Uso anteojos para leer desde pasados los 40 años, de vez en cuando me duelen algunos huesos que antes ni sabía que existían. No sé y no me interesa entrar en algunos asuntos del presente rabioso, como el manejo de los teléfonos móviles, Netflix, los pantalones ajustados al cuerpo o usar esos ridículos zapatones de goma, los sapos, ni para andar en casa.
Me banco perfectamente que una mujer joven me diga en la carnicería: “Esa no es la fila, abuelo, venga que le indico”. De chico me gustaba andar de gorra o de sombrero, de joven me decían que me hacía viejo y la dejé de usar, ahora qué me importa si me agrega diez o veinte años. Y ando por todos lados en una bicicleta viejita, si todavía funciona no tengo por qué comprarme otra con cambios, lucecitas o frenos a disco.
Si bien es cierto que mi pobre oficio de periodista me hizo algo rutinario, ahora me molesta muchísimo cuando alguien me corre un poco de la costumbre de sentarme todos los días, a la misma hora, frente a la misma computadora, a escribir las mismas notas. Me despierto antes de las 6 de la mañana, sin despertador y a las 10 de la noche me caigo de sueño. Como un viejo, ¡báh!
Si bien la vida no es una carrera, porque nunca le competí ni le gané a nadie, felizmente pasé de los 60. Y aquí estoy, sentado como todos los días, aporreando la computadora, mirando cómo aparecen las letritas en el teclado. Sigo habitando mi casa, con mi familia, en esta vida de clase media baja, tirando a bajísima que, gracias a Dios, me conseguí.
Sí me enferma cuando dicen viejo con desprecio, como si escupieran la palabra. “Eh, viejo, es por aquí, ¿por qué no se fija?”. No quiero el respeto sacrosanto que les entregábamos antes a los ancianos, solamente por serlo ni el acatamiento a las canas ni el servilismo a la senectud ni que crean que somos sabios. Me dan por el centro de los huevos esos macaneos, sobre todo porque algunos hemos pasado los 60 años y seguimos siendo los mismos pelotudos de cuando teníamos 18 y disculpe que se lo diga de esta manera, pero es así.
Hablo del respeto a los mayores por una cuestión práctica más que nada. Date cuenta, pendejo del diablo, de lo siguiente: si tienes mucha suerte vas a llegar a mi edad y si el mundo sigue evolucionando en esta misma dirección, los jóvenes del futuro te van a dar un trato mucho peor que el que me dispensas.
Si tengo mucha mala suerte, capaz que termine en un geriátrico, bailando chacareras en silla de ruedas o, peor todavía, viviendo bajo un puente, vestido con harapos, rodeado de perros.
Como van las cosas a vos, en cambio, te van a obligar a que optes por la eutanasia a los 50 o la horca a los 60. Los pocos jóvenes que quedarán en el tiempo futuro, no tendrán tiempo ni dinero para lidiar con tantos mayores. Va a llegar el momento en que los de más de 70, vos y tus amigos, sean muchos más que los menores de 20. Como diez a uno. En ese mundo inexorable, claramente vas a ser una sobra, un desperdicio, va a costar mucho mantenerte. Antes de que llegue es momento, de una o de otra manera los van a matar a todos. Por eso es mejor que me trates bien, con cariño.
Con lo que he vivido, ya estoy hecho. Tengo un montón de proyectos por comenzar, trabajos por terminar, viajes por hacer, lugares por visitar, bicicleteadas por pedalear, gente por conocer. Pero si me dicen que mañana voy a morir, qué me importa, he vivido mucho. A vos en cambio, te queda un gran trecho para llegar a los cuarenta. Si no me respetas por mí, hacelo por vos, porque te conviene.
¿Te parece gracioso lo que te digo?, espera y verás.
©Juan Manuel Aragón
Si bien es cierto que mi pobre oficio de periodista me hizo algo rutinario, ahora me molesta muchísimo cuando alguien me corre un poco de la costumbre de sentarme todos los días, a la misma hora, frente a la misma computadora, a escribir las mismas notas. Me despierto antes de las 6 de la mañana, sin despertador y a las 10 de la noche me caigo de sueño. Como un viejo, ¡báh!
Si bien la vida no es una carrera, porque nunca le competí ni le gané a nadie, felizmente pasé de los 60. Y aquí estoy, sentado como todos los días, aporreando la computadora, mirando cómo aparecen las letritas en el teclado. Sigo habitando mi casa, con mi familia, en esta vida de clase media baja, tirando a bajísima que, gracias a Dios, me conseguí.
Sí me enferma cuando dicen viejo con desprecio, como si escupieran la palabra. “Eh, viejo, es por aquí, ¿por qué no se fija?”. No quiero el respeto sacrosanto que les entregábamos antes a los ancianos, solamente por serlo ni el acatamiento a las canas ni el servilismo a la senectud ni que crean que somos sabios. Me dan por el centro de los huevos esos macaneos, sobre todo porque algunos hemos pasado los 60 años y seguimos siendo los mismos pelotudos de cuando teníamos 18 y disculpe que se lo diga de esta manera, pero es así.
Hablo del respeto a los mayores por una cuestión práctica más que nada. Date cuenta, pendejo del diablo, de lo siguiente: si tienes mucha suerte vas a llegar a mi edad y si el mundo sigue evolucionando en esta misma dirección, los jóvenes del futuro te van a dar un trato mucho peor que el que me dispensas.
Si tengo mucha mala suerte, capaz que termine en un geriátrico, bailando chacareras en silla de ruedas o, peor todavía, viviendo bajo un puente, vestido con harapos, rodeado de perros.
Como van las cosas a vos, en cambio, te van a obligar a que optes por la eutanasia a los 50 o la horca a los 60. Los pocos jóvenes que quedarán en el tiempo futuro, no tendrán tiempo ni dinero para lidiar con tantos mayores. Va a llegar el momento en que los de más de 70, vos y tus amigos, sean muchos más que los menores de 20. Como diez a uno. En ese mundo inexorable, claramente vas a ser una sobra, un desperdicio, va a costar mucho mantenerte. Antes de que llegue es momento, de una o de otra manera los van a matar a todos. Por eso es mejor que me trates bien, con cariño.
Con lo que he vivido, ya estoy hecho. Tengo un montón de proyectos por comenzar, trabajos por terminar, viajes por hacer, lugares por visitar, bicicleteadas por pedalear, gente por conocer. Pero si me dicen que mañana voy a morir, qué me importa, he vivido mucho. A vos en cambio, te queda un gran trecho para llegar a los cuarenta. Si no me respetas por mí, hacelo por vos, porque te conviene.
¿Te parece gracioso lo que te digo?, espera y verás.
©Juan Manuel Aragón
Juan Manuel, si crees que los 60 es ser viejo, espera a los 80 y ahí me cuentas, un abrazo!!!
ResponderEliminarUfff cuántas anécdotas vienen a mi cabeza, al leer tus reflexiones!! Espero seguir transitando con dignidad esta etapa de la vida! Un abrazo! Y felicitaciones por la nota!!!
ResponderEliminarSoy un sexagenario y estoy tan viejo que puedo empezar a vivir de nuevo mañana mismo.
ResponderEliminarSi pensas que estas viejo, me haces reír, será que te sentís así, sabes que tengo más que vos y me siento rebien , nada me duele, trabajo un montón, así que deja de decir en tus notas que sos viejo.please
ResponderEliminarJuan manuel, ser viejo o no, no importa, lo que importa, como bien lo dices, es el vivir y el haber vivido sabiendo que ha pasado las etapas de la vida. Muy buenas tus reflexiones. . . . . . Abrazo
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