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CUENTO Lo que le pasó al Negrito

Buenos Aires de nochecita

“Recuerdo que pensaba dormir todo el camino y no paró de parlotear desde que salimos de la Terminal vieja…”

Jamás he contado aquello que le sucedió al Negrito Gutiérrez la vez que fuimos a Buenos Aires, por pudor ajeno más que nada. Porque los amigos, si uno dice que son amigos verdaderos, de esos que regala la vida muy de vez en cuando, no se traicionan nunca. Andar contando sus secretos es cosa de maricones, eso no se hace. Le digo, aunque nunca me pidió que me quedara callado, hay códigos que se respetan a muerte.
En ese tiempo éramos jóvenes, teníamos la vida por delante y fuimos a la gran ciudad, él a buscar trabajo y yo tras las huellas de un imposible amor que, le adelanto desde ya, me dio el olivo, es decir que me dijo chau, chau adiós el primer día que llegué.
La mocedad tiene esas cosas, uno es capaz de viajar miles de kilómetros para ver, tocar, oler, algo que quizás tiene a la mano a la vuelta de la casa, no sé. Pero se hace ilusiones con lo que lo que espera allá lejos. Ah, esa mujer cuyo amor lo redimirá a uno de todo pecado, desliz, falta o equivocación. Qué sabrá ser, amigos.
Iba a ir solo, él no me tenía que acompañar, pero se enteró y no sé en qué momento se me coló en el viaje y sacó pasaje para ir conmigo. Recuerdo que pensaba dormir todo el camino y no paró de parlotear desde que salimos de la Terminal vieja hasta Retiro, sin descanso, hablaba y hablaba.
Yo quería llegar fresco para hablar tranquilo con aquella mujer cuyo recuerdo me remordía el corazón desde el Carnaval pasado. Pero el Negrito me estuvo conversando de sus cosas, de los dramas con la familia, de sus trabajos, de política. Para peor, cuando quería cabecear un sueño me codeaba y me decía: “Despertate, che”.
Como anticipé, me fue mal. Hallé a la chica aquella con la que habíamos congeniado tan bien en Carnaval, pero no era la misma en Buenos Aires. Un café que tomamos en la esquina de su trabajo, fue más que suficiente para que me hiciera dar cuenta de que lo nuestro había sido un espejismo y que no debía hacerme ilusiones. Le dije que estaba dispuesto a conseguir un trabajo, a vivir en un banco de una plaza cualquiera, pero de una manera muy amable y firme, me dio a entender que no valía la pena, al menos si era por ella. Sospeché que tenía novio, pero a esa altura era lo de menos.
Con el Negrito nos quedamos unos días más. Fuimos a visitar a unos parientes que vivían lejos, hubo guitarreada, recuerdos del pago lejano, el reencuentro, la nostalgia provinciana que les sale por los poros a los santiagueños de la diáspora apenas ven a un recién llegado afloró por todos lados.
Yo me volví a los dos o tres días, no tenía a qué quedarme allá, y el Negrito se quedó como un año más, laburando en esto y en aquello, hasta que al final se volvió. Extrañaba mucho Santiago, aquello no era para él.
Pero nunca, pero nunca, nunca, conté lo que le pasó al Negrito y menos lo voy a hacer ahora, qué se ha creído.
Amigos son los amigos, ¿no?
Juan Manuel Aragón
A 20 de abril del 2025, en El Zanjón. Orejeando una flor.
Ramírez de Velasco®

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