La Casa de Gobierno desde los Tribunales |
Las pequeñas o grandes historias de los hombres que hicieron la historia de los pueblos tienen una gran valía para el conocimiento de su pensamiento y sus intenciones
Cuando Eduardo Miguel recién aparecía en el horizonte político santiagueño, Emilio Llanos, un personaje del Bobadal lo comenzó llamando “ese Turco”. Pero, claro, usted ha visto cómo las opiniones van cambiando, así que pasado el tiempo le decía “el Árabe”. Cada vez le gustaba más el hombre, así que un buen día se halló diciéndole “el Extranjero”. Antes de pasarse a su partido y darle una mano en el pago en las elecciones del 58, ya era “el Inmigrante” y terminó diciéndole, como todos, Tata Eduardo.Se contaba una anécdota, que seguramente es apócrifa, de una vez que fue una delegación de funcionarios a verlo a Arturo Frondizi, el presidente de origen radical que triunfó gracias a los votos que le prestó Juan Domingo Perón desde el exilio. Dicen que el Tata Eduardo se puso a mirar un cuadro de Sarmiento y Frondizi le preguntó qué le parecía. El santiagueño le preguntó: “¿So papá?”.De Carlos Arturo Juárez hay cien mil anécdotas, la más conocida de ellas es de cuando prometió que todos los días inauguraría algo. Iba a una placita del barrio Ejército Argentino, inauguraba juegos infantiles, a los dos o tres días iba a una plaza de otro barrio e inauguraba ¡los mismos toboganes y hamacas! Para cumplir su promesa inauguraba hasta pinturas y construcciones de wáter en las escuelas, reparaciones de baches de las calles y hasta carteles indicadores de “Pare”, en los caminos, pero quizás fueran exageraciones.
Se sabía de funcionarios del gobierno a quienes sus amigos querían parar en la calle a conversar y excusaban diciendo:
—No puedo, amigo, si me quedo quieto viene Juárez y me inaugura.
En ese tiempo se hicieron famosos también los sueños recurrentes del caudillo, cinco veces gobernador, domador de dragones, querido líder y conductor y, junto a su señora esposa, la asesora de gabinete del ministerio de Bienestar Social, señora doña Mercedes Marina Aragonés de Juárez, protectores ilustres por siempre jamás, mediante ley de la Cámara de Diputados, a ver quién era el macho que no levantaba la mano para aprobarla.
—Anoche soñé con el general Perón y ¿qué me decía Perón, qué me decía Perón a mí, a Carlos Arturo Juárez? Carlos, ¡no te olvides de los muchachos del Borges!— y estallaba un gran aplauso, imaginesé la emoción, desde el Cielo Juan Domingo Perón, enviaba un mensaje casi personal a cada uno de los presentes. Después iba al barrio Tabla Redonda, a Loreto, a cualquier parte, y repetía lo dicho en el barrio Borges en una suerte de sueños escalonados del finado General.
Otra vez, cuando vino Albano Harguindeguy a Santiago también se quiso armar un toletole. Resulta que Harguindeguy era ministro del Interior y se reuniría aquí con el gobernador local, César Fermín Ochoa, empleado en aquel tiempo de la familia Figueroa y con el gobernador de Tucumán, Antonio Domingo Bussi. Para hacerse el banana, Bussi vino con ropa de fajina, en helicóptero. Cuando lo vio, el ministro nacional le dijo dos palabras:
—Vaya, cambiesé.
Y el otro fue, se cambió y volvió con uniforme de gala.
Era obvio que, para ver a un superior en una reunión protocolar, no podía presentarse con el overol de trabajo. Debía ponerse las mejores pilchas. Como que usted vaya al casamiento de un amigo, de alpargatas, remera y pantalón vaquero sucio.
A pesar de su altísimo cargo durante el gobierno de la dictadura, Harguindeguy no fue molestado con los juicios a militares que se organizaron durante el gobierno de Raúl Alfonsín, entre otras cosas porque habían sido compañeros del Liceo Militar y fue el que, con una leve modificación en la ley de partidos políticos, antes de que volviera la democracia, permitió el acceso del hombre de Chascomús a la Presidencia de la Nación. Pero de eso se podría hablar otro día, si cuadra.
