas, que empiezan con un montón de ruiditos de platillo, cañitos colgados, guitarra eléctrica y otras sofisticacines, que duran como 5 minutos hasta que por fin alguien empieza a cantar en medio de un redoble de batería.
    Muy telúrico.

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  2. Hay que decidirse, amigo Juan Manuel: Folclore o festivales, figuras de escenarios o folcloristas, gente que gusta de la música folclórica o gente que se ha quedado en el tiempo (que no conozco y quisiera saber dónde están con sus yaravíes para conocerlos también, ya que estamos). En guitarreadas bien criollas y en un lugar abierto al público, he tomado aloja de algarroba muchas veces, hace poco también. En cuanto a letras folclóricas, hay cada vez más y muy variadas, no solamente las que se escuchan por televisión o radio. Santiago del Estero es la mejor querencia para los santiagueños que amamos Santiago, por eso unos vivimos en Santiago y otros, que viven en donde encontraron mejores trabajos, vienen para sus vacaciones y envían medios para que haya mejoras en sus respectivos pagos y en sus familias. No se ama lo que no se conoce y se desconoce lo que no se ama.

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