Milongas de Rivero
En 1986 falleció el cantor, guitarrista y compositor de tangos, uno de los más grandes artistas del género
El 18 de enero de 1986 murió Leonel Edmundo Rivero en Buenos Aires. Fue un cantor, guitarrista y compositor de tangos. Está considerado uno de los mayores artistas en la historia del género, no solamente por su particular voz, su estilo y su repertorio sino también por su extensa trayectoria.Su bisabuelo materno era inglés, se llamaba Lionel y fue lanceado a mediados del siglo XIX por los indios pampas. De él heredó el pelo rubio y el primer nombre.
Nació en Valentín Alsina, el 8 de junio de 1911. Cuando era muy niño su familia se mudó a Moquehuá, provincia de Buenos Aires, pues su padre, empleado ferroviario, fue nombrado jefe de esa estación. Edmundo se enfermó y los médicos del lugar no lograban descubrir qué tenía: el padre renunció a su empleo como ferroviario y volvió a Buenos Aires, y al final lo curaron.Desde chico fue atraído por la música y por la guitarra. Sus padres cantaban y tocaban estilos, valses y zambas, y su tío Alberto le enseñó sus primeras notas en la encordada. En la primaria del colegio Molinari (en Núñez y Roque Pérez), debutó cantando versos del Martín Fierro en uno de los actos patrios.
De adolescente sintió curiosidad por el lunfardo, lengua prohibida que su tío le enseñaba de a poco, y en un aguantadero de Saavedra aprendió de primera mano el lunfardo más encriptado por un grupo de delincuentes que vivía ahí.
A los 18 años Rivero era guitarrista conocido en el barrio, tocaba en bodegones y bares, como "El Cajón", a metros del puente Saavedra, antiguo boliche donde llegaban malandras, payadores y carreros. Luego de este aprendizaje informal, estudió canto y guitarra clásica en el conservatorio nacional de música, acompañó a cantores vecinos y luego de más renombre como Nelly Omar.
Después del Servicio Militar Obligatorio, apoyado por un tío soltero, músico de tango, recorrió boliches y escenarios con su guitarra. Acompañó películas mudas en un cine del barrio La Mosca, en Avellaneda donde exhibían la película Resaca.
El protagonista desenfundaba una guitarra y Rivero debía musicalizar la escena. Un día cantó también pero el público reaccionó enojado, pataleando en el piso. Al día siguiente repitió el número y el dueño del cine lo despidió. El público se enojó porque no estaba acostumbrado a escuchar voces en el filme.
Cantó en los recreos de la costa de Quilmes, que casi siempre terminaban en peleas jodidas. Recaló con su hermana Eva en las radios o “broadcastings”: radio Brusa, radio Buenos Aires. Acompañaban a cantores, pero en ocasiones, cantaban ellos o tocaban música española, clásica, griega o la que fuera.
Acompañó a cantantes de todo género, incluso de ópera y también a Agustín Magaldi, Nelly Omar, Francisco Amor, el dúo Ocampo-Flores.
En sus inicios hizo un dúo con su hermana Eva e hizo breves conciertos para Radio Cultura interpretando música española y temas clásicos. Su carrera como cantor de tango comenzó con José de Caro y en 1935 se unió a la orquesta de Julio de Caro como vocalista, actuando en los bailes de carnaval del teatro Pueyrredón de Flores. Más tarde trabajó en la orquesta de Emilio Orlando y, a comienzos de la década de 1940 en la de Humberto Canaro. Después estuvo en otras orquestas, como las Horacio Salgán y Aníbal Troilo, imponiendo su registro de bajo y su inconfundible estilo aporteñado.
Con Aníbal Troilo empezaron tocando en un baile en el Tigre. El lugar estaba lleno y cuando “Pichuco” le dijo: “Ahora usted, Rivero”, hubo aplausos raros, que a Troilo le sonaron exagerados, largos. Rivero cantó un tango y la gente empezó a dejar de bailar y a arrimarse al palco. Al final no solo aplaudían, sino que gritaban y tiraban cosas al aire.
Rivero cantó otra pieza y más de lo mismo. Troilo olfateó el peligro y creyó que el público se estaba burlando de la extraña voz grave de Rivero. Entonces, sentado con el bandoneón, le dijo por lo bajo, tratando de no ofenderlo:
—Mire, Rivero, mejor bájese del palco, porque me parece que esto viene de “cargada”.
—¿Le parece?
—¿Y no ve que le tiran cosas?
—Ah, pero a mí en los bailes siempre me aplauden así.
—¿Está seguro, Rivero?
Troilo recordó siempre aquella anécdota.
Pero tenía la antipatía de algunos músicos de la orquesta, que le sacaban el micrófono, se lo inclinaban, lo desprendían de la jirafa sostén, hablaban mal a sus espaldas y hasta le aconsejaban al “Gordo” que lo despidiera. Pero Troilo lo mantuvo, sabía de cantores y se había enamorado para siempre de él.
A fines de la década del cuarenta se perfiló con una de las voces mayores del tango. Participó en las películas El cielo en las manos y Al compás de tu mentira.
En 1969 inauguró el local El Viejo Almacén, que con el tiempo fue uno de principales centros tangueros porteños.
Escribió su biografía ”Una luz de almacén”, en la que despliega su defensa del lunfardo. Fue miembro de la Academia del Lunfardo. En 1985 publicó Las voces, Gardel y el canto.
El 11 de mayo de 1977 viajó a Venezuela, con una numerosa comitiva de civiles, acompañando al presidente Jorge Rafael Videla en visita diplomática a ese país. En diciembre de 1984, estuvo en un almuerzo en la quinta presidencial de Olivos, en un homenaje a Carlos Gardel. En 1985 recibió el Premio Konex de Platino como el Mejor Cantante Masculino de Tango. El presidente Raúl Alfonsín, que admiraba a Rivero, festejó efusivamente su actuación. Cuando murió, en Buenos Aires, a los 74 años, un día como hoy, el tango perdió una voz criolla y en el Cielo tuvieron que aprender lunfardo.
©Juan Manuel Aragón
Hermoso artículo, con un final emocionante. Muchas gracias.
ResponderEliminarSiempre y cuando haya ido al cielo. Claro!
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