Vizcacha |
Hugo Estanislao Lescano*
Todo un acontecimiento cuando Gumi Silva nos invita una noche a cazar vizcachas. Hay tres vizcacheras, una en la lomada grande cerca la represa; la otra, como yendo a la casa de Segundo Ibarra; la tercera, un poco más lejos en Pampa de los Toros, lugar que se encuentra en medio del monte, cerca del camino que lleva a Concepción. Es un gran claro, donde la gente comenta que pelean los toros.
Gumi nos dice a Charly y a mí, (José sabe de esto) la luna esta chica, sale medio tarde, nosotros vamos temprano y aprovechamos la oscuridad.
¿Y qué llevamos? Pregunta Charly. Tres buenas linternas, dos escopetas, (una de 16 mm propiedad de Gumi, otra del mismo calibre, pero de dos caños que es de don Macario); 5 o 6 cartuchos cada uno, ¿para qué más?, un cuchillo filoso, una bolsa de arpillera y una botella forrada llenita de agua.
Antes de salir, —dice tía Clementina– con cuidado Gumi, no hagas tonteras, después de las once la vizcachera del toro es muy peligrosa. Además, está esa tapera, junto al camino, es como si hubiera mucha gente adentro, hablando y cantando. No hagas como Andrés que, desafiando a todos, se fue para allá. No sé quién lo ha traído, dice que junto al camino estaba tirao, sin poder moverse de tanto dolor porque no sé qué bicho lo había aporriao. De ahí para acá ninguna vizcacha sabemos probar. Lleven para resguardo un pedazo de tortilla cada uno. Ustedes muchachos, la inocencia es corajuda, síganlo a Gumi.
Casi no entendí el mensaje, pero la tía por algo decía.
La noche es oscura, seguimos las huellas del camino. Gumi nos pide “no enciendan linterna, solo si hace falta”. Parece acompañarnos un ave nocturna que vuela y se adelanta como para esperarnos. ¿Y eso qué es? Pregunta el francés. Un ñanarca, le dicen, es un nombre quichua que significa ataja camino, mirá que apropiado el nombre elegido. Nos acompaña un rato y desaparece. Gumi le dice: ese no es mal bicho, para qué preocuparse. Vuela una lechuza que estaba en un poste, su grito suena como un estampido en el silencio de aquella noche. Desde un gran quebracho parte otro ruido, parece un graznido. José nos cuenta que es el arucucú, es solo un grito, a veces un silbido, habla la noche, ése es su lenguaje, también en el cielo se oye jajaja, es la viuda negra que anda volando.
Una noche oscura, llena de misterio, pienso yo. Menos mal que los changos conocen y saben de todo. Se manejan bien en la noche siguiendo el camino. La verdad, que no se ve nada.
Gumi nos toca, y habla despacio, casi un balbuceo. Crucen el alambre, no hagan ruido, pisen despacito, que nadie los sienta, dame la linterna, preparen el arma, por si anda suelta alguna vizcacha, son las primeras que salen de la cueva, son las exploradoras que avisan a las otras que están en la cueva. Generalmente son vizcachones viejos, que enfrentan al peligro, así evitan que les pase algo a las demás, que son pichones o hembras en gestación. No se ve nada, es temprano aún.
Shh, allá viene una, va para la cueva. Ahí se detiene, mirale los ojos, está encandilada, remonta el arma, dame la escopeta, quietita vizcacha. PUM, revienta la noche, Señor, ¡qué estampido! José ve a buscar, tirado en el suelo está el animal. Murió sin sufrir, sin saber tal vez.
Alumbren y busquen, que debe haber más, dos o tres. Si tenemos suerte las podemos cazar. Otra se acerca, pa lao’ de nosotros, perdida debe estar, encandílala que se va a parar. Esta es más chica, y lo mismo da, total cocinada en pasteles es exquisita. Otro tiro certero, otro animal más.
Vamos a otro lado, aquí ya no hay más, porque las que andaban, ya están en las cuevas, tal vez de madrugada vuelvan a salir.
Lao’ de Shigu Ibarra, cazamos dos más. Cuatro es demasiao’, nos indica Gumi, y nos dice más. Por ahí por cazar aparece el dueño de las vizcacheras, nos hace asustar, nos quita las muertas y no sé qué hará con nosotros. Cuando lleguemos les voy a explicar, también lo que dijo la tía Clementina, “la noche en el monte no es muy de confiar”.
* Extraído por la revista "Nuevos caminos", del libro “Vivencias de un maestro rural” (inédito).
Casi no entendí el mensaje, pero la tía por algo decía.
La noche es oscura, seguimos las huellas del camino. Gumi nos pide “no enciendan linterna, solo si hace falta”. Parece acompañarnos un ave nocturna que vuela y se adelanta como para esperarnos. ¿Y eso qué es? Pregunta el francés. Un ñanarca, le dicen, es un nombre quichua que significa ataja camino, mirá que apropiado el nombre elegido. Nos acompaña un rato y desaparece. Gumi le dice: ese no es mal bicho, para qué preocuparse. Vuela una lechuza que estaba en un poste, su grito suena como un estampido en el silencio de aquella noche. Desde un gran quebracho parte otro ruido, parece un graznido. José nos cuenta que es el arucucú, es solo un grito, a veces un silbido, habla la noche, ése es su lenguaje, también en el cielo se oye jajaja, es la viuda negra que anda volando.
Una noche oscura, llena de misterio, pienso yo. Menos mal que los changos conocen y saben de todo. Se manejan bien en la noche siguiendo el camino. La verdad, que no se ve nada.
Gumi nos toca, y habla despacio, casi un balbuceo. Crucen el alambre, no hagan ruido, pisen despacito, que nadie los sienta, dame la linterna, preparen el arma, por si anda suelta alguna vizcacha, son las primeras que salen de la cueva, son las exploradoras que avisan a las otras que están en la cueva. Generalmente son vizcachones viejos, que enfrentan al peligro, así evitan que les pase algo a las demás, que son pichones o hembras en gestación. No se ve nada, es temprano aún.
Shh, allá viene una, va para la cueva. Ahí se detiene, mirale los ojos, está encandilada, remonta el arma, dame la escopeta, quietita vizcacha. PUM, revienta la noche, Señor, ¡qué estampido! José ve a buscar, tirado en el suelo está el animal. Murió sin sufrir, sin saber tal vez.
Alumbren y busquen, que debe haber más, dos o tres. Si tenemos suerte las podemos cazar. Otra se acerca, pa lao’ de nosotros, perdida debe estar, encandílala que se va a parar. Esta es más chica, y lo mismo da, total cocinada en pasteles es exquisita. Otro tiro certero, otro animal más.
Vamos a otro lado, aquí ya no hay más, porque las que andaban, ya están en las cuevas, tal vez de madrugada vuelvan a salir.
Lao’ de Shigu Ibarra, cazamos dos más. Cuatro es demasiao’, nos indica Gumi, y nos dice más. Por ahí por cazar aparece el dueño de las vizcacheras, nos hace asustar, nos quita las muertas y no sé qué hará con nosotros. Cuando lleguemos les voy a explicar, también lo que dijo la tía Clementina, “la noche en el monte no es muy de confiar”.
* Extraído por la revista "Nuevos caminos", del libro “Vivencias de un maestro rural” (inédito).
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