Son anécdotas que quedan en el tintero, contadas en fogones que van desde los faroles hasta las primeras luces del alba, cuando los hombres abren su alma para el conocimiento de los amigos, en tenidas en que un buen vino es invitado a la mesa, mas no protagonista.
Otro santiagueño, el historiador Ramón Leoni Pinto, radicado en Tucumán, publicó un artículo en el diario La Gaceta, en que demostraba la ascendencia africana de la mitad de encumbradas familias tucumanas. Se le vinieron encima, imaginesé, en aquel tiempo la gente copetuda se ofendía con esas recordaciones del pasado de los bisabuelitos. Cuando le quisieron reclamar, dijo que era la solamente la primera parte de su trabajo, en la segunda probaba que la otra mitad también descendía de algún morocho colado en el árbol genealógico. Y como todos eran parientes, se dejaron de joder con el reclamo.
Otra vez, Celestino Gelsi, gobernador de Tucumán, un fin de semana vino a Las Termas de paseo. Cuando existían diarios, en esa ciudad La Gaceta tenía una corresponsalía que le tomó una foto y la publicó al día siguiente como una nota de color. Los diputados de la oposición le quisieron hacer lío. ¿Cómo podía ser que el gobernador se fuera de la provincia y no traspasara el mando al vice, como marcaba la Constitución? La respuesta de Gelsi fue responder a una chicana con otra: Tucumán no había renunciado jamás a su pretensión sobre la “ciudad spa”, como le dicen ahora, por lo que pedir permiso iba a ser un implícito reconocimiento de que era suelo santiagueño. Años después se firmó un tratado que estableció las fronteras definitivas entre ambas provincias; Las Termas quedó para Santiago y Las Cejas para Tucumán.
Algunos estudiosos creen que la historia es la sucesión sucesiva de sucesos sucedidos sucesivamente, como decíamos cuando éramos chicos. Bueno, sirva esta deshilachada columna para avisarles que es una ciencia que vive en la literatura, la economía, la numismática, la genealogía, la cronología, la epigrafía, la heráldica, la cartografía, uf y muchísimas otras disciplinas científicas. Y también existe por las anécdotas, que muchas veces rellenan los huecos que deja el resto, para dar vida real y carnadura humana a la gente que hizo los acontecimientos del pasado.
—No puedo, amigo, si me quedo quieto viene Juárez y me inaugura.
En ese tiempo se hicieron famosos también los sueños recurrentes del caudillo, cinco veces gobernador, domador de dragones, querido líder y conductor y, junto a su señora esposa, la asesora de gabinete del ministerio de Bienestar Social, señora doña Mercedes Marina Aragonés de Juárez, protectores ilustres por siempre jamás, mediante ley de la Cámara de Diputados, a ver quién era el macho que no levantaba la mano para aprobarla.
—Anoche soñé con el general Perón y ¿qué me decía Perón, qué me decía Perón a mí, a Carlos Arturo Juárez? Carlos, ¡no te olvides de los muchachos del Borges!— y estallaba un gran aplauso, imaginesé la emoción, desde el Cielo Juan Domingo Perón, enviaba un mensaje casi personal a cada uno de los presentes. Después iba al barrio Tabla Redonda, a Loreto, a cualquier parte, y repetía lo dicho en el barrio Borges en una suerte de sueños escalonados del finado General.
Otra vez, cuando vino Albano Harguindeguy a Santiago también se quiso armar un toletole. Resulta que Harguindeguy era ministro del Interior y se reuniría aquí con el gobernador local, César Fermín Ochoa, empleado en aquel tiempo de la familia Figueroa y con el gobernador de Tucumán, Antonio Domingo Bussi. Para hacerse el banana, Bussi vino con ropa de fajina, en helicóptero. Cuando lo vio, el ministro nacional le dijo dos palabras:
—Vaya, cambiesé.
Y el otro fue, se cambió y volvió con uniforme de gala.
Era obvio que, para ver a un superior en una reunión protocolar, no podía presentarse con el overol de trabajo. Debía ponerse las mejores pilchas. Como que usted vaya al casamiento de un amigo, de alpargatas, remera y pantalón vaquero sucio.
