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La rueda pinchada |
“Es un buen auto, vamos rápido, pienso que llegaré temprano, al menos más temprano que lo calculado”
Hay cosas que suceden porque tienen que suceder. Mejor dicho, pasan de una manera y nada en el mundo podrá cambiarlo, aunque usted no sepa cómo terminan realmente las historias, pero es que a veces usted quiere ignorar el final, como que la película termine cuando usted ya está a diez cuadras del cine, sin saber quién era el asesino, con quién se fue finalmente la chica, por qué la recomiendan tanto a la cinta, si al final todos salen del cine y al día siguiente se han olvidado.Bueno, al grano, le cuento, es medianoche, se me hace tarde en Ojo de Agua, lejos de Santiago. En la terminal pregunto a qué hora sale el próximo ómnibus. A las 3 de la mañana pasa uno de Córdoba que va a Salta. “Si quiere esperar, le vendo un pasaje”, me dice una chica, la encargada de la boletería, tiene cara de sueño. Le digo que no, que es mucho tiempo, para peor no hay nada abierto como para tomar un café, hacer tiempo.La chica dice que en la estación de servicios puedo hacer dedo: “Alguno lo va a llevar”. Voy. Al rato se detiene a cargar nafta un auto. Viajan un hombre, la señora y un chiquito. Van a Jujuy. Les pido que me alcancen hasta Santiago. Empezamos a charlar con el tipo. Al rato, la mujer le pide al marido que se detenga, ella pasará atrás para dormir con el niño y yo iré adelante así conversamos tranquilos. Me cuenta que es contador, trabaja de no sé qué en una fábrica de San Salvador y está volviendo de Buenos Aires. No sé por qué le miento que soy el encargado de un grupo de gente en una empresa que limpia oficinas públicas, edificios. El tipo me dice: “Ah, encargado”, como si fuera gran cosa. Le respondo que sí, pero pagan poco y es mucho trabajo. Sabe de cosas del campo, hablamos de asuntos que los dos hemos vivido, él en Jujuy, yo en Santiago.
Es un buen auto, vamos rápido, pienso que llegaré temprano, al menos más temprano que lo calculado. El camino es una cinta negra deslizándose por la oscuridad, de rato en rato nos cruzamos con vehículos que van en sentido contrario. En medio de las salinas se pincha una goma, el tipo domina bien el auto. Cuando se detiene, bajamos todos, menos el chiquito, que se queda durmiendo adentro. Cambiamos la rueda. Pero al arrancar, nos damos con que el auxilio también está pinchado. Después de un rato de cavilar, en medio de la ruta, decidimos que llevaré la rueda a Loreto si hacemos parar un vehículo, la haré parchar y regresaré para cambiarla. El tipo no quería dejar a la señora sola, conmigo, además parece lo más lógico.
Si hubiera sido el tiempo del celular, no habría sucedido, pero en esa época, acuérdese amigo, apenas había un teléfono por cada cuadra y gracias. Se detiene un camión. Trepo, le cuento al camionero lo que ha sucedido, sin darle muchos detalles. El tipo va callado, no da bola. Lleva la radio prendida, oye tangos, pasodobles. Empiezo a cabecear. Me dice que duerma tranquilo, que me va a despertar al llegar. Sueño que bailo con la Gachi, una vecina de cuando era chico. Era linda, o eso nos parecía a todos los de la cuadra, al final terminó poniéndose de novia con José Aguilera o con el Mono Gómez, no me acuerdo. Pero, en el sueño me dice que está enamorada de mí, que no habrá otro hombre en su vida. En eso siento un temblor, es el chofer que me sacude: “Vamos, amigo, ya estamos en Santiago”. Me limpio la comisura de los labios, estaba babeándome. Reconozco el Arco de Entrada. El camionero me pide disculpas, dice que se olvidó de despertarme en Loreto. Me deja cerca de casa. Son las 4 de la mañana, no hay un alma en las calles. Dejo la goma en una placita. Llego a casa Me doy una ducha, me acuesto. Dentro de un rato va a aclarar.
Vuelvo a dormir, quiero recordar dónde estábamos con la Gachi, no puedo. Lástima, era un lindo sueño.
Juan Manuel Aragón
A 10 de septiembre del 2024, en casa de tío Pushi. Tomando una cerveza.
Ramírez de Velasco®
Tremendo.
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