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NOCHE Chicas imaginadas

Mujer imaginada

“Por ahí, donde cuenta el amigo, en la Libertad, dicen que había una casa maravillosa en la que paraban mujeres que trabajaban de noche”

Recuerda que una vez sacaron a esa chica de una pensión de la Libertad, para ir a una fiesta que tenían con otros estudiantes, envuelta en una alfombra, como en las novelas. Tal vez era la fiesta del estudiante, pero la ha contado tantas veces que por ahí ya se confunde. Ella hacía la calle cuenta, usando un eufemismo de los conocedores, como si hubiera sido hombre del hampa, de los bajos fondos, y no, no era.
Esa noche, que no trabajaba porque se había hecho la enferma, el que se decía su novio, pero en realidad era su cafisho, andaba cerca, controlando a las otras novias. ¿Hacía la calle en el barrio?, le pregunto. Y me responde que sí, por ahí de la Libertad y Entre Ríos.
Algo me acuerdo de lo que era Santiago en ese tiempo. Casas bajas, muchos balcones, un colorcito caqui en las paredes y una chica baldeando la vereda a la madrugada es una imagen que viene.
Por ahí, donde cuenta el amigo, en la Libertad, dicen que había una casa maravillosa en la que paraban mujeres que trabajaban de noche, no solamente las que hacían la calle sino también bailarinas de cabaret, todas hermosas. Cada vez que pasábamos, mirábamos de reojo por si veíamos las maravillas que nos imaginábamos que habría guardadas, solo para los pocos afortunados que tenían plata como para pagar un rato de placer y lujuria. Y ahora este tipo está diciendo que era novio supérstite de una de esas mujeres que habitaron sueños de mi niñez.
Dice que de tanto en tanto ella le preguntaba si quería comer algo. Y que no sabe cómo al rato se aparecía por su habitación con queso untable, una cocacola y quizás otro fiambre.
Le averiguo si pasaba algo más. Me mira con desprecio y responde que por supuesto que sí, “¿no te he dicho que era novio?”, se quiere enojar. Aclara que es posible que ella haya estado un poco enamorada de él, pero que todo se terminó el día que le dijeron que debía volver a su pago –Tintina creo que dijo– porque había muerto su padre y debía hacerse cargo del negocio de la familia, un almacén o algo.


En este bodegón, sobreviviente de tantas guerras, en que tomamos unos vinos de mal despertar, pienso dos cosas: que tal vez este desconocido hable de esa chica porque nunca se olvidó de ella. Pero en una de esas también, con los años nos vayamos volviendo más fabuladores y quién le dice que no sea mentira, para darse dique de qué, o algo.
Pero, también me digo no hay nada más generoso con el propio pasado que el alma de los borrachos. Báh, me parece.
Juan Manuel Aragón
A 30 de septiembre del 2024, en Lilo Viejo. Zapateando un malambo.
Ramírez de Velasco®

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