A pesar de su altísimo cargo durante el gobierno de la dictadura, Harguindeguy no fue molestado con los juicios a militares que se organizaron durante el gobierno de Raúl Alfonsín, entre otras cosas porque habían sido compañeros del Liceo Militar y fue el que, con una leve modificación en la ley de partidos políticos, antes de que volviera la democracia, permitió el acceso del hombre de Chascomús a la Presidencia de la Nación. Pero de eso se podría hablar otro día, si cuadra.
Son anécdotas que quedan en el tintero, contadas en fogones que van desde los faroles hasta las primeras luces del alba, cuando los hombres abren su alma para el conocimiento de los amigos, en tenidas en que un buen vino es invitado a la mesa, mas no protagonista.
Otro santiagueño, el historiador Ramón Leoni Pinto, radicado en Tucumán, publicó un artículo en el diario La Gaceta, en que demostraba la ascendencia africana de la mitad de encumbradas familias tucumanas. Se le vinieron encima, imaginesé, en aquel tiempo la gente copetuda se ofendía con esas recordaciones del pasado de los bisabuelitos. Cuando le quisieron reclamar, dijo que era la solamente la primera parte de su trabajo, en la segunda probaba que la otra mitad también descendía de algún morocho colado en el árbol genealógico. Y como todos eran parientes, se dejaron de joder con el reclamo.
Otra vez, Celestino Gelsi, gobernador de Tucumán, un fin de semana vino a Las Termas de paseo. Cuando existían diarios, en esa ciudad La Gaceta tenía una corresponsalía que le tomó una foto y la publicó al día siguiente como una nota de color. Los diputados de la oposición le quisieron hacer lío. ¿Cómo podía ser que el gobernador se fuera de la provincia y no traspasara el mando al vice, como marcaba la Constitución? La respuesta de Gelsi fue responder a una chicana con otra: Tucumán no había renunciado jamás a su pretensión sobre la “ciudad spa”, como le dicen ahora, por lo que pedir permiso iba a ser un implícito reconocimiento de que era suelo santiagueño. Años después se firmó un tratado que estableció las fronteras definitivas entre ambas provincias; Las Termas quedó para Santiago y Las Cejas para Tucumán.
Algunos estudiosos creen que la historia es la sucesión sucesiva de sucesos sucedidos sucesivamente, como decíamos cuando éramos chicos. Bueno, sirva esta deshilachada columna para avisarles que es una ciencia que vive en la literatura, la economía, la numismática, la genealogía, la cronología, la epigrafía, la heráldica, la cartografía, uf y muchísimas otras disciplinas científicas. Y también existe por las anécdotas, que muchas veces rellenan los huecos que deja el resto, para dar vida real y carnadura humana a la gente que hizo los acontecimientos del pasado.
Si usted sabe de otras pequeñas historias, haría bien en escribirlas, dejando para la posteridad un cuadro de situación más acertado de lo que es este tiempo particular de la vida de Santiago.
Digo, si se anima.
©Juan Manuel Aragón
Digo, si se anima.
©Juan Manuel Aragón
Antes decían " hacete amigo del juez y échate a dormir". Ahora no alcanza con ser amigo. Saludos José Fares
ResponderEliminarEmilio Llanos " El Patriarca "
ResponderEliminarTe faltó cuando el petiso fantasma se le sentó en el pescante al Tata. Así dice la canción
ResponderEliminarSolo para aclarar. En Santiago los gobernadores de turno nunca han sido empleados del empresario de turno. Han sido sus socios. Y el binomio seguirá existiendo siempre porque asì es còmo està estrcturada la organizaciòn sociopolìtica de la provincia.
ResponderEliminarochoa no era empleado de los figueroa, era lacayo, esclavo....
EliminarGenial tu trabajo. Desde como mutan los adjetivos según se acercan al poder hasta las interminables anécdotas de Juárez, pasando por " ¿So papá? .
ResponderEliminarEstimado: quisiera aclarar la anegdotas de "so papá". Debo aclarar por que era un chiste de cuando era chico. El autor de ese dicho y otros más, era Don Nuno de la ciudad de Loreto, Ciudad de donde era originario también, el Tata Eduardo. Atte.
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