La generación que no se conforma con nada |
Hay jóvenes que no están dispuestos a esforzarse para conseguir nada
Las últimas generaciones, las nacidas un poco antes del 2000 y algo después también, podrían ser englobadas bajo el nombre de “Generación de Cristal”. Como que vienen con algo fallado, nada los conforma, nada les gusta y no están dispuestos a molestarse por conseguir nada. Dicho esto, obviamente, sin el ánimo de ofender a nadie y tratando de evitar generalizaciones que a nada llevan.
Muchos de los que nacimos antes de esa fecha, nos hemos formado a los golpes. Venía un jefe y nos decía: “Así no se hace, ¡carajo!”. Luego nos acordábamos para siempre de su corrección, la teníamos en cuenta y agradecíamos por siempre haber sido mejorados de esa manera.
Hoy no se los puede tocar. Se ofenden en seguida. Reconocen que no saben un determinado asunto, quieren aprender y pretenden que uno tenga los remilgos de un profesor de segundaria. Guay con apurarlos: “¡Metele, mové esas manitos, mirá que los clientes no te van a esperar!” porque capaz que le ponen una denuncia en los tribunales, con diez abogados a su favor tirándole todos los códigos encima.
Esa es otra característica de los jóvenes bazar, digamos. Se saben al dedillo las leyes que los protegen de todo mal. Tienen muy presente el código con sus derechos y van a menos con todo aquello que les marca sus obligaciones. Cuando los jefes les reclaman porque no llegaron a tiempo es como si oyeran chino básico, no entienden el concepto de puntualidad, lo mismo si les dicen que vayan correctamente vestidos, peinados y bañados.
Repito, no son todos, no son siempre así, quizás es una exageración lo que estoy escribiendo, extrapolando media docena de casos a toda una generación de santiagueños. Y tal vez me estoy equivocando en el diagnóstico también.
Se diría que las redes de internet les quitaron la pasión necesaria para encarar la vida. Sobre todo, en sus primeros años en el mundo laboral: deberían entender que no todos los trabajos son tan apasionantes como enlazar novillos en un rodeo norteamericano o bajar por el río Yang Tsé Quiang (o como se escriba), en balsa. No vale que uno les diga que es lo que hay y si comienzan hoy quizás el día de mañana, dentro de 20, 30, 40 años o nunca, estén trepados en el Himalaya.
La abulia, la apatía, el desinterés, el desgano, la indolencia, la desidia, son sus marcas. Se los reconoce al instante porque arrastran las zapatillas cuando caminan, siempre a un ritmo cansino, con todo el tiempo del mundo. No son capaces de preguntar nada en su nuevo trabajo y lo hacen todo muy lentamente. Para peor, es casi un pecado que los empleados más viejos los apuren.
Quedaron con la mente en jardín de infantes, cuando las maestras no podían tocarlos: iban al baño solos porque estaba prohibido que les pongan las manos encima. A pesar de que han crecido, ahora sus jefes tampoco pueden carajearlos para que trabajen más rápido o lo hagan bien.
Báh, digo, es una impresión que tengo. Porque sé que también hay jóvenes entusiastas, emprendedores, con muchas ganas de aprender y poniéndole ganas a la vida. Conozco media docena de changos y chicas que seguramente van a llegar muy lejos si siguen esforzándose como hasta ahora. Pero hay muchos que, francamente, che.
Por las dudas, evito el cristal, tomo agua en una jarra enlozada. No vaya a ser cosa.
©Juan Manuel Aragón
Esa es otra característica de los jóvenes bazar, digamos. Se saben al dedillo las leyes que los protegen de todo mal. Tienen muy presente el código con sus derechos y van a menos con todo aquello que les marca sus obligaciones. Cuando los jefes les reclaman porque no llegaron a tiempo es como si oyeran chino básico, no entienden el concepto de puntualidad, lo mismo si les dicen que vayan correctamente vestidos, peinados y bañados.
Repito, no son todos, no son siempre así, quizás es una exageración lo que estoy escribiendo, extrapolando media docena de casos a toda una generación de santiagueños. Y tal vez me estoy equivocando en el diagnóstico también.
Se diría que las redes de internet les quitaron la pasión necesaria para encarar la vida. Sobre todo, en sus primeros años en el mundo laboral: deberían entender que no todos los trabajos son tan apasionantes como enlazar novillos en un rodeo norteamericano o bajar por el río Yang Tsé Quiang (o como se escriba), en balsa. No vale que uno les diga que es lo que hay y si comienzan hoy quizás el día de mañana, dentro de 20, 30, 40 años o nunca, estén trepados en el Himalaya.
La abulia, la apatía, el desinterés, el desgano, la indolencia, la desidia, son sus marcas. Se los reconoce al instante porque arrastran las zapatillas cuando caminan, siempre a un ritmo cansino, con todo el tiempo del mundo. No son capaces de preguntar nada en su nuevo trabajo y lo hacen todo muy lentamente. Para peor, es casi un pecado que los empleados más viejos los apuren.
Quedaron con la mente en jardín de infantes, cuando las maestras no podían tocarlos: iban al baño solos porque estaba prohibido que les pongan las manos encima. A pesar de que han crecido, ahora sus jefes tampoco pueden carajearlos para que trabajen más rápido o lo hagan bien.
Báh, digo, es una impresión que tengo. Porque sé que también hay jóvenes entusiastas, emprendedores, con muchas ganas de aprender y poniéndole ganas a la vida. Conozco media docena de changos y chicas que seguramente van a llegar muy lejos si siguen esforzándose como hasta ahora. Pero hay muchos que, francamente, che.
Por las dudas, evito el cristal, tomo agua en una jarra enlozada. No vaya a ser cosa.
©Juan Manuel Aragón
Hola Juan Manuel! Coincido con lo que expresas en la nota! Estamos ante una mayoria de eternos adolescentes, que se niegan a madurar. Aunque hay honrosas excepciones! Un abrazo!
ResponderEliminarEs verdad, hay adolecentes, de las dos formas, aunque los padres se esmeran.no salen iguales,
ResponderEliminarEstoy de acuerdo !!!
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