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Virginia pierde el juicio |
Una estratagema, planeada por un magistrado para quedarse con una chica, tiene un desenlace inesperado
Uno de los conceptos fundamentales de la vida antigua, el de honor, tal vez haya quedado perdido para siempre, enterrado en la última mazmorra del olvido más cruel, que es el voluntario, el que se relega a los últimos lugares de la memoria, no por un descuido, sino porque, de intento, uno quiso colocarlo en ese oscuro sitio, cuyo nombre quizás sea solamente amnesia voluntaria, si ello fuera posible.Ahí está el caso de Virginia, bella joven romana, hija de Lucio Virginio, prometida de Lucio Icilio que había sido tribuno de la plebe. Apio Claudio, uno de los decenviros de Roma se enamoró perdidamente de ella. Pero ella no le dio bolilla, algo que sucede cientos de ocasiones por kilómetro cuadrado todos los días en todos los sitios del mundo.Entonces el tipo, Apio Claudio, intentó vencer su resistencia con dádivas, dicen sus biografías más conocidas. Pero la chica seguía negándose.
Hay cientos de miles de maneras de conseguir el favor de una mujer, desde las consabidas flores y bombones hasta los requiebros amorosos, los piropos con ingenio, hasta los alegres chistes para arrancarle una sonrisa. Pero el tipo tuvo una idea que le pareció mejor. Pidió a su cliente, Marco Claudio, que la reclamase como esclava ante su tribunal y dando él la sentencia favorable, la tendría a su disposición.
Dicho y hecho,
Marco, intentó secuestrar a la chica cuando iba a la escuela en el Foro, pero una multitud, que conocía y respetaba a su padre, intervino y exigió que el asunto se resolviera ante un tribunal.
Qué más quería el otro.
Recuérdese que, entre los antiguos romanos, los decenviros, como su nombre lo indica, eran los diez magistrados superiores que tenían el encargo de componer la ley de las doce tablas. Gobernaron la república en lugar de los cónsules. También se llamaban así unos magistrados menores que servían de consejeros a los pretores.
Ahora adivine quién presidía aquel tribunal, sí, acertó. El mismísimo Apio Claudio, que se había tomado el trabajo de apalabrar a los otros magistrados. En el juicio protestaron y se quejaron los defensores de Virginia, entre ellos su prometido Icilio y su tío Publio Numitorio. Pero nada, che, Apio dictaminó que Virginia era esclava de Marco Claudio.
Bueno, a todo esto, el padre de Virginia, que estaba en el ejército, se enteró de toda la matufia, entonces volvió a todo galopea a Roma y se presentó en el juicio, quiso probar que era su hija, pero no lo dejaron. Al oír la sentencia que entregaba a la chica al deshonor, y no teniendo otro medio de salvarla, pidió hablar con ella unos instantes. Entonces, según Tito Livio, un historiador romano, Virginio exclamó: “Es a Icilio y no a ti, Apio, a quien he prometido a mi hija. ¡La he criado para el matrimonio, no para el ultraje!”.
Ahí nomás sacó un cuchillo y se lo clavó en el pecho, matándola instantáneamente.
Ese acto produjo una sublevación en el ejército y en el pueblo. Como resultado se abolió el decenvirato y se decretó la prisión de Apio Claudio, que se mató.
¿Pregunta cuándo sucedió esta historia, amigo? Calcule, ella nació en el 290 de Roma así que debió tener quince años en el 305, que equivale al 448 antes de Nuestro Señor Jesucristo, según se cuenta ahora.
¿Moraleja, dice? Esta historia no la tiene, pero sí, acaso, solamente trae una tarea para la casa. ¿Cómo actuaría usted si fuera el padre de la chica?, ¿también la mataría o aguantaría que se la lleven para servir de diversión de un degenerado?
Juan Manuel Aragón
A 20 de junio del 2025, en la Chacabuco y Roca. Esperando un remís.
Ramírez de Velasco®
Ni uno ni otro. Al que mato es al tal Apio (estando en el ejército no debió ser tan complicado) y soluciono ese problema. Lo que sea que me toque a mí es preferible como resultado.
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